jueves, 26 de enero de 2012

Lazos rojos—Capítulo 12


Por fin llega el final de esta historia que siendo sinceros ha sido un disfrute  en verdad, no tengo mucho tiempo pero le agradezco mucho a mis amigas por apoyarme en esta historia. Lu, danke preciosa por "crushearte" de Markus...ok no, gracias por leerlo y de esa forma impulsarme a escribir más de esta historia.  Rai, gracias por leer y decirme siempre que te gusta la historia, aunque no lo creas eso ayuda mucho. A Yani, porque...joder!! tú tienes la culpa de este final!! -que todavía no termina- indirectamente claro...gracias por dejar salir tu gaydad conmigo muah...las quiero...muchisimo...y quisiera tener más tiempo y más palabras para expresarme, pero carezco de ambas cosas....

Este es el inicio del final....The end part 1
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¿Y qué si quisiera escapar?
echarme a reír en tu rostro
¿qué harías?
Y que si caigo al piso
y no puedo soportar esto mas
¿qué harías?
Ven y derrúmbame
entiérrame entierrame
he acabado contigo
The Kill // 30 seconds to mars



 Capítulo 12
La muerte del alba

Si a Markus alguna vez le hubieran dicho que estaría sufriendo porque Bernard estuviera herido, él se hubiera reído y no sería cualquier risa, se reiría con muchas ganas. Se carcajearía. Pero ahí estaba el rubio, sentado sobre la cama con su espalda recargada en la cabecera de ésta posando su mano sobre la frente inusualmente caliente del vampiro de cabellera negra. Markus se preocupaba por Bernard; aquello hacía eco muy en lo profundo de los pensamientos y, en mayor medida, de su corazón.

Bernard había sido herido por una bala hechizada que sus amigas vampiresas, supuestas expertas en esos terrenos, no sabían contrarrestar. No obstante, Markus no necesitaba que Charlie y Carol entraran a la habitación con aquella cara de pena para saber que Bernard estaba mal, el simple hecho de verlo postrado inconsciente sobre la cama le vaticinaba un poco de su situación y hacía que la impotencia aflorara pues no había nada que Markus pudiera hacer para mejorar la situación del moreno.

—Tienes que despertar—le decía el rubio—, yo no sé manejar a un vampiro recién convertido y si Skandar no recuerda a Jared o simplemente no lo quiere cuando despierta ¿qué se supone que haré?— Extrañamente sus ojos comenzaron a volverse cristalinos— Además, él está molesto conmigo…despierta.

Pero Markus no se atrevía a completar aquella petición, no lograba que las palabras salieran limpiamente desde lo profundo de su ser porque él era consciente de que los motivos que externaba no eran los únicos por los que deseaba que el moreno despertara.

Justo a media noche Carol y Charlotte entraron en aquella habitación sumida en las penumbras para dejar dos grandes jarras de vidrio sobre el buró contrario a donde Markus se encontraba y sin más se retiraron. El rubio observó con ansias el rojo que dejaba traslucir la jarra y sus colmillos parecieron desear aquel líquido, así que con cuidado llenó el vaso cristalino y bebió la sangre que tanto codiciaba.

—Tú deberías beber sangre—le dijo al vampiro dormido—. Así no es divertido.

Y vaya que no lo era, Markus necesitaba pelear con Bernard. Lo extrañaba. Extrañaba su sonrisa despreocupada que le daba seguridad silenciosa, su manía de juguetear con cosas afiladas -principalmente dardos-, los dos mechones negros que caían sobre la piel de su frente, extrañaba además la forma en que su mirada podía cambiar tan rápidamente desde tranquila hasta seductora. Lo extrañaba mucho, pero no sólo porque llevara dos días sin que le robara un beso o lo tocara de forma descarada e inclusive que intentara robarle una caricia, sino que además lo extrañaba porque temía perderlo. Y al darse cuenta el rubio lloró.

Cada vez que entre la maraña de pensamientos había cierta claridad el vampiro abandonaba aquella inspección molesto consigo mismo, la verdad estaba ahí y él la rechazaba.

 ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Markus había conocido a Bernard? Muchísimos años, más de medio siglo, y desde entonces venía rechazándolo. Entonces la culpa era demasiada, pues Bernard estaba muy débil y no podía consumir sangre, además de que parecía que esa bala tenía un efecto similar a la gangrena, así que era culpa de Markus ¿no? Si él hubiera sido más fuerte, si hubiera aceptado sus sentimientos desde el principio.

