domingo, 13 de noviembre de 2011

Lazos rojos—Capítulo 7


Ambos podíamos ver muy claro,
que el inevitable final estaba cerca.
Hicimos nuestra elección, la prueba de fuego,
la batalla es la única manera de sentirse vivo.
Alibi // 30 seconds  to mars

Capítulo 7
Derrumbarse para renacer

El líquido rojo que emanaba la de la carótida y corría a través de ambas manos caía sobre el suelo formando un pequeño charco de sangre. La sangre del vampiro se mezclaba con la del cazador, pues éste último había sido herido en brazos y piernas y también tenía una herida cerca del estómago. Por su parte, el vampiro tenía el cuello casi separado de su cabeza, un brazo yacía inmovilizado a unos cinco metros de todo el cuerpo; las dos piernas tenían  una bala que les negaba el movimiento y en el estomago una katana negra que le atravesó el cuerpo.

—Séllalo—le dijo Hannibal a Nirvana.

Entonces la líder del grupo de caza vampiros, con el ojos cerrados, pinchó el dedo índice de su mano derecha y con la sangre que salió formó un carácter de escritura japonesa, mismo que se volvió negro apenas la mujer susurró un par de palabras. Justo en el momento en que abrió los ojos el cuerpo del vampiro ardió en llamas.

—Lástima que sólo era uno—dijo Hannibal al tiempo que ponía sus manos entrelazadas por detrás de su cabeza.

—Nunca te comprenderé—le dijo la mujer y comenzó a caminar.

El fuego no dejó más que cenizas que la lluvia nocturna regó a lo largo de las praderas, Nirvana y Hannibal se habían encaminado al cuartel de Manchester por ser el más cercano y habían dejado atrás a otro vampiro abatido. Ese era su trabajo, acabar con esos demonios.

La mujer, de cabellos castaños igual que el muchacho, tenía apenas 20 años cuando se había unido a esa organización. Ella había nacido al sur de Inglaterra, justo en la frontera con Irlanda,  bajo el nombre de Elizabeth, era hija única y huérfana gracias a un borracho que asesino a su padre cuando ella apenas había cumplido los nueve años. Desde muy pequeña Elizabeth fue una chica inteligente y muy despierta, ayudaba siempre en los deberes de su casa y atendía perfectamente los deberes escolares, su mejor amigo era un sobrino de su tía Janet. Ese niño se llamaba James y cuando ambos cumplieron 17 años se comprometieron, se casarían un año después.

El día de su boda era un día que Nirvana jamás olvidaría. Había estado arreglándose desde la mañana, tenía el vestido de su madre y un hermoso tocado plateado con piedras cristalinas que con el sol brillaban de una forma muy atractiva, el maquillaje que su madre le había puesto era conservador pero resaltaba sus ojos al mismo tiempo que sus labios brillaban y resaltaban de todo el cuadro. La boda sería a la una de la tarde y después habría una pequeña comida.

Ella llegó a la iglesia junto con una de una de sus primas y su madre, al llegar a la iglesia se sorprendió de no encontrar a James ahí, no había rastros de él o de sus padres, pasó una media hora y no llegaban. Como mujer decidida que era, Elizabeth recogió el largo de su vestido y se encaminó a la casa de su futuro marido.

—Nada más que lo vea y me va a escuchar—mascullaba la chica luchando contra los talones y el concreto de la calle.

Entró en la casa, su madre se había quedado atrás muchas cuadras atrás. La puerta estaba entreabierta, dentro de la casa reinaba  un silencio extraño y por alguna razón Elizabeth tenía una rara sensación que le erizaba los bellos del cuerpo.

— ¡Jimmy!—gritó la chica—. James no estoy jugando—repitió la muchacha ahora con un tono de voz más modulado.

No obtuvo ninguna respuesta, entonces avanzó hasta la cocina y ahí encontró algo que nunca olvidaría. James estaba boca abajo tirado en medio de aquella habitación con un charco de sangre debajo de él, la sangre había salpicado las paredes y los aparatos que había en la cocina. La chica dobló su cuerpo al sentir como si la estuvieran apuñalando, el aire no parecía llegarle a los pulmones y el agua proveniente de sus ojos comenzó a surgir. Se arrastró con las rodillas hasta su novio y le dio la vuelta, el muchacho tenía los ojos abiertos mirando a la nada, la boca estaba también abierta y en el cuello tenía unas incisiones pequeñas cerca de la carótida  de las que ya no emanaba sangre, sino que ésta se estaba coagulando.

