Ambos podíamos ver muy claro,
que el inevitable final estaba cerca.
Hicimos nuestra elección, la prueba de fuego,
la batalla es la única manera de sentirse vivo.
Alibi // 30 seconds to mars
Capítulo 7
Derrumbarse para renacer
El líquido rojo
que emanaba la de la carótida y corría a través de ambas manos caía sobre el
suelo formando un pequeño charco de sangre. La sangre del vampiro se mezclaba
con la del cazador, pues éste último había sido herido en brazos y piernas y
también tenía una herida cerca del estómago. Por su parte, el vampiro tenía el
cuello casi separado de su cabeza, un brazo yacía inmovilizado a unos cinco
metros de todo el cuerpo; las dos piernas tenían una bala que les negaba el movimiento y en el
estomago una katana negra que le atravesó el cuerpo.
—Séllalo—le dijo
Hannibal a Nirvana.
Entonces la
líder del grupo de caza vampiros, con el ojos cerrados, pinchó el dedo índice
de su mano derecha y con la sangre que salió formó un carácter de escritura
japonesa, mismo que se volvió negro apenas la mujer susurró un par de palabras.
Justo en el momento en que abrió los ojos el cuerpo del vampiro ardió en
llamas.
—Lástima que
sólo era uno—dijo Hannibal al tiempo que ponía sus manos entrelazadas por
detrás de su cabeza.
—Nunca te
comprenderé—le dijo la mujer y comenzó a caminar.
El fuego no dejó
más que cenizas que la lluvia nocturna regó a lo largo de las praderas, Nirvana
y Hannibal se habían encaminado al cuartel de Manchester por ser el más cercano
y habían dejado atrás a otro vampiro abatido. Ese era su trabajo, acabar con
esos demonios.
La mujer, de
cabellos castaños igual que el muchacho, tenía apenas 20 años cuando se había
unido a esa organización. Ella había nacido al sur de Inglaterra, justo en la
frontera con Irlanda, bajo el nombre de
Elizabeth, era hija única y huérfana gracias a un borracho que asesino a su
padre cuando ella apenas había cumplido los nueve años. Desde muy pequeña
Elizabeth fue una chica inteligente y muy despierta, ayudaba siempre en los
deberes de su casa y atendía perfectamente los deberes escolares, su mejor
amigo era un sobrino de su tía Janet. Ese niño se llamaba James y cuando ambos
cumplieron 17 años se comprometieron, se casarían un año después.
El día de su
boda era un día que Nirvana jamás olvidaría. Había estado arreglándose desde la
mañana, tenía el vestido de su madre y un hermoso tocado plateado con piedras
cristalinas que con el sol brillaban de una forma muy atractiva, el maquillaje
que su madre le había puesto era conservador pero resaltaba sus ojos al mismo
tiempo que sus labios brillaban y resaltaban de todo el cuadro. La boda sería a
la una de la tarde y después habría una pequeña comida.
Ella llegó a la
iglesia junto con una de una de sus primas y su madre, al llegar a la iglesia
se sorprendió de no encontrar a James ahí, no había rastros de él o de sus
padres, pasó una media hora y no llegaban. Como mujer decidida que era,
Elizabeth recogió el largo de su vestido y se encaminó a la casa de su futuro
marido.
—Nada más que lo
vea y me va a escuchar—mascullaba la chica luchando contra los talones y el
concreto de la calle.
Entró en la
casa, su madre se había quedado atrás muchas cuadras atrás. La puerta estaba
entreabierta, dentro de la casa reinaba
un silencio extraño y por alguna razón Elizabeth tenía una rara sensación
que le erizaba los bellos del cuerpo.
— ¡Jimmy!—gritó
la chica—. James no estoy jugando—repitió la muchacha ahora con un tono de voz
más modulado.
No obtuvo
ninguna respuesta, entonces avanzó hasta la cocina y ahí encontró algo que
nunca olvidaría. James estaba boca abajo tirado en medio de aquella habitación
con un charco de sangre debajo de él, la sangre había salpicado las paredes y
los aparatos que había en la cocina. La chica dobló su cuerpo al sentir como si
la estuvieran apuñalando, el aire no parecía llegarle a los pulmones y el agua
proveniente de sus ojos comenzó a surgir. Se arrastró con las rodillas hasta su
novio y le dio la vuelta, el muchacho tenía los ojos abiertos mirando a la
nada, la boca estaba también abierta y en el cuello tenía unas incisiones
pequeñas cerca de la carótida de las que
ya no emanaba sangre, sino que ésta se estaba coagulando.