—¿Te merezco?—preguntó el rubio esperando una respuesta que sabía que no llegaría—Es sólo que…yo no creo que tú me puedas amar y si lo haces no lo merezco—dijo y unas lagrimas corrieron por sus mejillas.

Markus lloró.


Las cosas habían cambiado tanto en tres días. Recordaba el primero de ellos cuando habían detectado a los caza-vampiros por la tarde y en cuanto oscureció partieron más al norte, ese día pelearon contra ellos y cuando la pelea entre los vampiros y los caza-vampiros había llegado a su fin faltaba poco para el amanecer, así que la presión para los dos vampiros ilesos era mucha.

Jared había aprisionado el cuello de su adversario entre sus manos, aún estaba débil pero tenía la fuerza suficiente para romperle el cuello. Quizás, en alguna parte de su ser donde los instintos dominados por la ira habían sido desatados, él deseaba torturar al caza-vampiros hasta la muerte, pero sería suficiente con asfixiarlo hasta la muerte. Además, Markus había reventado el estomago del humano y todo el ácido del estomago se desbordaba entre las viseras.

—Tenemos que hacer algo—dijo Markus de nuevo con más ansiedad que la vez pasada.

—Lo llevaré a un hospital.—Le contestó Jared y cuando se disponía a tomar el cuerpo del pequeño una mano blanca lo detuvo.

—Sabes bien que no servirá—le dijo el rubio.

La cantidad de sangre que Skandar había perdido era demasiada, no resistiría hasta llegar al hospital y faltaban unas dos horas para que el cielo comenzara a salir. Estaban jodidos. En ese momento, cuando la indecisión era el factor que describía a Jared, Markus tomó la decisión. Con su uña hizo una herida en la piel de un atónito Jared.

—Con la tuya estará bien.

—¿Estás loco?—preguntó el castaño al tiempo que se ponía de pie. Iba a detener a Markus.

—Es la única forma.

Y ciertamente no lo era. Convertirlo en vampiro significaba que dejaría de ser humano y se convertiría en un monstruo, entonces ¿no era mejor que muriera? La conversión era morir para seguir muriendo. No obstante, el vampiro rubio estaba seguro de que no era así, era morir para vivir otra vida y Skandar no sería un monstruo. Skandar era un ángel no un demonio. Pero más allá de eso, los temores del vampiro de mayor edad se debían a que la gran mayoría de los vampiros olvidaban su vida como humanos.

—¿Quieres hacerlo tú?—inquirió el rubio— Es la única manera—repitió Markus.

—¿y si me olvida?—inquirió Jared más para sí mismo que para el otro vampiro.

—Los lazos no se rompen con tanta facilidad—murmuró el rubio—. Él no te olvidará tan fácilmente, no creo que te deje de amar jamás.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque los lazos que los unen seguramente son rojos—dijo Markus sonriendo— y ese tipo de lazos no se rompen, ni siquiera con la muerte.

Quizás Markus tenía razón, tal vez existía una posibilidad de que Skandar olvidara todo lo vivido a su lado, pero jamás podría dejarlo de amar porque estaba seguro que el amor que sentía por él era tan grande como el que él le profesaba a Skandar.

El castaño acarició la piel nívea del menor y se acercó hasta su cuello, para aquel momento ya era muy poca la sangre que había en ese pequeño cuerpo pero con sus colmillos lo que buscaba era extraerla por completo. Ni una gota de sangre humana. Y en el último segundo de vida del pequeño un líquido rojo fue deslizado entre sus labios en un beso que ninguno disfrutaría por mucho que se amaran. La primera parte estaba hecha.

Después de eso regresaron a Glasgow para atender tanto a Skandar como a Bernard, quien viajó todo el tiempo en la espalda de Markus, a esperas de que Charlie y Carol pudieran ayudarlos a tratar al moreno y tener un lugar para el resguardo de Skandar. La noche del segundo día una llamada telefónica hasta Birmingham fue la pena del día, Charles tampoco sabía nada de la bala que había herido a Bernard.

Desde el momento en que había entrado en la habitación y había dejado al vampiro moreno en la cama Markus no se había despegado de esa cama y apenas preguntaba por el estado de Skandar cuando iban a dejarle sangre. En esos momentos no tenía ánimos de ir él mismo por su alimento o  de preocuparse por algo más que no fuera Bernard.

Markus no entendía muy bien lo que sentía y a lo largo de dos días intentó esclarecer eso. Identificó la culpa, pues se sentía responsable de que hubieran herido así a Bernard, también logró darse cuenta de que estimaba mucho al vampiro y más tarde comprendió que lo quería más de lo que pensaba y aquello le aterraba, además por algún motivo sentía que no merecía su amor.