El grito de horror se quedó ahogado en su garganta junto con las ganas de reprimir las lagrimas, tan sólo se limitó a abrazar el cuerpo que yacía empapado en su propia sangre. Quería que todo aquello no fuera más que una terrible pesadilla, la cual se desvanecería en cualquier momento y ella tendría su vida como antes, pensaba que era sólo neblina que cubría sus sentidos y que si lograba concentrarse despertaría de la aterradora fantasía, pero también sentía como a medida que el tiempo transcurría el calor que emanaba del cuerpo de su amado disminuía sin remordimientos. Ya estaba muerto y nada lo volvería a la vida, pero eso era algo que Elizabeth no estaba en condiciones de aceptar o siquiera asimilar.

Alguien trato de separarla del cuerpo inerte que aferraba contra su pecho, pero ella continuaba ciñéndolo entre sus brazos mientras susurraba ligeras frases de desesperación y profundo amor que se perdían entre los sollozos y las pláticas de las personas  que la rodeaban.

—Hijita déjalo—le pidió su madre poniendo su mano sobre el hombro de la chica.

— ¡No!—le gritó la chica con una gran ira en la mirada y con fiereza en sus movimientos. Estrechando con más fuerza a James.


Pasó mucho tiempo antes de que pudieran separarla de él y derrotada físicamente tuvo que guardar cama durante el tiempo que trasladaban al cuerpo para que le hicieran la autopsia pertinente al mismo tiempo que la policía intentaba reunir las pruebas, aunque todos sabían que la investigación no llegaría demasiado lejos. También los cuerpos de los padres de James fueron llevados con su hijo.

El tiempo pasó, no podía detenerse por más que Elizabeth lo suplicara y mucho menos podría eliminar el constante dolor en su pecho que la oprimía y desgarraba un poco cada día, porque aunque dijeran que el tiempo todo lo cura ella no sentía ninguna mejoría a cada día que sobrevivía pues desde que le habían arrebatado al amor de su vida ella había comenzado a morir un poco cada día, agonizante eternamente. La vida carecía de sentido si no existía la persona que le daba luz a su vida, si había perdido el motivo de su sonrisa. Así que había dejado que el dolor se apoderara de su cuerpo y de su alma convirtiéndose en un síntoma continuo que era parte de su vida y de su padecimiento, parte de su muerte. De la chica alegre y vivaz que sacaba tremendas sonrisas de sus seres queridos no quedaba nada, había sido como si un espejo se quebrara en miles de pedazos. Apenas comía, apenas bebía, apenas sobrevivía añorando al terminar del día no seguir viva al amanecer.

¿Cuántas veces intentó terminar ella con su vida? Varias, tantas que su madre lloraba en su habitación porque a pesar de haber pasado un par de años de aquel fatídico día Elizabeth no mejoraba ni una pizca. Pero en cierta forma la entendía.

¿Cuándo fue que a su madre le diagnosticaron cáncer terminal de pecho? Quizás Elizabeth jamás se hubiera enterado si no la hubieran arrastrado hasta la cama de su madre para que se despidiera de ella un par de días antes de morir. Quizás no hubiera llorado si su madre no hubiera osado pedirle semejante cosa.

—Se feliz hijita—le susurró apenas la señora.

Sin controlarlo, sin esperarlo y sin quererlo conscientemente unas lágrimas cristalinas se deslizaron de sus ojos y bañaron ligeramente su piel, luego le siguieron muchas más.

—No prives al mundo de tu sonrisa—le dijo su madre con la voz entre cortada—, regálame una última sonrisa mi vida.
Fue hasta ese momento que Elizabeth fue consciente de que su madre moriría, de que la mujer que le había dado la vida y había hecho todo lo posible por sacarla adelante moriría en cualquier momento y ella no podría hacer nada, de nuevo era incapaz de salvar a un ser querido.

