viernes, 18 de febrero de 2011

Crónica de un falso suicidio

La siguiente hsitoria nacio a lo largo de dos clases de Ciencias Experimentales mientras la maestra explicaba y yo escribía. He de decir que estab confunfdida y algo mal emocionalmente cuando lo escribí por lo que le he tomado cariño pues nació en medio de un momento dificil y fue practicamente mi unica luz.
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Crónica de un falso suicidio

El cielo nublado, la luna escondida, el alumbrado público funcionado, los automóviles por las calles, gente dormida, y tú tirada inerte sobre el pavimento. El firmamento se iluminó por un resplandor y luego pareció soltar un gruñido, la lluvia arreció después de eso.

Te has despertado en medio de una pesadilla, tu rostro está empapado por el sudor y tu cuerpo se ha quedado descubierto pues las cobijas se hallan en el suelo. En tu rostro no se ve nada más que la cruda expresión de dolor. Miras al reloj y este marca las cuatro menos diecisiete, tratas de dormir de nuevo pero no puedes, en cambio caminas a la cocina y cuando estás ahí tomas un vaso entre tus manos, mismo que llenas de liquido transparente proveniente de la llave del lava platos. A penas comienzas a beber y en tu garganta inicia una sensación bastante dolorosa, sientes como te quema la garganta, arde demasiado y ese dolor es insoportable. Es tanto tu sufrimiento que sueltas el objeto que yace entre tus manos haciendo que caiga al suelo haciéndose añicos, pero eso ha sucedido porque tu reflejo instantáneo es apoyar tus manos en la barda del lava platos. El reloj de la sala marca las cuatro menos ocho. Toses en varias ocasiones mientras tu mano derecha aprieta tu garganta buscando aminorar el dolor, pero en este momento un escalofrío se esparce por tu ser, es una sensación bastante atemorizante. Sabes que algo anda mal. De pronto tu pecho parece ser oprimido por un gran peso y tu respiración luce entrecortada.

Tu cuerpo no te responde y tu mente se haya tan consumida que tampoco es capaz de reaccionar. Tienes la necesidad de caminar, y lo haces; comienzas a andar rumbo a la puerta de tu apartamento y sigues caminando cual zombie por las escaleras que llevan a los pisos superiores, pero no te detienes hasta que llegas a la puerta que da a la azotea. La perilla está helada pero tú no lo sientes, abres la puerta de cualquier forma.

La brisa nocturna mece tus cabellos y hace que tus labios se despeguen, pero nada más. Mueves tu cuerpo sin querer hacerlo pues por algún motivo no tienes el control de tu ser, entonces llegas a la barda que rodea el perímetro de la azotea y subes a ella sin complicaciones.

Las luces de la ciudad te parecen más brillantes que cualquier otro día, incluso parece que hay más de ellas, pero el ruido que normalmente escucharías no está porque más bien es un murmullo lejano e irreal que no pertenece a tu escena, a tu momento en aquel piso 27. Todo parece un sueño, todo se asemeja a una pesadilla.

El reloj marca las cuatro menos uno. Su mano toca tu mejilla al mismo tiempo que su aliento acaricia tu oreja, además sientes que tu cintura es rodeada por su brazo y te has quedado inmóvil hasta que echas tu cabeza hacia atrás.

Sientes su lengua recorrer tu cuello como una caricia puramente erótica, una sensación excitante comienza a apoderarse de ti porque al parecer eres incapaz de controlar la creciente pasión que añoras como la tinta carmesí que ansia darle vida a un boceto de principiante, y entonces una de tus manos viaja hasta posarse sobre la mejilla helada de este sujeto. Ahora mismo acontece la unión más sublime que tu cuerpo a recibido, un suspiro muere en tu garganta y de ella se despliega un fino hilo carmesí que nace del desgarre de tu piel por sus colmillos. Un calor sumamente apasionante se extiende del costado de tu cuello hasta la última extensión de tu cuerpo, pero esta maravillosa experiencia no será eterna.

Son las cuatro en el reloj de la catedral. La vida se te fue poco a poco y del color en tu cuerpo sólo queda aquel rastro de sangre escarlata, además tu boca se ha quedado seca y entreabierta por los constantes suspiros que te reprimiste y algunos más que salieron sin control; tus manos caen sin vida a los costados de tu cuerpo completamente inertes.

Un relámpago iluminó la cuidad, en aquella noche nublada se esperaba una tormenta. Para ese entonces tus ojos ya no poseen ningún rastro de brillo. Estas muerta. El suelta tu cintura y tu caes irremediablemente, pareces ser un ángel descender del cielo, por la velocidad frenética a la caes no tardas mucho en impactarte contra el suelo.

El reloj marca las cuatro con un minuto en el momento en que la primera gota de agua desciende del cielo para mojar tu inerte cuerpo y, a esta primera, le siguieron muchas más.

Un relámpago volvió a surcar el reino celestial y él ya no estaba. Un trueno lo secundó y el pavimento no tiene sangre que lo tiñera.

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