ADVERTENCIA: contiene homosexualidad y sexo heterosexual, además de palabras altisonantes.
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Mientras el tiempo pase
Tendremos la oportunidad
De aceptar lo que somos
Y lo que es
Capitulo 7
Sin retorno
El ambiente colmado de humo de tabaco y algo más, donde el ruido que se introducía de forma arrebatadora en mis oídos: eran gritos ligados a una canción de hip hop, vasos quebrándose y el sonido de cuando alguien devuelve el estomago. Era una asquerosa fiesta. Había asistido porque necesita probarme a mí mismo muchas cosas que tenían que ver únicamente con un problema que atestaba mis pensamientos y me confundía cada vez más. Estaba familiarizado con toda aquella imperiosa bulla, lo había vivido muchas veces antes, me arrinconé en un primer momento con un vaso de cerveza que sostenía con mi mano derecha y al cual terminé hasta pasado mucho tiempo, pero una rubia me sacó de mi aislamiento. Giselle puso su brazo alrededor de mi cuello y rio cerca de mi rostro, estaba ebria, demasiado ebria. Comenzó a besar mi cuello de forma absorbente, era asqueroso pero me mantenía ahí sin rehuirle a sus caricias.
—Tom ¿no has traído a la puta que te cargas?—me miraba a los ojos, también reía estúpidamente, la miré sin comprender—. A tu noviecita Bill.
Me dolió la garganta cuando dije aquello, sabía que a Giselle no le caía nada bien Bill, pero nunca imaginé que le detestara tanto.
—Dime que tiene él que no tenga yo—comenzó a llorar—. ¿Es más sexy?—dijo sorbiendo el líquido mucoso que escapaba de su nariz—. Tom ¿por qué te gusta un puto maricón?
—Giselle cállate ya—le ordené, y puse mi mano sobre su boca para evitar que siguiera diciendo idioteces y ofendiendo de esa forma a Bill.
—Métemela Tom, quiero sexo ahora mismo—dijo chupando mis labios, me pareció algo repulsivo, ella reía desquiciantemente. Al parecer no sólo estaba borracha, ella había probado algo de marihuana seguramente.
Me quedé helado ante sus acciones y sus palabras, realmente había asistido a esa fiesta para tener sexo con Giselle o con alguna otra, pero de repente me parecía muy poco aceptable que sucediera eso. Estando aún pasmado me dejé llevar por los dedos rasposos de esa muchacha que me llevó a una habitación, entonces vi una botella de ron que llevaba en la otra mano y vi como tomaba directamente, la acercó a mi boca y bebí un poco. Entonces ella me tiró a la cama y comenzó a quitarse la ropa sin poder sostenerse en pie, se suponía que eso debía ser excitante. Giselle se quedó sólo con sus pantaletas y calló encima de mí para quitarme la ropa, me besaba por todos lados y yo sólo atinaba a corresponder sus besos, sus asquerosos besos sabor vomito, entonces ella sorbía nuevamente un trago de ron y reanudaba su sesión de besos, por mi parte terminé recorriendo su cuerpo con ambas manos.
—Joder ¡métemela ya!—dijo ella arrastrando su voz.
Hacía rato que ambos estábamos desnudos, le abrí las piernas y me situé en medio de ellas, Giselle me dio un condón y yo me lo puse masturbándome un poco antes de entrar en ella. Placer, gemidos, sudor y un inmenso vació en mi alma, eso sucedió después, ella gritó cuando alcanzó el clímax, en cambio yo me mantuve con los labios apretados esperando que llegara el espasmo. Salí bruscamente de su interior y me cambié de ropa, ya que ella se había quedado dormida. Antes de salir de la habitación tiré el condón usado en el bote de basura del baño y me lavé la cara con agua fría.
Caminé por un largo tiempo a través de las calles deshabitadas y apenas iluminadas, al mismo tiempo que bañaba con el frio que hacía. Terminé demasiado alejado de mi casa y demasiado cerca de donde habitaban los drogadictos, recordé en seguida al tipo que quiso engancharme para después aprovecharse de mí, además de los drogadictos que solían cargar con armas. Entonces me dio miedo, pero un par de segundos después escuché el sonido de unos pasos y algunas risas, me giré y vi a dos chicos, uno más alto que el otro y de cabellera castaña, el otro era rubio.