Un nudo en la garganta le impedía hablar aunque no tuviera idea de que podría decir, más cuando sus labios se curvaron formando una débil y falsa sonrisa que hizo que su madre meneara la cabeza negando aquel gesto de su hija. Ella quería una sonrisa verdadera, entonces elevó su mano y con la punta de sus dedos retiró una lágrima de la mejilla de la chica. El tacto era dulce, cálido y nuevo, pues a ciencia cierta había olvidado lo que era el contacto humano. Fue así como una débil sonrisa, ésta vez genuina, se asomó en su rostro.

Tratar de ser feliz era algo complicado si tenía en cuenta la increíble capacidad que había adquirido para sentirse muerta. Aún cuando el tiempo pasó y su madre ya no estaba con ella, aún después de eso ella apenas había mejorado un poco pues lograba comer algo más seguido porque se encontraba tan demacrada y en los huesos que parecía mucho más vieja de lo que realmente era.

Se acercaba el verano, faltaban un par de meses para que Elizabeth cumpliera los 20 años, y ya se había mejorado mucho a comparación de la catálisis de los meses anteriores aunque siempre había un halo de tristeza rodeándole y amargándole los momentos más felices. Ella se encargaba de mantener limpia la casa de sus tíos y ellos de sus gastos, cada día por la tarde Elizabeth asistía en dicha casa para hacer los deberes mientras sus parientes trabajaban, desde el amanecer hasta casi media noche. En los últimos días de verano, la chica se entretuvo más de la cuenta en casa de sus tíos, cuando salió ya había anochecido y el viento otoñal que comenzaba a surgir acariciaba sus cabellos al mismo tiempo en que la luna iluminaba débilmente el sendero que tenía que seguir para llegar a su casa.

Justo cuando terminaban sus propiedades, se comenzaba a formar un pequeño bosque que antes debió ser uno muy grande y justo en medio de los altos arboles se alzaba la pequeña casa que años atrás había habitado su prometido y los padres de éste, sin duda alguna voltear a ver esa casa oscurecida por los años y bañada en la tenebrosidad de una noche como aquella hacían que Elizabeth tuviera los bellos crispados y los sentidos un poco mas agudizados, además de pequeños escalofríos. Sin darse cuenta, aquel panorama se había vuelto un tanto aterrador.

Algo en su fuero interno parecía advertirle de algún peligro, pero sus extremidades no le prestaban atención para nada. De pronto, al girar la cabeza por última vez a la casa de James, un brillo rojo intenso le llamó la atención y a pesar de los impulsos que la obligaban a correr ella caminó al lugar de donde provenía aquello convencida de que era lo que había estado buscando desde la muerte de James.

Estando aislada, encerrada en sí misma, auto-compadeciéndose y torturándose duramente cada día durante meses e incluso años, había llegado a la conclusión de que el asesinato de su prometido no había ocurrido de una forma natural, entonces se convenció a si misma que algo había detrás de ello y quería destruirlo, hacerlo sufrir tanto como ella había sufrido e inclusive más. Sentía, intuía que ese fulgor rojizo se debía a eso, no era algo que pudiera justificar pues tan sólo lo sentía.

Sobre una piedra llena de musgo yacía el cuerpo de una muchacha de más de veinte años, tendría el cabello negro o quizás castaño pues la oscuridad no permitía definirlo. Al acercarse, Elizabeth se apoyó sobre la corteza de un árbol y horrorizada tuvo que ahogar un grito al sentir sobre la madera un líquido que de inmediato supuso era sangre.

—Lamento tener que haberte matado—dijo el chico.

Elizabeth se sentía tentada a avanzar aún más hacía aquel muchacho, había algo que la impulsaba a hacerlo aunque su lado racional le indicaba que huyera.

— ¿Qué crees que haces?—dijo un chico de voz aterciopelada a sus espaldas.

La luz de la luna se colaba entre las hojas de los árboles y le permitía ver un poco de la piel de porcelana del muchacho, pero sus ojos no necesitaban ninguna iluminación ya que el brillo intenso de aquel rojo escarlata era más que suficiente para darle una apariencia de demonio, pues aunque ese muchacho fuera un adonis la chica de inmediato lo asocio con aquellos demonios de belleza sobrenatural que utilizan ese privilegio para atraer a sus víctimas.

—Nunca debiste haber visto esto—le susurró el vampiro a la chica.