El grito de
horror se quedó ahogado en su garganta junto con las ganas de reprimir las
lagrimas, tan sólo se limitó a abrazar el cuerpo que yacía empapado en su
propia sangre. Quería que todo aquello no fuera más que una terrible pesadilla,
la cual se desvanecería en cualquier momento y ella tendría su vida como antes,
pensaba que era sólo neblina que cubría sus sentidos y que si lograba
concentrarse despertaría de la aterradora fantasía, pero también sentía como a
medida que el tiempo transcurría el calor que emanaba del cuerpo de su amado
disminuía sin remordimientos. Ya estaba muerto y nada lo volvería a la vida,
pero eso era algo que Elizabeth no estaba en condiciones de aceptar o siquiera
asimilar.
Alguien trato de
separarla del cuerpo inerte que aferraba contra su pecho, pero ella continuaba
ciñéndolo entre sus brazos mientras susurraba ligeras frases de desesperación y
profundo amor que se perdían entre los sollozos y las pláticas de las
personas que la rodeaban.
—Hijita
déjalo—le pidió su madre poniendo su mano sobre el hombro de la chica.
— ¡No!—le gritó
la chica con una gran ira en la mirada y con fiereza en sus movimientos.
Estrechando con más fuerza a James.
Pasó mucho
tiempo antes de que pudieran separarla de él y derrotada físicamente tuvo que
guardar cama durante el tiempo que trasladaban al cuerpo para que le hicieran
la autopsia pertinente al mismo tiempo que la policía intentaba reunir las
pruebas, aunque todos sabían que la investigación no llegaría demasiado lejos.
También los cuerpos de los padres de James fueron llevados con su hijo.
El tiempo pasó,
no podía detenerse por más que Elizabeth lo suplicara y mucho menos podría
eliminar el constante dolor en su pecho que la oprimía y desgarraba un poco
cada día, porque aunque dijeran que el tiempo todo lo cura ella no sentía
ninguna mejoría a cada día que sobrevivía pues desde que le habían arrebatado
al amor de su vida ella había comenzado a morir un poco cada día, agonizante
eternamente. La vida carecía de sentido si no existía la persona que le daba
luz a su vida, si había perdido el motivo de su sonrisa. Así que había dejado
que el dolor se apoderara de su cuerpo y de su alma convirtiéndose en un
síntoma continuo que era parte de su vida y de su padecimiento, parte de su
muerte. De la chica alegre y vivaz que sacaba tremendas sonrisas de sus seres
queridos no quedaba nada, había sido como si un espejo se quebrara en miles de
pedazos. Apenas comía, apenas bebía, apenas sobrevivía añorando al terminar del
día no seguir viva al amanecer.
¿Cuántas veces
intentó terminar ella con su vida? Varias, tantas que su madre lloraba en su
habitación porque a pesar de haber pasado un par de años de aquel fatídico día
Elizabeth no mejoraba ni una pizca. Pero en cierta forma la entendía.
¿Cuándo fue que
a su madre le diagnosticaron cáncer terminal de pecho? Quizás Elizabeth jamás
se hubiera enterado si no la hubieran arrastrado hasta la cama de su madre para
que se despidiera de ella un par de días antes de morir. Quizás no hubiera
llorado si su madre no hubiera osado pedirle semejante cosa.
—Se feliz
hijita—le susurró apenas la señora.
Sin controlarlo,
sin esperarlo y sin quererlo conscientemente unas lágrimas cristalinas se
deslizaron de sus ojos y bañaron ligeramente su piel, luego le siguieron muchas
más.
—No prives al
mundo de tu sonrisa—le dijo su madre con la voz entre cortada—, regálame una
última sonrisa mi vida.
Fue hasta ese
momento que Elizabeth fue consciente de que su madre moriría, de que la mujer
que le había dado la vida y había hecho todo lo posible por sacarla adelante moriría
en cualquier momento y ella no podría hacer nada, de nuevo era incapaz de
salvar a un ser querido.