— ¿Tom?—dijo el de cabello castaño—. Hombre ¿Por qué siempre te encontraré con esa pinta tan mala? ¿Así tienes la cara?
—Georg no seas pesado—dijo el rubio.
—Hola…—dije sin saber que más decir.
— ¿Y ahora que ha pasado?—dijo Georg.
—Nada…—obviamente sabían que mentía, el rubio se paró frente a mí y extendió su mano.
—Soy Gustav—le di la mano y surgió un apretón de manos.
—Tom—dije yo.
—Si quieres puedes venir con nosotros, venimos de una fiesta pero se puso demasiado loca para nosotros, ya sabes no le hacemos a eso—hizo un gesto de fumarse un cigarro, se refería a la marihuana.
—Sí, yo también fui.
—Vale, pensábamos tomar un poco hasta la madrugada en el parque, porque si vamos a alguna de nuestras casas nuestras madres nos matan—dijo Gustav con una cara graciosa.
—Sí, te comprendo, pero es que quisiera darme un baño…—musité.
—Te puedes bañar en mi casa, mi madre no se molestará. Supongo que no quieres ir a tu casa—afirmé con la cabeza.
Fuimos al parque a tomar un poco, aunque no tomé un solo trago, ya no se me antojaba ahogar mis penas con el alcohol. En algún momento me aparté de ellos dos y me encaminé a los columpios, me senté en uno y me dediqué a pensar.
Con Giselle había tenido mi primera vez, era la primera vez que había penetrado a una chica, si bien había hecho cosas previas jamás había llegado tan lejos como aquella noche, pero descubrí que en ninguna forma me excitaba Giselle. Sí, había conseguido una erección y habíamos tenidos sexo, pero no fue ella quien me había excitado para hacer aquello, fue la sola idea de besar profundamente a Bill lo que había provocado esa erección y mientras la penetraba me imaginaba tocar la piel desnuda de ese chico majestuoso que tenía vuelta loca mi mente y todo mi ser, siempre quise pensar que era Bill y no Giselle.
Lagrimas gruesas rondaban mis mejillas y se colaban hasta terminar muertas sobre mi sudadera, lloraba porque no lo podía asimilar por completo, yo era gay y no había forma de cambiarlo. Pensé que quizás todo lo que había sentido durante la fiesta de halloween había sido nada más que mi imaginación, ya que al ver a Bill tan hermosamente vestido de vampiro había trastornado todo mi ser, era tan sensual para ser apenas un chiquillo de catorce años y tan encantador como un bendito ángel. Entonces tal vez aquellos pensamientos respecto a Bill se debían a su rostro tan fino como lo llamó la madre de Andreas, que se asimilaba a la cara de una hermosa niña, quizás era eso. Después de haber tenido relaciones con Giselle y sentir ese hueco en mí, supe que realmente una mujer nunca me gustó ni lo haría nunca, era homosexual por mucho que me costara admitirlo. Lloré mucho esa madrugada hasta quedarme dormido, pero no lloré por ser un afeminado, lloré porque era doloroso.
En la casa de Gustav me había tallado con fuerza, me sentía sucio cada vez que recordaba el cuerpo de Giselle pegado al mío, me bañé para que no quedara rastro de lo acontecido con la rubia, me sentía tan sucio y repugnante que no me sentí tranquilo hasta ver mi piel rojiza por la constante fricción que ejercí sobre ella.
Desperté en la mañana pero no pude moverme del columpio, sentía mis músculos cansados y mis huesos adoloridos, me recargué contra una de las cadenas y cerré los ojos como si estuviera durmiendo, me sentía fatal por haber dormido bajo el frio de la noche. Fue hasta que el sol se encontraba en lo alto que abrí los ojos y me entregué nuevamente a cavilaciones destrozas que buscaban mitigar mi dolor pero que inevitablemente terminaban confundiéndome más. En algún momento Bill había llegado y se había situado en el columpio vecino, al verlo ahí me sentí cálido y esa calidez venía de Bill.