Un grito. Tan sólo una exclamación de perfecto dolor y terror fue suficiente para que el demonio que había visto Elizabeth decidiera parar las cosas, desde un principio había visto a la muchacha y sabía que Markus la había encarado pero guardaba la esperanza de que el rubio no la lastimara.

—Déjala Markus—le dijo el vampiro más alto.

Elizabeth yacía entre los brazos del vampiro de cabellera rubia quien con ayuda de sus afilados dedos había realizado un corte en el costado derecho de la chica  a la altura del hígado.

—No le hice nada, sólo fue un rasguñito—le dijo el menor sonriendo.

—No la debiste tocar, ella no hizo nada. No tenías derecho.

— ¡Cállate, no la defiendas! ¿No ves que ella te descubrió?—le gritó el rubio.

—Markus, suéltala.

—Toma tu maldita humana apestosa—le dijo aventando a la chica contra él.

Elizabeth se topó con los orbes rojos de aquel vampiro de tez morena y cabello negro, sobre su frente caían algunos mechones y su mirada se cargaba de una especie de dulzura.

—Perdónalo, él no te quiso dañar—dijo al tiempo en que se arrodillaba.

Bernard colocó a Elizabeth sobre una de sus piernas y su brazo izquierdo, mientras con la mano desocupada revisaba la herida provocada por Markus. Pero aquello no era nada grave, tal como lo había dicho el más joven de los dos vampiros tan sólo había sido un rasguño. Cuando Bernard levantó la mirada en busca de su compañero no lo encontró, seguramente haría una estupidez sólo por los celos que Elizabeth le había provocado, porque esa escenita no era más que celos, desde el momento que Markus se dio cuenta que el moreno no hizo nada por alejar a la chica una ira que disfrazaba a los extraños celos surgió.

— ¿Qué eres?—le preguntó la muchacha.

—Un vampiro—le contestó.

Eso era algo que Elizabeth se venía pensando desde que lo había visto por primera vez, tan sólo quería comprobar esa sospecha.

—Tengo que ir a buscar a Markus o matará a alguien inocente—le dijo tranquilamente el moreno.

—Siempre lo hacen ¿no es verdad?

Antes de que el vampiro pudiera responder a ese cuestionamiento un agotado Markus apareció ante sus ojos y se recargó contra uno de los arboles, en el costado izquierdo llevaba una bala y en su mano derecha algunos restos de sangre humana.

—Tenemos que largarnos—dijo con la voz entrecortada y alarmada— un cazador.

—Te dije que fueras más cuidadoso—le recriminó al rubio—. Te  dejaremos aquí ¿de acuerdo?—le dijo a la chica y ésta lo miró confundida.

La chica cerró sus ojos para tranquilizarse, en menos de veinte minutos había estado cara a cara con dos vampiros y no eran como ella se los imaginaba. Siempre pensó que de existir esos seres sobre naturales éstos serían unos demonios, que la harían temblar con su sola presencia y que consumirían hasta su última gota de sangre pero nada de eso había ocurrido.

—Son cálidos—susurró la chica luego de abrir los ojos.

Entonces, un cañón de un revolver se apuntó en su frente a escasos centímetros de tocar su piel, el seguro no estaba puesto y el dedo en el gatillo anunciaba un cercano tiro. Un hombre, de piel morena y cabello blanco era quien manejaba el gatillo, Elizabeth imaginaba a un hombre mayor con varias arrugas en el rostro, y su acompañante era un adolescente de cabello castaño y ojos azules que portaba otro revolver y un cuchillo de una peculiar hoja en la otra mano.

— ¿A dónde se fueron?—preguntó el de cabellos blancos.

—Hay que matarla—dijo el chico con una voz que a pesar de su juventud sonaba bastante escalofriante.

—Hannibal cállate—le ordenó el hombre.

—No sé a dónde fueron...sólo desaparecieron—dijo la chica.

—Claro que sabes a donde fueron, me encantaría sacarte hasta la última gota de información de la manera más divertida—dijo el adolescente con una sonrisa bastante tenebrosa.

—Hannibal—lo llamó el mayor recriminándole—, veo que te han herido muchacha— se giró a con el chico—, será mejor llevarla a su casa y atenderla, a ellos ya no los alcanzaremos.

— ¡Valla mierda!—gritó molesto el muchacho.