Un nudo en la
garganta le impedía hablar aunque no tuviera idea de que podría decir, más
cuando sus labios se curvaron formando una débil y falsa sonrisa que hizo que
su madre meneara la cabeza negando aquel gesto de su hija. Ella quería una
sonrisa verdadera, entonces elevó su mano y con la punta de sus dedos retiró
una lágrima de la mejilla de la chica. El tacto era dulce, cálido y nuevo, pues
a ciencia cierta había olvidado lo que era el contacto humano. Fue así como una
débil sonrisa, ésta vez genuina, se asomó en su rostro.
Tratar de ser
feliz era algo complicado si tenía en cuenta la increíble capacidad que había
adquirido para sentirse muerta. Aún cuando el tiempo pasó y su madre ya no
estaba con ella, aún después de eso ella apenas había mejorado un poco pues
lograba comer algo más seguido porque se encontraba tan demacrada y en los
huesos que parecía mucho más vieja de lo que realmente era.
Se acercaba el
verano, faltaban un par de meses para que Elizabeth cumpliera los 20 años, y ya
se había mejorado mucho a comparación de la catálisis de los meses anteriores
aunque siempre había un halo de tristeza rodeándole y amargándole los momentos
más felices. Ella se encargaba de mantener limpia la casa de sus tíos y ellos
de sus gastos, cada día por la tarde Elizabeth asistía en dicha casa para hacer
los deberes mientras sus parientes trabajaban, desde el amanecer hasta casi
media noche. En los últimos días de verano, la chica se entretuvo más de la
cuenta en casa de sus tíos, cuando salió ya había anochecido y el viento otoñal
que comenzaba a surgir acariciaba sus cabellos al mismo tiempo en que la luna
iluminaba débilmente el sendero que tenía que seguir para llegar a su casa.
Justo cuando
terminaban sus propiedades, se comenzaba a formar un pequeño bosque que antes
debió ser uno muy grande y justo en medio de los altos arboles se alzaba la
pequeña casa que años atrás había habitado su prometido y los padres de éste,
sin duda alguna voltear a ver esa casa oscurecida por los años y bañada en la
tenebrosidad de una noche como aquella hacían que Elizabeth tuviera los bellos
crispados y los sentidos un poco mas agudizados, además de pequeños
escalofríos. Sin darse cuenta, aquel panorama se había vuelto un tanto
aterrador.
Algo en su fuero
interno parecía advertirle de algún peligro, pero sus extremidades no le
prestaban atención para nada. De pronto, al girar la cabeza por última vez a la
casa de James, un brillo rojo intenso le llamó la atención y a pesar de los
impulsos que la obligaban a correr ella caminó al lugar de donde provenía
aquello convencida de que era lo que había estado buscando desde la muerte de
James.
Estando aislada,
encerrada en sí misma, auto-compadeciéndose y torturándose duramente cada día
durante meses e incluso años, había llegado a la conclusión de que el asesinato
de su prometido no había ocurrido de una forma natural, entonces se convenció a
si misma que algo había detrás de ello y quería destruirlo, hacerlo sufrir
tanto como ella había sufrido e inclusive más. Sentía, intuía que ese fulgor
rojizo se debía a eso, no era algo que pudiera justificar pues tan sólo lo
sentía.
Sobre una piedra
llena de musgo yacía el cuerpo de una muchacha de más de veinte años, tendría
el cabello negro o quizás castaño pues la oscuridad no permitía definirlo. Al
acercarse, Elizabeth se apoyó sobre la corteza de un árbol y horrorizada tuvo
que ahogar un grito al sentir sobre la madera un líquido que de inmediato
supuso era sangre.
—Lamento tener
que haberte matado—dijo el chico.
Elizabeth se
sentía tentada a avanzar aún más hacía aquel muchacho, había algo que la
impulsaba a hacerlo aunque su lado racional le indicaba que huyera.
— ¿Qué crees que
haces?—dijo un chico de voz aterciopelada a sus espaldas.
La luz de la
luna se colaba entre las hojas de los árboles y le permitía ver un poco de la
piel de porcelana del muchacho, pero sus ojos no necesitaban ninguna
iluminación ya que el brillo intenso de aquel rojo escarlata era más que
suficiente para darle una apariencia de demonio, pues aunque ese muchacho fuera
un adonis la chica de inmediato lo asocio con aquellos demonios de belleza
sobrenatural que utilizan ese privilegio para atraer a sus víctimas.
—Nunca debiste
haber visto esto—le susurró el vampiro a la chica.