Sin muchos rodeos le conté mi descubrimiento, era gay y en ese momento Bill lo supo, esperé una mueca de desaprobación y rechazo, incluso estaba preparándome para el repudio de sus ojos. Quizás era lo que esperaba, lo que mi masoquista alma anhelaba. Pero no, Bill no hizo eso, en lugar de todas mis absurdas suposiciones se situó frente a mí en cuclillas y me demostró, en sus ojos y de manera verbal, que no le desagradaba aquello.
Vi su rostro nuevamente, repasando cada detalle de él de forma en que parecía que hubiera pasado años sin verlo, pero realmente Bill se veía diferente, llevaba el cabello peinado con laca hacia arriba, a excepción de su nuevo flequillo que era completamente lacio y le cubría un poco su ojo izquierdo. Se veía demasiado bien y se lo hice saber, el cabello peinado tal como lo llevaba en la fiesta de disfraces y el mismo delineado negro de los ojos me hizo sentir algo extraño al recordar todo lo que había pasado aquel día. En ese preciso instante comencé a caminar ayudado por Bill para llegar a mi casa, donde no se hicieron esperar las exclamaciones de preocupación y una que otra reprimenda proveniente de mi madre, pero ella sabía que no era el momento de regañarme pues yo apenas y podía mantenerme concentrado, necesitaba dormir y al parecer me enfermaría.
Entré tambaleante a la habitación y me sumergí entre las sabanas blancas de mi cama, me dormí inevitablemente sin dejar de lado algún quejido que se escapó de mi boca al girar un poco mi cuerpo para quedar más cerca de la pared, eso me hacía sentir seguro de una forma inentendible a mi manera de ver las cosas. Luego, cuando dormía, sentí un calor cercano a mi cuerpo, por eso me desperté y logré identificar a Bill dormido a un lado de mí con sus piernas encorvadas sobre la cama y la espalda recargada en la cabecera. Me acerqué al cuerpo hechizante que yacía a unos escasos centímetros de mi, gateé a con él hasta situarme casi sobre su cuerpo inmóvil pero no fui capaz de aquello, únicamente contemplé su rostro pacifico por el sueño, al mismo tiempo que su pecho subía y bajaba a cada respiración que nacía. Mi mano derecha cobró vida y se impulsó hasta llegar a la mejilla de Bill, la acaricie con las yemas de los dedos lo más delicadamente posible y al tiempo noté la suavidad que poseía, una sensación escalofriante recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies.
Verlo dormido se convirtió en algo completamente absorbente y enteramente fuera de mi control, ya que yo no quería verle, más bien, yo no quería aceptar que me gustaba verlo y se convirtió en un enorme problema el solventar esa necesidad pues tenía miedo de que Bill despertara en cualquier segundo. Sin embargo, mi mirada llegó a contemplar detenidamente los labios carnosos y rojizos de Bill, esos hermosos labios entreabiertos y perfectos. Mi respiración se volvió más rápida por la adrenalina que ya comenzaba a hacerse sentir, además de que mi corazón parecía latir a máxima velocidad. Me acerqué aún más a su rostro y con todo el miedo del mundo uní nuestros labios, sólo era un contacto superficial sin profundizar en nada, sólo era un beso casto que duró apenas un par de segundos, en mi estomago miles de mariposas volaban al igual que una sensación fuera de este mundo me envolvía, era como una burbuja que me sumía en un deleitante placer desconocido y que hacía que la piel se me enchinara y la respiración pareciera innecesaria. Pero no alejé jamás mi rostro, hasta el momento en que Bill comenzó a despertar y me vio peligrosamente cerca de sí mismo.
Sentí como el aire se me iba y la sangre se me helaba, asimismo mi cuerpo se inmovilizó y traté de controlar aquel nerviosismo y el reciente sonrojo en mi rostro. En seguida Bill habló y yo le respondí a su saludo.
—Te quedaste dormido—hablé mientras me perdía en sus orbes cafés.