A Elizabeth aquello le llamaba la atención, los dos hombres eran cazadores según las palabras de Markus, entonces ¿eran cazadores de vampiros? ¿La herida de Markus era hecha por ellos?  Y sobre todo ¿por qué Hannibal le daba más miedo que los dos vampiros?

Con ayuda del hombre mayor la chica llegó a su casa, ahí fue atendida por el mismo hombre de cabellera blanca y entonces pudo ver que no era tan viejo como ella creía y que los cabellos en realidad eran de algún tipo de gris plateado muy cercano al blanco. Por el contrario, el joven tendría algunos 16 años y su mirada aparte de azul era un tanto helada y sanguinaria.

—Hace unos años mi prometido murió, tenía un par orificios en el cuello—relató la chica con un nudo en la garganta— ¿fueron vampiros?

—No creo que sea pertinente que te responda—dijo el mayor.

—Sí. Lo mataron los mismos vampiros que viste.

El caza vampiros de cabellera blanca desvió su vista al muchacho y lo fulminó con la mirada, no había necesidad de que contestara a la pregunta y mucho menos que le dijera quien había sido.

— ¿Cómo lo…?

—Es ese de la foto ¿no?—dijo Hannibal señalando una fotografía sobre el librero de la estancia, a lo que la chica asintió—. Lo recuerdo, fue mi primer caso.

—Nosotros nos encargamos de erradicar a esos demonios bebe-sangre—comenzó a hablar el mayor—, somos entrenados para dominar tanto artes físicas como místicas que nos permitan purificar a los espíritus negros que forman a un vampiro y de esa forma logramos erradicarlos por completo.

—La purificación no es tan—dijo Hannibal sosteniendo una manzana que había tomado de la canasta sobre la mesa del comedor—. Un vampiros se conforma de “espíritus” blancos y “espíritus” negros, salvamos a los negros y sellamos a los negros.

—Hannibal—dijo el de cabello blanco apretando sus dientes—, sólo….ya no digas más.

—De acuerdo anciano, pero te saldrán arrugas.

—Ese vampiro rubio…olía a manzana—dijo la chica en un tono bajo.

— ¿Cómo?

—Dijo que olían a manzanas—susurró Hannibal.

— ¿Detectaste su olor?—la chica asintió—. Dime a que huele Hannibal.

Elizabeth miró confundida a los dos hombres que estaban frente a ella, todo parecía tan bizarro que parecía más un sueño que un episodio de la realidad ¿o en realidad estaba durmiendo? No, aquello se sentía real por más extraña que hubiera sido aquella noche.

—A madera, algo como roble—dijo la muchacha luego de cerrar los ojos.

— ¿Nunca has sentido la necesidad de acabar con quien mató a tu prometido?—cuestionó el de cabello blanco centrando sus ojos negros en la muchacha.

—Sí.

—Únete a nosotros—le dijo el mayor.

***

En la posada de Saint Agust, los caza vampiros despertaban casi al atardecer luego de una noche de acción donde sellaron a dos vampiros. Nirvana fue la primera en levantarse aunque fue la última en estar lista, pues se había dado un ducha que parecía eterna.

—Bendice Dios nuestros alimentos—susurraron Anaya y Joel al mismo tiempo.

—Hannibal podrías comer un poco más como persona y menos como un animal ¿no crees?—dijo escuetamente el de lentes.

—Si no quieres tener mi katana atravesándote el corazón será mejor que te calles esa chula boquita—le contestó el castaño aún con comida en la boca.

—Dejen los parloteos para otro día que me duele la cabeza—dijo Nirvana entrando al comedor.

Los presentes se callaron, si había algo peor que Hannibal enfurecido quizás podría ser Nirvana enfurecida, ambos daban un miedo sepulcral.

—Ha llegado un pergamino del Consejo—dijo Amy a la entrada del comedor.

La pequeña niña sostenía entre sus manos un pergamino atado con una cinta roja, lo que indicaba que la misión sería de alto rango, una misión tipo Beta.  Entonces, sin siquiera haber probado su plato, la líder del grupo se puso de pie y se encaminó hacia la adolescente quien le extendió el pergamino. Nirvana desató el lazo rojo con mucho cuidado, casi como si se tratara de una pieza exótica de porcelana, luego lo desenrollo y leyó la caligrafía perfecta que se le presentaba.