Un grito. Tan
sólo una exclamación de perfecto dolor y terror fue suficiente para que el
demonio que había visto Elizabeth decidiera parar las cosas, desde un principio
había visto a la muchacha y sabía que Markus la había encarado pero guardaba la
esperanza de que el rubio no la lastimara.
—Déjala
Markus—le dijo el vampiro más alto.
Elizabeth yacía
entre los brazos del vampiro de cabellera rubia quien con ayuda de sus afilados
dedos había realizado un corte en el costado derecho de la chica a la altura del hígado.
—No le hice
nada, sólo fue un rasguñito—le dijo el menor sonriendo.
—No la debiste
tocar, ella no hizo nada. No tenías derecho.
— ¡Cállate, no
la defiendas! ¿No ves que ella te descubrió?—le gritó el rubio.
—Markus,
suéltala.
—Toma tu maldita
humana apestosa—le dijo aventando a la chica contra él.
Elizabeth se
topó con los orbes rojos de aquel vampiro de tez morena y cabello negro, sobre
su frente caían algunos mechones y su mirada se cargaba de una especie de
dulzura.
—Perdónalo, él
no te quiso dañar—dijo al tiempo en que se arrodillaba.
Bernard colocó a
Elizabeth sobre una de sus piernas y su brazo izquierdo, mientras con la mano
desocupada revisaba la herida provocada por Markus. Pero aquello no era nada
grave, tal como lo había dicho el más joven de los dos vampiros tan sólo había
sido un rasguño. Cuando Bernard levantó la mirada en busca de su compañero no
lo encontró, seguramente haría una estupidez sólo por los celos que Elizabeth
le había provocado, porque esa escenita no era más que celos, desde el momento
que Markus se dio cuenta que el moreno no hizo nada por alejar a la chica una
ira que disfrazaba a los extraños celos surgió.
— ¿Qué eres?—le
preguntó la muchacha.
—Un vampiro—le
contestó.
Eso era algo que
Elizabeth se venía pensando desde que lo había visto por primera vez, tan sólo
quería comprobar esa sospecha.
—Tengo que ir a
buscar a Markus o matará a alguien inocente—le dijo tranquilamente el moreno.
—Siempre lo
hacen ¿no es verdad?
Antes de que el
vampiro pudiera responder a ese cuestionamiento un agotado Markus apareció ante
sus ojos y se recargó contra uno de los arboles, en el costado izquierdo
llevaba una bala y en su mano derecha algunos restos de sangre humana.
—Tenemos que
largarnos—dijo con la voz entrecortada y alarmada— un cazador.
—Te dije que
fueras más cuidadoso—le recriminó al rubio—. Te
dejaremos aquí ¿de acuerdo?—le dijo a la chica y ésta lo miró
confundida.
La chica cerró
sus ojos para tranquilizarse, en menos de veinte minutos había estado cara a
cara con dos vampiros y no eran como ella se los imaginaba. Siempre pensó que
de existir esos seres sobre naturales éstos serían unos demonios, que la harían
temblar con su sola presencia y que consumirían hasta su última gota de sangre
pero nada de eso había ocurrido.
—Son
cálidos—susurró la chica luego de abrir los ojos.
Entonces, un
cañón de un revolver se apuntó en su frente a escasos centímetros de tocar su
piel, el seguro no estaba puesto y el dedo en el gatillo anunciaba un cercano
tiro. Un hombre, de piel morena y cabello blanco era quien manejaba el gatillo,
Elizabeth imaginaba a un hombre mayor con varias arrugas en el rostro, y su
acompañante era un adolescente de cabello castaño y ojos azules que portaba
otro revolver y un cuchillo de una peculiar hoja en la otra mano.
— ¿A dónde se
fueron?—preguntó el de cabellos blancos.
—Hay que
matarla—dijo el chico con una voz que a pesar de su juventud sonaba bastante
escalofriante.
—Hannibal
cállate—le ordenó el hombre.
—No sé a dónde
fueron...sólo desaparecieron—dijo la chica.
—Claro que sabes
a donde fueron, me encantaría sacarte hasta la última gota de información de la
manera más divertida—dijo el adolescente con una sonrisa bastante tenebrosa.
—Hannibal—lo
llamó el mayor recriminándole—, veo que te han herido muchacha— se giró a con
el chico—, será mejor llevarla a su casa y atenderla, a ellos ya no los
alcanzaremos.
— ¡Valla
mierda!—gritó molesto el muchacho.