—Me gustaría que despertaras—dijo Markus al vampiro que yacía en la cama días después— porque eso significaría que estás vivo y eso me haría feliz.

Lejos de la melodía tejida de llantos que venía cubriendo la desesperanza de tan fatídica trama se venía tejiendo otra no menos especial que la primera. El sótano de la casa servía de escenario; el mobiliario se componía por una mesa de madera que sujetaba el cuerpo de Skandar contra ella con ayuda de unos grilletes de acero que rodeaban sus muñecas y sus tobillos, además de uno más grande para su cintura, y por último, una silla de madera con cojines rojos donde Jared velaba el aparente sueño de su amado.

Apenas iban dos días desde que el vampiro le había entregado  su sangre al humano que amaba para que lograra sobrevivir, y a pesar del tiempo transcurrido él aún se sentía confundido sobre si era lo correcto o no haber convertido a Skandar en vampiro. No lo era, ¿qué de bueno tiene convertir a un hermoso humano en un monstruo? Nada, a parte de las muertes provocadas no hacían nada y eso no entraba para nada en la categoría de lo “bueno”. Las gemelas vampiresas le habían mencionado en alguna ocasión, cuando le llevaron sangre para que comiera, que su amado no parecía esquivo ante la idea de convertirse en un vampiro. Y ahí estaba el problema, Skandar no tenía inconvenientes con su futura condición ni con que Jared fuera un vampiro, pero el mayor si. Además, existía la incertidumbre de lo que pasaría cuando despertara. Jared tenía miedo que olvidara todo sobre él

Un suspiro efímero se formó y provocó que Jared se moviera por primera vez en mucho tiempo, entonces el vampiro caminó hasta la cama en donde descansaba Skandar y alzó su delgada mano para poder delinear la tersa piel del adolescente. Todavía no empezaba la parte dolorosa de la conversión, ese momento cuando el cuerpo aún humano en esencia se retorcía de dolor y algunos alaridos daban muestra de ello, y Jared ni siquiera sabía si soportaría ver a su pequeño en tan deplorable situación.

—Sólo espero que esto sea lo mejor—susurró el vampiro contra los labios inmóviles del otro muchacho mientras sostenía entre sus dedos la fina mano de Skandar.

Comenzó un reconocimiento de aquel cuerpo tan conocido, de aquella esencia que lograba hacerlo soñar sin siquiera estar dormido, su nariz se escabulló entre los cabellos claros y aspiro hondo aquella droga tan exquisita que le significaba ese aroma, con todo su pesar el vampiro descubrió que el olor de su amado había comenzado a cambiar. No quedaba mucho del olor que despedía el menudo cuerpo que tuvo desnudo entre sus manos en días pasados, tampoco podía encontrar el aroma tan característico de aquella noche cuando su pequeño se durmió entre sus brazos y mucho menos la fragancia de los cabellos de Skandar cuando salía de bañarse. No había nada. El Skandar que él había conocido estaba cambiando y se convertía en lo que siempre detestó, en un vampiro como él.

El día era frio y la noche lo era más, en el sótano no había mucho calor pues la caldera no se encontraba funcionando en esos momentos y en los pisos superiores se mantenían calientes con ayuda de las chimeneas. Pero un vampiro no tiene frio y un ser que se encuentra en la delgada línea entre la humanidad y el vampirismo parecía tampoco necesitar del calor externo. Y ahí iba Jared otra vez, recordando la calidez del cuerpo del muchacho postrado en esa cama de madera.

—¡No!—gritó alguien desde los pisos superiores de una forma que lograba hacer temblar, pues la desesperación era palpable en aquel grito y el dolor no era la excepción.

—¿Markus?—musitó Jared al reconocer la voz.

—¡Aléjense! ¡No lo toquen!—En definitivamente el rubio lloraba.

Los gritos seguían resonando cual eco dentro del sótano, rebotando en las paredes en las que pudiera clavarse de ser tangibles las navajas que parecían forjarlo. Entonces, Jared separó su mano del contacto con la piel de Skandar, dudaba en ir a ver qué sucedía con el otro vampiro pero un nuevo grito que le erizó la piel lo hizo iniciar su caminar. Subió las escaleras del sótano con prudencia y sin despegar la vista del centro de la estancia, no dejaría de vigilar el cuerpo de su amado por nada del mundo ya que cualquier cambio brusco significaría el momento de su despertar. Pero no había nada fuera de lo común en él.