Presuntamente se ha localizado cerca de Derby a los vampiros de rango Beta: Jared “Whisper“, Markus “lady-killer” y Bernard “poison”. El cuerpo encontrado será analizado y se espera recabar más datos, por el momento se les ordena la búsqueda y captura de dichos vampiros, así como su purificación.

—Bernard—susurró quedamente la líder.

— ¿Pasa algo malo?—preguntó Anhaya al ver el semblante de la otra mujer.

—No nada, sólo que esperaba más vacaciones—dijo Nirvana con una de sus típicas sonrisas despreocupadas y al mismo tiempo intentó imprimirle cierto fastidio.

— ¿Misión?—preguntó Hannibal luego de dejar de chupar un hueso, estaba muy emocionado.

—Sí. Iremos a Derby.

Apenas terminaron sus alimentos los caza-vampiros se levantaron directo a empacar sus pertenencias, tomarían el tren a las ocho de la noche.

En la habitación de Nirvana la líder del grupo de caza-vampiros trataba de empacar los pergaminos y libros viejos propiedad de su antiguo maestro y que en esos momentos le pertenecían a ella por completo. Pero eso era casi imposible, no dejaba de pensar en algo o más bien en alguien.

—Bernard…—susurró sin darse cuenta.

Los recuerdos que guardaba de ese vampiro no se ensombrecían con el tiempo ni siquiera parecían desteñirse al pasar el tiempo. Lo recordaba perfectamente.

Habían pasado dos años desde que se había vuelto parte del grupo de caza-vampiros, según su mentor, Ronald J. S. Proust, un hombre de algunos cincuenta y tantos de cabellera blanca y rostro pincelado por los plegamientos de piel que formaban sus arrugas, se mismo hombre que junto con Hannibal le había hablado por primera vez de la realidad de los vampiros, Elizabeth poseía una singular habilidad poco habida a lo largo de Reino Unido. Elizabeth era muy sensible a los olores desprendidos por los espíritus, tanto buenos como malos y esto radicaba en los propios espíritus que conformaban su alma.

—Existen principalmente tres tipos de almas—le dijo un día su mentor—, las almas constituidas sólo por energía, lo cual constituye un solo espíritu henki, como la gran mayoría de las personas; las almas que se forman a partir de varios espíritus buenos o de luz  que se acoplan al henki, esto desde el nacimiento o a lo largo de la vida y se les llama –ziel; y por último, tenemos a las almas formadas por espíritus malignos que forman un alma, llamados teuflisch.

— ¿Cuál es la diferencia de un alma a un espíritu?—preguntó la chica un tanto avergonzada de ello.

—Las almas tienen un cuerpo, una forma material, en cambio los espíritus son algo así como el aire, no tienen ninguna delimitación o forma ni tampoco una convicción, sólo un alma puede tener lo que llamamos instintos. Pero cuando son varios espíritus los que conforman al alma, como la de los humanos, ésta adquiere además sentimientos, deseos y demás.
— ¿Los vampiros son del tercer tipo de alma?—cuestionó la muchacha luego de una pausa prolongada.

—Las almas teuflisch están desequilibradas, los espíritus malignos siempre han existido pero cuando lograron conformar un alma casi como la de un humano, entonces todo se desestabilizó—el señor cerró los ojos mientras aspiraba profundamente—. Los vampiros son incapaces de mantener su forma corpórea, se alimentan de los humanos para despojarlos de sus espíritus y así logran un equilibrio que permite que sigan con esa forma y su alma de alguna forma intacta.

—Esos dos vampiros que mataron a James ¿son casi humanos?—preguntó la chica.

— ¿Te parece humano despojar a un ser inocente de su sangre para obtener su energía vital al mismo tiempo que le arrancas el alma?—preguntó el hombre—. Son unos salvajes Elizabeth, unos completos demonios que debemos erradicar, ellos mataron a tu prometido.

—Sí, lo sé.

Ronald se volvió el mentor de la chica apenas ingresó en esa casona de estilo victoriano en Londres. Día a día se encargó de mejorar sus aptitudes físicas así como aprendió a manejar su potencial respecto al manejo de los espíritus y energías.