A Elizabeth
aquello le llamaba la atención, los dos hombres eran cazadores según las
palabras de Markus, entonces ¿eran cazadores de vampiros? ¿La herida de Markus
era hecha por ellos? Y sobre todo ¿por
qué Hannibal le daba más miedo que los dos vampiros?
Con ayuda del
hombre mayor la chica llegó a su casa, ahí fue atendida por el mismo hombre de
cabellera blanca y entonces pudo ver que no era tan viejo como ella creía y que
los cabellos en realidad eran de algún tipo de gris plateado muy cercano al
blanco. Por el contrario, el joven tendría algunos 16 años y su mirada aparte
de azul era un tanto helada y sanguinaria.
—Hace unos años
mi prometido murió, tenía un par orificios en el cuello—relató la chica con un
nudo en la garganta— ¿fueron vampiros?
—No creo que sea
pertinente que te responda—dijo el mayor.
—Sí. Lo mataron
los mismos vampiros que viste.
El caza vampiros
de cabellera blanca desvió su vista al muchacho y lo fulminó con la mirada, no
había necesidad de que contestara a la pregunta y mucho menos que le dijera
quien había sido.
— ¿Cómo lo…?
—Es ese de la
foto ¿no?—dijo Hannibal señalando una fotografía sobre el librero de la
estancia, a lo que la chica asintió—. Lo recuerdo, fue mi primer caso.
—Nosotros nos
encargamos de erradicar a esos demonios bebe-sangre—comenzó a hablar el mayor—,
somos entrenados para dominar tanto artes físicas como místicas que nos
permitan purificar a los espíritus negros que forman a un vampiro y de esa
forma logramos erradicarlos por completo.
—La purificación
no es tan—dijo Hannibal sosteniendo una manzana que había tomado de la canasta
sobre la mesa del comedor—. Un vampiros se conforma de “espíritus” blancos y
“espíritus” negros, salvamos a los negros y sellamos a los negros.
—Hannibal—dijo
el de cabello blanco apretando sus dientes—, sólo….ya no digas más.
—De acuerdo
anciano, pero te saldrán arrugas.
—Ese vampiro
rubio…olía a manzana—dijo la chica en un tono bajo.
— ¿Cómo?
—Dijo que olían
a manzanas—susurró Hannibal.
— ¿Detectaste su
olor?—la chica asintió—. Dime a que huele Hannibal.
Elizabeth miró
confundida a los dos hombres que estaban frente a ella, todo parecía tan
bizarro que parecía más un sueño que un episodio de la realidad ¿o en realidad
estaba durmiendo? No, aquello se sentía real por más extraña que hubiera sido
aquella noche.
—A madera, algo
como roble—dijo la muchacha luego de cerrar los ojos.
— ¿Nunca has
sentido la necesidad de acabar con quien mató a tu prometido?—cuestionó el de
cabello blanco centrando sus ojos negros en la muchacha.
—Sí.
—Únete a
nosotros—le dijo el mayor.
***
En la posada de
Saint Agust, los caza vampiros despertaban casi al atardecer luego de una noche
de acción donde sellaron a dos vampiros. Nirvana fue la primera en levantarse
aunque fue la última en estar lista, pues se había dado un ducha que parecía
eterna.
—Bendice Dios
nuestros alimentos—susurraron Anaya y Joel al mismo tiempo.
—Hannibal
podrías comer un poco más como persona y menos como un animal ¿no crees?—dijo
escuetamente el de lentes.
—Si no quieres
tener mi katana atravesándote el corazón será mejor que te calles esa chula
boquita—le contestó el castaño aún con comida en la boca.
—Dejen los
parloteos para otro día que me duele la cabeza—dijo Nirvana entrando al
comedor.
Los presentes se
callaron, si había algo peor que Hannibal enfurecido quizás podría ser Nirvana
enfurecida, ambos daban un miedo sepulcral.
—Ha llegado un
pergamino del Consejo—dijo Amy a la entrada del comedor.
La pequeña niña
sostenía entre sus manos un pergamino atado con una cinta roja, lo que indicaba
que la misión sería de alto rango, una misión tipo Beta. Entonces, sin siquiera haber probado su
plato, la líder del grupo se puso de pie y se encaminó hacia la adolescente
quien le extendió el pergamino. Nirvana desató el lazo rojo con mucho cuidado,
casi como si se tratara de una pieza exótica de porcelana, luego lo desenrollo
y leyó la caligrafía perfecta que se le presentaba.
