martes, 20 de septiembre de 2011

De cuando me enojé con Dios


A penas recuerdo aquellos años cuando él estaba vivo. Viene a mi memoria esos recreos en que compartía todo mí tiempo junto a él, jugábamos con mi mejor amiga de toda la vida y con sus dos mejores amigos. Yo lograba convencer a Susi de ser la mala y él lograba que Alex siempre fuera el malo. Nosotros éramos buenos todo el tiempo, y Chuy…pues él era a veces bueno y otras malo.

Recuerdo haberle golpeado la cabeza con una pequeña piedra, yo tenía seis años cuando aquello ocurrió y después, en diciembre, me fracturé el cubito y el radio, así que me llevaron a Guadalajara para que me trataran. Fui sola.

Recuerdo estar allá y reclamarle a Dios porque aquello me había ocurrido… recuerdo que le reclamaba a Dios que me hubiera pasado a mí y no a hermana o algún primo o prima. Pero también recuerdo a mi tía buscando un teléfono en las guías telefónicas y aunque en un inicio no comprendía aquello después me enteré que buscaba teléfonos de Hospitales porque Noé estaba en coma.

Mi primito estaba en coma. No recuerdo cuantos días lloré, tampoco sé cuantas veces le imploré a mi Dios que lo curara, que le permitiera vivir.

Ahora mismo recuerdo cuando su madre regañaba a Iván, el hermanito de Noé quien tiene mi edad, y en una ocasión le dijo que le quemaría las manos por algo que había hecho, lo llevó hasta la cocina, encendió la mecha y Noé lloraba y le rogaba que no lastimara a su hermano menor.

¿Era un 16? No recuerdo el día, pero ese día me operarían e introducirían un “clavo artificial” para lograr enderezar el radio pues el cubito si había sanado al contrario del otro. Debía estar en ayunas para que pudieran operarme y valla que me costó.

En el hospital la enfermera, que era una monja, tuvo complicaciones para ponerme el suero porque yo me quejaba y movía la mano cada vez que me pinchaba.

—Payasa, la otra vez que tu madre no vino ni batallamos—dijo la monja.

Y era cierto. Pero a mí me dolía.

—Cuenta los azulejos—me dijo mi madre y le hice caso.

La enfermera hizo su trabajo y a mí me dolió mucho.

Luego al quirófano, tenía miedo, dentro me pusieron una mascarilla y todo dio vueltas. Cuando desperté me dolía horrores el brazo y me hicieron unas radiografías que me dolieron hasta en el alma porque tenía que acomodar el brazo de una forma que me hacía sufrir.

Mis padres estaban ahí, habían acompañado a mi tía y a su esposo por lo de mi primo. También habían venido dos hermanos de mi madre que vivían en Estados Unidos. Nunca me dejaron ver a Noé.

Cuando llegué a mi casa de la operación eran casi las seis de la tarde, me comí una gelatina y me fui a dormir.

A las 6:44 pm murió mi primo.

Yo no desperté hasta  pasadas las dos de la mañana y al día siguiente me enteré. Yo tenía que durar un mes con el clavo.

Nunca vi a Noé. La última vez que lo vi estaba vivo, pero yo sabía que nunca más lo vería. Era una niña y no lloré en su entierro, sonreí y reí, sé que mi tía me odió por eso.

Dios nunca me escuchó. Dios me arrebató a un angelito y jamás le perdonaré eso, no le pedí nada más que salvara a mi primo y él no lo hizo.

Noé no pudo cumplir los ocho años.

Recuerdo cuando estaba en el preescolar y lo vi besar a una niña que quería, creo que él tuvo más suerte de la que yo tendré jamás.

Mi nene está muerto y yo lloro mucho al escribir esto, me molesta no poder recordar tantas cosas de él como quisiera y que poco a poco su imagen se pierda de mi cabeza, no quiero olvidarle.

Todavía estoy molesta contigo Dios…

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