—Cuando un alma ziel desarrolla y amplifica la capacidad de sus espíritus y la energía propia o externa, aun si es inconscientemente, puede hacer diversos hechizos e invocaciones—miró a la chica con intensidad—. Nunca debes usar tus habilidades para dañar o perjudicar a alguna persona y mucho menos en beneficio propio, debes entender que sólo es permitido usar esos “poderes” para acabar con un vampiro. De lo contrario, el consejo te matará al instante.

Y Elizabeth pronto se convirtió en una de los mejores aprendices de ese centro. Siempre obediente y deseosa de aprender lo necesario para matar a Bernard y a Markus.

—Elizabeth, a partir de este momento te conviertes en una cazadora de vampiros—susurró uno de los miembros del consejo luego de la que la joven pronunciara su juramento.

—A partir de este momento tu nombre será Nirvana, vivirás para hacer justicia, para erradicar a esos demonios. Y al final de esta vida, quizás habrás logrado hacerle justicia a Elizabeth Cowell—sentenció su mentor.

Nirvana. Desde ese momento, a los veinticuatro años de edad, sería una de las grandes caza-vampiros llegando a superar a su maestro en habilidad y liderazgo. Días después de la ceremonia de integración, Nirvana fue integrada al equipo que comandaría su mentor, junto con Hannibal y otros tres chicos que levaban meses desde su integración como caza-vampiros.

Su primera misión era sencilla, tan sólo tenían que purificar a una vampiresa que llevaba tres días de haber sido convertida, se encontraba en los límites de Irlanda. Tardaron un día más en llegar ahí y encontrarla, era una muchacha de escasos doce años con piel muy blanca y ojos tan rojos como la sangre que cubría sus extremidades y su ropa, con el cabello rojizo bastante desordenado y ondeando levemente a causa de una ligera brisa que anunciaba una repentina lluvia.

Hannibal sin duda era talentoso, se movía rápidamente pero se dejaba herir y provocaba a la joven vampiro para que produjera esos embates salvajes con los que esgrimía sus garras y sus afilados dientes sin algún orden de ataque, tan sólo al frente como un torbellino dispuesto a destruir lo que se pusiera enfrente. No tan diferente de lo que había Hannibal.

— ¡Deja de jugar!—gritó Nirvana exasperada.

Con un movimiento rápido extendió una katana para atravesarle el pecho ante la mirada cargada de resentimiento e ira que Hannibal le propinaba. Entonces su mentor y líder prosiguió a la purificación.

—Listo—dijo uno de los chicos.

—Hay otros vampiros cerca—dijo Nirvana en medio de los comentarios de sus compañeros—, son tres.

Jared, Markus y Bernard. Por capricho del último irían a Edimburgo, pues como siempre el rubio se había opuesto tajantemente a ir más allá de los límites de Irlanda, ¿para qué salir de Inglaterra? Se preguntaba una y otra vez. Pero Bernard era un vampiro que encontraba cierta satisfacción cada vez que Markus hacía gala de su inmadurez y se disponía a hacer una escenita plagada de berrinches, infantiles berrinches seguidos de varios insultos en contra del vampiro de cabellera negra.

—Se acercan—dijo la joven y sus compañeros adoptaron una posición de batalla.

—Tengo hambre—dijo Markus—, mi garganta quema…

A Bernard no le agradaba nada tener que atacar a ese grupo de caza-vampiros en busca de un poco de sangre, pero Markus se había puesto reacio a tomar sangre en los últimos tres días como muestra de su desacuerdo al ir a Edimburgo y ahora aquello hacía mella en su organismo.

—No tiene porque robar su alma—susurró Jared—. Tan sólo le hace falta sangre.

Y Hannibal no supo cuando el vampiro castaño le atacó por la espalda dejándolo noqueado. Los otros miraron al vampiro y se lanzaron al ataque, pero los otros dos vampiros aparecieron e hicieron frente a los embates de sus enemigos. Bernard logró herir a Ronald logrando que éste se doblegara y callera al suelo.

— ¡Maestro!—gritó Nirvana para ir en su auxilio.

—No te preocupes por él—dijo Markus al lado del hombre—, tan sólo beberé hasta la última gota de su sangre.

Y su sonrisa no tenía nada de agradable, era una mueca demoniaca que desentonaba con la belleza de su rostro.