Presuntamente se ha localizado cerca de Derby a los
vampiros de rango Beta: Jared “Whisper“, Markus “lady-killer” y Bernard “poison”.
El cuerpo encontrado será analizado y se espera recabar más datos, por el
momento se les ordena la búsqueda y captura de dichos vampiros, así como su
purificación.
—Bernard—susurró
quedamente la líder.
— ¿Pasa algo
malo?—preguntó Anhaya al ver el semblante de la otra mujer.
—No nada, sólo
que esperaba más vacaciones—dijo Nirvana con una de sus típicas sonrisas
despreocupadas y al mismo tiempo intentó imprimirle cierto fastidio.
—
¿Misión?—preguntó Hannibal luego de dejar de chupar un hueso, estaba muy
emocionado.
—Sí. Iremos a Derby.
Apenas
terminaron sus alimentos los caza-vampiros se levantaron directo a empacar sus
pertenencias, tomarían el tren a las ocho de la noche.
En la habitación
de Nirvana la líder del grupo de caza-vampiros trataba de empacar los
pergaminos y libros viejos propiedad de su antiguo maestro y que en esos
momentos le pertenecían a ella por completo. Pero eso era casi imposible, no
dejaba de pensar en algo o más bien en alguien.
—Bernard…—susurró
sin darse cuenta.
Los recuerdos
que guardaba de ese vampiro no se ensombrecían con el tiempo ni siquiera
parecían desteñirse al pasar el tiempo. Lo recordaba perfectamente.
Habían pasado
dos años desde que se había vuelto parte del grupo de caza-vampiros, según su
mentor, Ronald J. S. Proust, un hombre de algunos cincuenta y tantos de
cabellera blanca y rostro pincelado por los plegamientos de piel que formaban
sus arrugas, se mismo hombre que junto con Hannibal le había hablado por
primera vez de la realidad de los vampiros, Elizabeth poseía una singular
habilidad poco habida a lo largo de Reino Unido. Elizabeth era muy sensible a
los olores desprendidos por los espíritus, tanto buenos como malos y esto radicaba
en los propios espíritus que conformaban su alma.
—Existen
principalmente tres tipos de almas—le dijo un día su mentor—, las almas
constituidas sólo por energía, lo cual constituye un solo espíritu henki, como la gran mayoría de las
personas; las almas que se forman a partir de varios espíritus buenos o de
luz que se acoplan al henki, esto desde el nacimiento o a lo
largo de la vida y se les llama –ziel;
y por último, tenemos a las almas formadas por espíritus malignos que forman un
alma, llamados teuflisch.
— ¿Cuál es la
diferencia de un alma a un espíritu?—preguntó la chica un tanto avergonzada de
ello.
—Las almas
tienen un cuerpo, una forma material, en cambio los espíritus son algo así como
el aire, no tienen ninguna delimitación o forma ni tampoco una convicción, sólo
un alma puede tener lo que llamamos instintos. Pero cuando son varios espíritus
los que conforman al alma, como la de los humanos, ésta adquiere además
sentimientos, deseos y demás.
— ¿Los vampiros
son del tercer tipo de alma?—cuestionó la muchacha luego de una pausa
prolongada.
—Las almas teuflisch están desequilibradas, los espíritus
malignos siempre han existido pero cuando lograron conformar un alma casi como
la de un humano, entonces todo se desestabilizó—el señor cerró los ojos
mientras aspiraba profundamente—. Los vampiros son incapaces de mantener su
forma corpórea, se alimentan de los humanos para despojarlos de sus espíritus y
así logran un equilibrio que permite que sigan con esa forma y su alma de
alguna forma intacta.
—Esos dos
vampiros que mataron a James ¿son casi humanos?—preguntó la chica.
— ¿Te parece
humano despojar a un ser inocente de su sangre para obtener su energía vital al
mismo tiempo que le arrancas el alma?—preguntó el hombre—. Son unos salvajes
Elizabeth, unos completos demonios que debemos erradicar, ellos mataron a tu
prometido.
—Sí, lo sé.
Ronald se volvió
el mentor de la chica apenas ingresó en esa casona de estilo victoriano en
Londres. Día a día se encargó de mejorar sus aptitudes físicas así como
aprendió a manejar su potencial respecto al manejo de los espíritus y energías.