Me alejé de Bill con las mejillas rojizas, él seguía mirándome y yo me escabullí a sentarme contra la pared. Él quería preguntarme algo, lo sabía y también sabía que lo que necesitaba saber Bill era un por qué, era precisamente el por qué yo estaba en el bosque y todo lo que había acontecido aquella noche. Y no me equivoqué, él preguntó por eso mismo. Mi respuesta quizás no fue de ayuda para Bill, tal vez lo había dejado con más interrogantes que antes, pero la plática surgió en ese momento y él me corroboró que no sentía nada negativo hacía mi. Aún cuando él se había ido ya para dejarme descansar yo seguí pensando en el beso que le había robado, y aunque sabía el motivo, me seguí cuestionando que me había impulsado al extremo de aquella acción, me negaba a ver la realidad. Mis sueños fueron gobernados por la imagen de Bill y yo no supe más de mi guerra interna.
***
Pasados los días comencé de nuevo a estar cerca de Bill, no podía negar que me gustaba estar cerca de él, ya que estaba claro que él era una persona especial para mí. No obstante, el ser amigo de Bill me trajo un pequeño problema con mis antiguos amigos, quienes no paraban de decir que Bill y yo éramos novios, me molestaba que ellos usaran eso como una forma de lastimarnos, de burlarse. Me hacían sentir que en realidad eso era algo malo y regresaba a odiar ser homosexual y el miedo terrible de que el mundo se enterara aumentaba considerablemente. Por todo eso me aislaba nuevamente de las personas, no dejaba de lado a Holy y a Andreas porque lo había prometido, pero realmente sólo me sentía cómodo con Bill y por eso la mayoría del tiempo charlaba únicamente con él.
Solamente existía algo que me preocupaba y eso eran los celos, porque si eran celos aunque yo me empeñara en decir que esa era una afirmación absurda y sin sentido, y estos eran siempre en contra de Emily, nunca me cayó tan mal como en esa época. La mejor amiga de mi hermana siempre estaba tratando de llamar la atención de Bill ¡siempre! Ya fuera con sus ridículos berrinchillos de niña consentida o con cosas más elaboradas, que siempre terminaban molestándome y por eso me iba de donde ellos, pero Bill siempre iba tras de mí.
En un almuerzo Emily se cortó el dedo con no sé qué cosa, tampoco me importaba, mi hermana acertó a ayudarle per Emily tan sólo quería la ayuda de Bill, con sus ojos suplicantes y llenos de lagrimas pidió que le ayudara.
—Déjame ayudarte—dijo mi hermana.
—No… ¡me duele!—decía Emily—. ¡Me voy a desangrar! Bill ayúdame.
Sentí un coraje extremo cuando Bill se paró para ayudar a Holy a llevar a la chica a la enfermería, me puse de pie junto con Andreas pero yo caminé a otra parte para alejarme. Me recosté lejos en algún árbol y cerré los ojos, odiaba a Emily, siempre con su Bill esto, Bill lo otro; la muchachita me estaba colmando la paciencia, en ocasiones quería golpearla para que las neuronas se le acomodaran.
— ¡Tom!—abrí mis ojos y vi que Bill se acercaba a donde yo estaba.
— ¿Bill? Creí que estabas en la enfermería.
Su rostro estaba en lo alto del cielo por la posición en que yo me encontraba, el cielo resplandeciente quedaba opaco al competir con el radiante rostro de Bill y ni hablar de su ensoñadora sonrisa. Una hoja anaranjada cayó del árbol y jugueteo un poco en el aire antes de caer finalmente en el suelo, miré maravillado los ojos de Bill ante esa hoja sencilla y sin nada especial.
—Pero tú no estabas y vine a buscarte—dijo y dejé de mirarle, él se había preocupado por mí y había ido a buscarme.
—Y ¿cómo está la mocosa?—el insulto había salido sólo.
—Tom—dijo alargando la o y poniendo cierto reclamo—. Bueno, ella está bien no fue nada.
—Berrinchuda consentida—dije, no quería que Bill estuviera tanto tiempo con ella.