El llanto de Markus era cada vez más perceptible a medida que los pasos de Jared le llevaban más cerca de la penúltima habitación del segundo piso, las cortinas estaban cerradas y la luz de la habitación del señor Graham había sido encendida minutos después de que el vampiro de cabellera rubia comenzara vociferar en contra de las gemelas. En ese momento Charlie cruzó la puerta de la habitación para detener al profesor, quien tenía ya la mano sobre el picaporte de la puerta, no sin antes mandarle una mirada a Jared para que continuara su camino, la esperanza era que él lograra hacer entrar en razón a Markus.

—¿Qué es todo este escándalo?—preguntó el viejo profesor— Dime que es lo que pasa Charlotte.

—Entre a su habitación y le contaré todo—contestó la vampiresa. Sin más, ambos se adentraron en la habitación principal de la casa.

Era de madrugada, así que era normal que la habitación estuviera en completa oscuridad, afuera refrescaba y dentro de la habitación parecía sofocarse el aire caliente de procedencia desconocida. Jared lo entendió al ver a Markus aferrado al cuerpo de Bernard sobre la cama, mientras sus lágrimas salían tortuosamente de ambas orbes cual perlas en el mar y ni hablar de la secreción inevitable que provenía de las fosas nasales –aquel detalle ni siquiera le importaba al rubio–, todo eso no era más que una muestra de la desesperación en su rostro. Nunca, en el más de medio siglo que llevaba conviviendo con Markus lo había visto de esa forma.

—¡No lo toquen!—gritó el rubio— No te voy a dejar—susurró contra el rostro inmutable de Bernard y a continuación lo llenó de pequeños besos.

—Markus si te quedas ahí cuando suceda la fragmentación puedes salir lastimado—dijo Carol muy preocupada.

—No me importa, ¡No me importa!

En ese momento Charlotte ingresó a la habitación con una vela entre sus manos, sólo de esa forma pudieron ver como cada vena, arteria y vaso sanguíneo comenzaba a refulgir. Entonces, Jared avanzó hasta la cama y tomó a Markus por la cintura para alejarlo del cuerpo del vampiro, de inmediato el rubio comenzó a  retorcerse e inclusive a rasguñar las manos que lo sostenían.

—¡Basta!—gritó Jared y abrazó a Markus fuertemente— Tienes que dejarlo ir.

Tras escuchar aquellas palabras Markus se sintió derrumbado, fue como quitar la última lata de una pirámide de éstas en el súper mercado, casi tan desastroso como la ola que destruye el castillo de arena de un niño de cinco años. Las lágrimas parecían tan naturales, como si fueran un adorno en su rostro, para ese entonces parecía que su vida había sido llorar y sufrir. Vaya panorama tan vergonzoso. Sabía que Bernard estaba muerto y que no volvería, pero no por eso podía aceptarlo, en esos momentos su corazón parecía autónomo pues no seguía el razonamiento de su mente; no importaba lo que sabía, importaba lo que sentía. Un vacío enorme.

—No es justo—susurró contra el pecho de Jared.

No lo era. Bernard no podía morir cuando él apenas aceptaba sus sentimientos ¿o eso era un castigo para él? Tenía el amor tan cerca, en las palmas de sus manos y cerró los ojos para no verlo, aunque sabía que estaba ahí se mintió lo suficiente como para creer que lo detestaba. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, había escuchado eso muchos años atrás y nunca lo tomó en cuenta, porque su miedo había sido más grande y ya nunca recuperaría el tiempo perdido porque no existía nada capaz de regresar a vampiro de la desolada fragmentación. Al menos tenía la certeza de que Bernard, o lo que se supone sería él, no estaría sellado, sino libre aunque no fuera él.

La vela se apagó en el momento justo en que el cuerpo de Bernard se fragmentó. Sus ojos se volvieron rojizos y toda la sangre de su cuerpo pareció arder para poder convertirse en cenizas, unas pequeñas bolas de humo negro y blanco que parecían tener un esplendor propio salieron del cuerpo calcinado del vampiro directo a las ventanas.

—A-adiós—musitó el rubio apenas y comenzó a llorar una vez más.

Las gemelas miraban la escena con algo de pena, sabían de la relación de ambos vampiros e intentaban comprender el dolor que embargaba al rubio. Por su parte, Jared sostenía a Markus contra su pecho.

—Cariño, si quieres podemos recoger las cenizas.—Charlotte se atrevió a ofrecerse para aquella tarea.

—No—dijo secamente el vampiro separándose de su amigo—, yo lo hago, sólo necesito que me dejen a solas.