—Cuando un alma ziel desarrolla y amplifica la capacidad
de sus espíritus y la energía propia o externa, aun si es inconscientemente,
puede hacer diversos hechizos e invocaciones—miró a la chica con intensidad—.
Nunca debes usar tus habilidades para dañar o perjudicar a alguna persona y
mucho menos en beneficio propio, debes entender que sólo es permitido usar esos
“poderes” para acabar con un vampiro. De lo contrario, el consejo te matará al
instante.
Y Elizabeth
pronto se convirtió en una de los mejores aprendices de ese centro. Siempre
obediente y deseosa de aprender lo necesario para matar a Bernard y a Markus.
—Elizabeth, a
partir de este momento te conviertes en una cazadora de vampiros—susurró uno de
los miembros del consejo luego de la que la joven pronunciara su juramento.
—A partir de
este momento tu nombre será Nirvana, vivirás para hacer justicia, para
erradicar a esos demonios. Y al final de esta vida, quizás habrás logrado
hacerle justicia a Elizabeth Cowell—sentenció su mentor.
Nirvana. Desde
ese momento, a los veinticuatro años de edad, sería una de las grandes
caza-vampiros llegando a superar a su maestro en habilidad y liderazgo. Días
después de la ceremonia de integración, Nirvana fue integrada al equipo que
comandaría su mentor, junto con Hannibal y otros tres chicos que levaban meses
desde su integración como caza-vampiros.
Su primera
misión era sencilla, tan sólo tenían que purificar a una vampiresa que llevaba
tres días de haber sido convertida, se encontraba en los límites de Irlanda. Tardaron
un día más en llegar ahí y encontrarla, era una muchacha de escasos doce años
con piel muy blanca y ojos tan rojos como la sangre que cubría sus extremidades
y su ropa, con el cabello rojizo bastante desordenado y ondeando levemente a
causa de una ligera brisa que anunciaba una repentina lluvia.
Hannibal sin
duda era talentoso, se movía rápidamente pero se dejaba herir y provocaba a la
joven vampiro para que produjera esos embates salvajes con los que esgrimía sus
garras y sus afilados dientes sin algún orden de ataque, tan sólo al frente
como un torbellino dispuesto a destruir lo que se pusiera enfrente. No tan
diferente de lo que había Hannibal.
— ¡Deja de
jugar!—gritó Nirvana exasperada.
Con un
movimiento rápido extendió una katana para atravesarle el pecho ante la mirada
cargada de resentimiento e ira que Hannibal le propinaba. Entonces su mentor y
líder prosiguió a la purificación.
—Listo—dijo uno
de los chicos.
—Hay otros
vampiros cerca—dijo Nirvana en medio de los comentarios de sus compañeros—, son
tres.
Jared, Markus y
Bernard. Por capricho del último irían a Edimburgo, pues como siempre el rubio
se había opuesto tajantemente a ir más allá de los límites de Irlanda, ¿para
qué salir de Inglaterra? Se preguntaba una y otra vez. Pero Bernard era un
vampiro que encontraba cierta satisfacción cada vez que Markus hacía gala de su
inmadurez y se disponía a hacer una escenita plagada de berrinches, infantiles
berrinches seguidos de varios insultos en contra del vampiro de cabellera
negra.
—Se acercan—dijo
la joven y sus compañeros adoptaron una posición de batalla.
—Tengo
hambre—dijo Markus—, mi garganta quema…
A Bernard no le
agradaba nada tener que atacar a ese grupo de caza-vampiros en busca de un poco
de sangre, pero Markus se había puesto reacio a tomar sangre en los últimos
tres días como muestra de su desacuerdo al ir a Edimburgo y ahora aquello hacía
mella en su organismo.
—No tiene porque
robar su alma—susurró Jared—. Tan sólo le hace falta sangre.
Y Hannibal no
supo cuando el vampiro castaño le atacó por la espalda dejándolo noqueado. Los
otros miraron al vampiro y se lanzaron al ataque, pero los otros dos vampiros
aparecieron e hicieron frente a los embates de sus enemigos. Bernard logró
herir a Ronald logrando que éste se doblegara y callera al suelo.
— ¡Maestro!—gritó
Nirvana para ir en su auxilio.
—No te preocupes
por él—dijo Markus al lado del hombre—, tan sólo beberé hasta la última gota de
su sangre.
Y su sonrisa no
tenía nada de agradable, era una mueca demoniaca que desentonaba con la belleza
de su rostro.