Pero cada escena como esa en donde podría jurar que terminaría matando a esa mocosa amiga de mi hermana era compensada con momentos como esos, donde Bill y yo alcanzábamos un grado de intimidad tal que cualquier otra persona sobraba. También momentos como ese Bill solía aprovechar para hacerme sonrojar hasta las orejas, era el único que podía hacer eso y el que siempre lo hacía. Sin embargo, la ocasión en que más me sonrojé frente a él fue cuando al acompañarlo a su casa el me dio un beso en la mejilla al despedirnos. Esa misma sensación que sentí cuando él besó mi mejilla regresó a mí, fue casi como sentirla de nuevo, fue algo encantador y me hizo sentir de tal forma que terminé completamente rojo frente a Bill. Me puse de pie y le dije a Bill que era hora de irnos a nuestra clase, en seguida recordé como había sido el beso que me atreví a darle en la boca a Bill cuando él dormía, mi cuerpo se estremeció al recordarlo y aunque había estado suprimiendo ese recuerdo en especial estaba seguro que algo me pasaba y aunque todo era claro yo no terminaba de aceptarlo.
Por otra parte estaba mi hermana, ella siempre solía mirarme inquisitivamente, yo estaba consciente que ella no era una tonta y que para mi desgracia Holy era muy perspicaz, pero también sabía que no me diría que sucedía a menos que le preguntara. Eso sucedió un día en que ambos estábamos solos.
—Holy—dije cuando ella hacía su tarea en el comedor.
— ¿Qué?—dijo cerrando el libro y dejando a un lado el lápiz.
Afuera el tiempo parecía ser cada vez más helado y las brisas de aire se convertían en gélidas caricias en el rostro, iba a nevar. Por la ventana de la cocina vi como las hojas de los arboles se movían y entonces los ojos grises de mi hermana esperaban una respuesta.
—Quiero saber qué demonios te pasa—ella enarcó una ceja.
— ¿A mí?—preguntó apuntándose, yo asentí—. Nada.
—Entonces ¿por qué siempre me miras así?
—Así ¿cómo?—contestó ella tranquilamente, lancé un suspiro de frustración—. Es a ti al que le pasa algo y que por lo que veo no me quieres contar.
Le miré a los ojos y me senté en la silla, esperaba a terminar de asimilar sus palabras. Mi nariz captó el olor a fresas provenientes de la cocina y miré directo a mis manos, ordenaba mis ideas.
—Creo que soy gay—dije avergonzado.
— ¿Estás seguro?—me preguntó tranquila.
—Sí… ¿estás molesta?—parecía un niño temeroso, incluso mis piernas se sentían temblar de nervios.
— ¡Claro que no!—me dijo y se acercó a mi—. Eres mi hermano y yo te quiero seas o no seas gay—me abrazó y enterré mi cabeza en el espacio entre su cuello y su clavícula.
—Gracias—apreté su cuerpo más y luego deshicimos el abrazo.
—Entonces…—la miré intranquilo—. ¿Te gusta Bill?
Me sorprendió de sobremanera la afirmación de mi hermana, ya que me hizo temer que mis sentimientos pudieran ser tan claramente leídos, pero ¿acaso yo acababa de afirmar que me gustaba Bill? ¿Por qué Holy me preguntaba aquello?
—Tú…— ¿qué podía decirle?—. Eso ¿por qué lo preguntas?—dije claramente nervioso.
—Bueno en un principio no me creía mis propias ideas de que Bill te gustara, pero no sé desde hace un tiempo me convencí que te gustaba—dijo mirándome de forma calculadora, a la espera de mi reacción.
—Tú lo sabías…
—Pues sí, pero tú debías darte cuenta solo y aceptarlo.
—Supongo que tienes razón—dije mirándola incrédulo, apenas tenía doce años y mi hermanita parecía mil veces más madura que yo.
Contemplé sus cabellos dorados y luego su cara de seda, sus facciones eran parecidas a las de nuestra madre y tenía sus vívidos ojos grises tan rebosantes de profundidad como mi madre. Holy aún conservaba su similitud con su muñeca de cerámica, una bailarina de ballet vestida de blanco, ya que a mi hermana le desagradaba el rosa desde que era una pequeña bebe. Una rama de algún árbol rasguño el vidrio de la ventana y mi atención voló para verla.
—Deberías decirle—dijo ella cuando yo miraba la ventana.
— ¿A quién?—dije yo desubicado.
—A Bill—dijo ella tomando el lápiz y abriendo su libro.
— ¿A Bill? ¿Qué le digo?—le contesté sin entender.
— ¡Que te gusta! ¿Qué más?—dijo sin un ápice de tacto.
— ¡Estás loca!—le grité y me puse de pie, caminé a las escaleras y mi hermana no dijo nada.