—No le hagas nada a la chica y dedícate a beber la sangre del viejo—dijo Bernard luchando contra un caza-vampiro.

— ¡Cállate, bastardo idiota!—le gritó el rubio—. Tú—dijo señalando a la chica—, primero te dejó vivir, luego te sonrió, te deja vivir ahora.

—No entien…

—Le gustas—susurró el rubio a su oído cortándole las palabras que pensaba decir—, pero a ti también te gusta.

Lo iba a negar, iba a decirle a ese vampiro que se equivocaba con sus palabras pero la mirada de odio que le profesó la dejó helada. Luego sintió un golpe que le ardió en la mejilla y se dio cuenta que el vampiro la había abofeteado.

—Te odio humana estúpida—dijo antes de clavar sus colmillos en el cuello de Ronald.

Como pudo Nirvana levantó su katana dispuesta a cortarle la cabeza a ese vampiro que le estaba robando la vida a su maestro, al que había querido casi como a un padre, nunca le perdonaría a Markus aquello, era la segunda vez que le arrancaba la vida a alguien que ella amaba.

—Perdónalo—dijo alguien impidiendo su avance.

Bernard escondía su mirada de la vista de la chica, mientras con su mano rodeaba la hoja de la katana aunque esta le hubiera producido un corte. Se sentía cálido. El vampiro de cabellos negros que caían sobre su frente impedía que Nirvana siguiera avanzando, casi estaba pegada a su pecho recibiendo el poco calor que el vampiro era capaz de generar.

— Sólo está celoso—le susurró apenas audible—, y tú tienes la culpa por ser tan bella.

Se sonrojó. Acaban de matar a su maestro y ella se había sonrojado porque uno de los vampiros que mataron al amor de su vida le dijo que era bella. No era bella, era una idiota.

—Aléjate de mí demonio—le dijo apartándolo de su cuerpo.

—Déjame matarla—dijo Markus sin dejar de verla con odio, su boca estaba llena de sangre.

—No. Es hora de irnos.

—Algún día cazadora de vampiros, algún día te mataré y haré que los buitres se coman tu carne.

Entonces desaparecieron.

Nunca volvió a saber de ellos hasta el día en que leyó frente a su nuevo equipo el pergamino que Amy le había dado. Sabía de sobre manera lo poderosos que era esos vampiros, después de todo eran clase Beta, pero sobre todo sabía que Markus se esforzaría por cumplir su promesa y Bernard, él se esforzaría por detenerlo.

¿Se amaban? ¿Bernard amaba a Markus? Siempre tuvo la impresión de que la cosa era al revés, pero ¿ella sentía algo por el vampiro que apenas había visto dos veces? No, no lo amaba pero no podía negar que había algo en ese vampiro que le agradaba.

—Puras mierdas—dijo ella en su habitación—. Les cortaremos la cabeza o apuñalaremos su corazón y luego los sellaremos.

Quizás así sería, tal vez había llegado el tiempo de que ella obtuviera una justicia para Elizabeth. Había llegado el momento de la venganza.

***

—No puedes seguir siendo tan irresponsable—le dijo casi al oído.

—Tenía hambre Bernard—dijo el rubio apartando a su compañero.

—Si los cazadores se enteran comenzaran a seguir nuestro rastro.

—Ya lo sé.

—Parece que no—dijo Bernard exasperado—, tampoco debes dejar de comer.

—Si como—dijo rápidamente Markus—, ¡ya lárgate!

—No, no comes, sólo haces como si lo hicieras, por eso hoy hiciste esa estupidez.

— ¿Ya acabaste? Porque si es así, puedes ir largándote de mi habitación.

—Sí, ya terminé.

Con rápidos movimientos el moreno se puso a horcadas sobre el rubio mirándolo fijamente.

—No vuelvas a hacer eso, me preocupa—dijo lo suficientemente alto para que el rubio escuchara y mostrara esa sorpresa seguida de una sonrisa arrogante—. Además si no te controlas puedes dañar a Skandar y yo no podría detener a Jared cuando intente matarte.

—No necesito que me cuides—espetó Markus.

—No, pero en el fondo—se agachó para besarlo—, muy en el fondo te gusta que lo haga.

Y desapareció.

—Idiota, no sabes cuánto te…—dijo cerrando sus ojos— odio.






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