—¿Vas a estar bien?—inquirió el castaño.

—Sí, ve con Skandar.

Sobre uno de los burós de la cama dejaron un reciente de plata con una rosa en el centro de la que nacían unas enredaderas que terminaban por adornarla, Markus la identificó, era una urna para cenizas. Quitó la tapa de la urna con sumo cuidado observando lo finamente detallada que estaba y siguió su mirada hasta la cama que estaba cubierta por cenizas que comenzó a depositar en la urna apenas las alcanzó con su mano. No era algo cómodo hacer aquello, pero se intentaba convencer de que las cenizas no eran Bernard, pero a medida que continuaba con la labor los pensamientos sobre los “hubiera” se hacían presentes una y otra vez, aunados a recuerdos que parecían dardos cuyo blanco era el corazón de aquel vampiro porque los vampiros también tenían corazón y sufrían como cualquiera.

Un recuerdo en específico hizo que el rubio se estremeciera. Rememoró aquel día en que se encontraban en Londres, había pasado poco tiempo desde su conversión en vampiro, unos cuantos años solamente. Se habían alojado en pequeño hotel nada lujoso, los tres en una habitación, y una noche por primera vez se encontró sólo con Bernard porque Jared no tenía apetito.

—¿Te gustan las estrellas?—preguntó el mayor pues Markus no despegaba su vista del cielo.

—Son pocas, pero muy bonitas—dijo como si nada el cuestionado.

No hablaban mucho, Markus venía sintiendo algo diferente por Bernard, no sólo el agradecimiento de haberlo salvado de los caza-vampiros ni de enseñarle acerca de su nueva condición. Quería besarlo, pero cada vez que esa idea le venía a la cabeza la imagen de todas las personas que había asesinado para poder alimentarse surgían como un remolino y una frase que parecía tan lejana terminaba por tumbar toda intención de besar al vampiro. Eres una vergüenza, no puedes esperar que alguien te quiera siendo tan inútil. Además, Markus recordaba algo de su vida pasada que terminaba por hacerlo estremecer. Esas cosas que chupan sangre no son más que monstruos, había dicho su padre alguna vez.

Siguieron por unos callejones, para ese entonces ya habían descubierto el tipo de sangre indicado para Markus, Bernard ya había comido y sólo faltaba el rubio. Otro desastre. Markus no lograba por contenerse y mataba a su víctima, de nuevo había destrozado el cuerpo.

—Se te viene haciendo un mal hábito—dijo Bernard con sorna.

No recibió respuesta alguna por parte del ofendido, quien se limitó a sentarse en el suelo recargando su espalda contra la pared mirando a la nada. Entonces, Bernard me movió sigilosamente y le tendió la mano al rubio para levantarlo, saldrían esa misma noche de Londres y olvidarían ese incidente y lo que vendría a continuación o al menos eso pretenderían.

Bernard paró su caminar, aún sosteniendo la mano de Markus, miró al cielo y despegó un poco su mano de la del rubio, la cual estaba cubierta de sangre al igual que la mayoría de su cuerpo. Markus no se percató de ello, pero un pequeño hilo de sangre pendía de ambas manos uniéndolas.

—¿Crees en el destino?—cuestionó el mayor.

—No lo sé—contestó el otro.

—Hay muchas historias sobre el destino—comentó Bernard—, me gusta uno en especial.—El rubio lo miró prestándole atención— Dice que las personas están unidas a su alma gemela o a sus amigos, no recuerdo bien, por un hilo rojo.

Markus inconscientemente llevó la vista hasta sus manos.

—¿Una metáfora sobre los lazos?—cuestionó el rubio.

—Algo así, eso supondría que somos amigos o algo más.—Lo último lo había dicho en un tono sugerente.

A partir de entonces Markus se mostró esquivo ante Bernard y las cosas se tornaron un poco retorcidas entre ambos. Peleas, se detestaban o más bien, Markus detestaba al moreno, pero ese “odio” sólo era la tapadera de los verdaderos sentimientos que se profesaban.

—Al final el lazo si era rojo—susurró el rubio abrazando la urna—, rojo de pasión y de amor… perdóname por sólo demostrarte la pasión—dijo llorando.

Los lazos son aquellas cosas intangibles que unen a las personas, que se fortalecen o se debilitan según sea el caso, y hay otros que tratamos de destruir por miedo a sentir, a ser lastimados. Son esos lazos con los que terminamos ahorcándonos en un intento por no sufrir, pero inconscientemente terminamos sufriendo más.

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