—No le hagas
nada a la chica y dedícate a beber la sangre del viejo—dijo Bernard luchando
contra un caza-vampiro.
— ¡Cállate, bastardo
idiota!—le gritó el rubio—. Tú—dijo señalando a la chica—, primero te dejó
vivir, luego te sonrió, te deja vivir ahora.
—No entien…
—Le
gustas—susurró el rubio a su oído cortándole las palabras que pensaba decir—,
pero a ti también te gusta.
Lo iba a negar,
iba a decirle a ese vampiro que se equivocaba con sus palabras pero la mirada
de odio que le profesó la dejó helada. Luego sintió un golpe que le ardió en la
mejilla y se dio cuenta que el vampiro la había abofeteado.
—Te odio humana
estúpida—dijo antes de clavar sus colmillos en el cuello de Ronald.
Como pudo
Nirvana levantó su katana dispuesta a cortarle la cabeza a ese vampiro que le
estaba robando la vida a su maestro, al que había querido casi como a un padre,
nunca le perdonaría a Markus aquello, era la segunda vez que le arrancaba la
vida a alguien que ella amaba.
—Perdónalo—dijo
alguien impidiendo su avance.
Bernard escondía
su mirada de la vista de la chica, mientras con su mano rodeaba la hoja de la
katana aunque esta le hubiera producido un corte. Se sentía cálido. El vampiro
de cabellos negros que caían sobre su frente impedía que Nirvana siguiera
avanzando, casi estaba pegada a su pecho recibiendo el poco calor que el
vampiro era capaz de generar.
— Sólo está
celoso—le susurró apenas audible—, y tú tienes la culpa por ser tan bella.
Se sonrojó.
Acaban de matar a su maestro y ella se había sonrojado porque uno de los
vampiros que mataron al amor de su vida le dijo que era bella. No era bella,
era una idiota.
—Aléjate de mí
demonio—le dijo apartándolo de su cuerpo.
—Déjame
matarla—dijo Markus sin dejar de verla con odio, su boca estaba llena de
sangre.
—No. Es hora de
irnos.
—Algún día
cazadora de vampiros, algún día te mataré y haré que los buitres se coman tu
carne.
Entonces
desaparecieron.
Nunca volvió a
saber de ellos hasta el día en que leyó frente a su nuevo equipo el pergamino
que Amy le había dado. Sabía de sobre manera lo poderosos que era esos
vampiros, después de todo eran clase Beta, pero sobre todo sabía que Markus se
esforzaría por cumplir su promesa y Bernard, él se esforzaría por detenerlo.
¿Se amaban?
¿Bernard amaba a Markus? Siempre tuvo la impresión de que la cosa era al revés,
pero ¿ella sentía algo por el vampiro que apenas había visto dos veces? No, no lo
amaba pero no podía negar que había algo en ese vampiro que le agradaba.
—Puras
mierdas—dijo ella en su habitación—. Les cortaremos la cabeza o apuñalaremos su
corazón y luego los sellaremos.
Quizás así
sería, tal vez había llegado el tiempo de que ella obtuviera una justicia para
Elizabeth. Había llegado el momento de la venganza.
***
—No puedes
seguir siendo tan irresponsable—le dijo casi al oído.
—Tenía hambre
Bernard—dijo el rubio apartando a su compañero.
—Si los
cazadores se enteran comenzaran a seguir nuestro rastro.
—Ya lo sé.
—Parece que
no—dijo Bernard exasperado—, tampoco debes dejar de comer.
—Si como—dijo
rápidamente Markus—, ¡ya lárgate!
—No, no comes,
sólo haces como si lo hicieras, por eso hoy hiciste esa estupidez.
— ¿Ya acabaste?
Porque si es así, puedes ir largándote de mi habitación.
—Sí, ya terminé.
Con rápidos
movimientos el moreno se puso a horcadas sobre el rubio mirándolo fijamente.
—No vuelvas a
hacer eso, me preocupa—dijo lo suficientemente alto para que el rubio escuchara
y mostrara esa sorpresa seguida de una sonrisa arrogante—. Además si no te
controlas puedes dañar a Skandar y yo no podría detener a Jared cuando intente
matarte.
—No necesito que
me cuides—espetó Markus.
—No, pero en el
fondo—se agachó para besarlo—, muy en el fondo te gusta que lo haga.
Y desapareció.
—Idiota, no
sabes cuánto te…—dijo cerrando sus ojos— odio.
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