Azoté la puerta detrás de mí y me eché a la cama para tratar de dormir, sin pensar, únicamente entregarme al descanso. Huir como un cobarde, eso es lo que hacía en ese preciso momento, pero no quería enfrentar las palabras de mi hermana. La sola idea de confesar mis sentimientos y evidenciar mi homosexualismo públicamente no hacía más que mermar mi sueño, al mismo tiempo que encadenaba mi cordura y delimitaba mi valentía, entonces no quedaba más que mi eterna cobardía al mundo. Pese a los sucesivos esfuerzos de Holy por hacer que yo confesara mis sentimientos a Bill y también por tratar de que cayera en cuenta que era correspondido, yo seguía manteniendo mi postura de hacer como si no sintiera nada, esto se reforzó gracias a mi padre y sus insultos homofóbicos diarios, cuando veíamos el futbol si algún jugador era derribado por otro mi padre lo llamaba “maricón” “damita de mierda” y “un puto joto”, además de que trataba de dejar claro que los chicos débiles, afeminados o mimados no eran más que unos maricones, y los que de verdad lo eran no dejaban de ser algo anti natural que no tenía razón de ser, algo despreciable que parecía enfermarle. Aunque yo trataba de seguirle la corriente y que no me afectaran sus palabras terminaba quebrado por dentro y llorando en mi habitación. Como una maldita niñita.
—Tom, tú sabes que así es papá. Él no lo dice para herirte—me decía Holy cuando entraba furtivamente a mi habitación.
—Pues intenta pensar como sería si lo supiera—dije escondiéndome bajo mi brazo.
—Tom—dijo dulcemente—. No pienses en eso, será difícil pero él tendrá que aceptarlo.
—No lo va a hacer—dije apretando el puño, ella se sentó en el espacio que había en la cama—. Él me va a odiar—el llanto resurgió—. ¡Maldita sea! ¡No quiero llorar como una puta nena!
— ¡Pues no sólo las niñas lloran!—me forzó a verle a los ojos tomándome del mentón—. Esas estúpidas ideas de que los hombres no lloran son absurdas, somos todos humanos y los humanos lloramos—su mirada era de reprimenda y tan llena de seguridad—. Tú no eres un afeminado, ni eres débil por llorar, todos tenemos debilidades hermanito. Ahora vas a ser fuerte y soportar las idioteces de papá, él es un ignórate que no va a cambiar, pero tú puedes intentar dejar los dramas… ¿Acaso yo lloro cada vez que me dice “mamarracho”? No, pero me duele. Papá te ama más de lo que me ama a mí, estoy segura que llegará el momento en que sepa tu orientación sexual y que lo aceptará.
— ¿En mil años?
—Quizás, pero a ti te aceptará—dejó un beso en mi mejilla y salió del cuarto.
Me senté en la cama segundos después de que mi hermana saliera de mi habitación y me puse a repasar cada una de sus palabras. La pequeña Holy se había ido sin soltar una lagrima, pero estaba seguro de que en su habitación se había derrumbado; papá te ama más de lo que me ama a mí, esa frase resonaba dentro de mí, así era como lo sentía la pequeña. Tras ese descubrimiento no hice más que despreciar a mi padre. Mi madre tocó a mi puerta y asomó su rostro, le sonreí y ella se atrevió a andar hacia mi cama.
— ¿Pasa algo?—escudriñó.
—No, nada—dije cerrando los ojos—. Buenas noches mamá.
Ella acarició mi frente y depositó un beso en ella, me contempló un poco más—. Yo me ocupo de tu hermana—dijo para mi sorpresa—. Ella estará bien, espero que tú también—y cerró la puerta al salir de ahí.
El viento sopló con singular tendencia cuando las sabanas cubrieron completamente mi cuerpo, mientras las sombras se deslizaban entre las penumbras de la noche yo intentaba mantener mi cuerpo caliente para aparcar el frio lejos de mí. Entierré la cabeza en el almohadón de plumas y cerré los ojos, trato de desechar las frases hirientes de mi padre, la cara triste de mi hermana y la tranquilidad fingida de mi madre. Exilié todo eso y me mantuve firme en mis sueños sumergido en los orbes de chocolate.
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