lunes, 31 de octubre de 2011

Lazos rojos— Capítulo 6


Esto es una aproximación a como serían Amy, Joseph, Hannibal, Anhaya y Joel....falta Nirvana, pero aún no la termino de editar, así que por lo pronto les dejo al resto.












Se siente como que no hubiéramos vivido?
Se ve como que solo hemos empezado?
Se siente como que no hubiéramos vivido?
Se ve como que solo hemos empezado?
Está solo comenzando
R-Evelove 30 // seconds to mars 


Capítulo 6 
Sin señales de advertencia

Muy poca luz lograba filtrarse dentro del recinto, afuera el firmamento caprichoso  se empeñaba en mostrar sus adornos luminosos en aquel momento del día como todos los anteriores. Dentro de la Iglesia de St. Helen Bishopgate una silueta humana apenas se distinguía entre las sombras que curvaban aquel lugar, con la vista fija en los arcos góticos que dotaban de belleza a esa Iglesia un joven más adulto que el otro había dirigido su mano a uno de sus bolsillos para tomar su cajetilla de cigarros.

—No fumes aquí—dijo el menor.

—No me molestes—le contestó su compañero aspirando su cigarro—, es relajante hacerlo, velo como un premio o algo así.

— ¿Un premio por matar un vampiro? Estás tocado—le contestó el chico con los puños dentro de sus bolsillos—, en todo caso el premio también sería mío.

El mayor, que tendría más de veinte años, se acercó al muchacho y le propinó una bofetada que resonó impulsada por la acústica. A Hannibal no le había agradado en lo más mínimo las últimas palabras del muchacho, como si él no hubiera hecho nada, cuando la realidad era que el mayor podría aniquilar a cualquier enemigo que se le presentara, o por lo menos eso pensaba él.

Entonces Joel envolvió su mirada con odio ante las acciones de su compañero y alzó el puño contra su hígado para golpearle pero Hannibal era más rápido y logró esquivar el golpe, tomó la muñeca del muchacho y la giró para torcérsela y que quedara de espaldas a él. Pero el hombre de más edad no dejó las cosas así, empujó al muchacho contra la pared antes de que Joel lograra conectar una patada hacía atrás haciendo que se diera de lleno contra un muro. El siguiente movimiento que el muchacho logró llevar a cabo fue desenfundar la pistola que llevaba cerca del coxis entre el pantalón y su cuerpo. Una bala salió disparada y se incrustó justo en el respaldo de una banca de madera, pues Hannibal había esquivado con maestría el proyectil.

— ¡Ustedes dos, paren ahora!—gritó alguien con voz femenina.

Ambos hombres voltearon hacia la entrada en cuanto escucharon la voz, la pistola de Joel fue bajada al instante por él mismo y entonces despegó la vista de las personas que recién habían llegado.

Justo en la entrada había cuatro personas que observaban reprobatoriamente la escena que los otros dos habían montado. La primera era una joven pelirroja de piel muy blanca, aunque lo que más llamaba la atención eran sus ojos de un verde muy intenso y el aura melancólica que la envolvía en algunas ocasiones. A su lado se encontraba Amy, una chica de trece años que llevaba poco tiempo en el grupo, era la más callada y analítica del equipo; por otra parte estaba Nirvana, la mujer de más edad, que se caracterizaba por utilizar un vestuario que dejaba poco a la imaginación, además de una actitud despreocupada aunque por momentos se volvía una tirana perfeccionista. Y por último, Joshep, un joven de cabello castaño que tenía la manía de quitarse la cutícula de las uñas con los dientes.

—Uno no los puede dejar unos minutos solos porque  terminan matándose—dijo Anhaya, mientras acomodaba su fleco pelirrojo.

— ¡Fue culpa de Hannibal!—gritó el muchacho de cabellos rojos como sangre.

—Dices lo mismo siempre—intervino el joven que venía con las mujeres.

—No hay excusas, sólo espero que hayan limpiado cualquier cosa sospechosa—dijo la mujer más grande—, tengo ganas de dormir.

—Siempre duermes—le replicó Joel.

— ¿Tú quieres un castigo memorable?—dijo Nirvana.

—Hermano calla de una buena vez—le reprendió Anhaya.

— ¿La estupidez viene en paquete con la edad?—dijo Amy con la seriedad que la caracterizaba.

—Vámonos—dijo Nirvana seriamente—, ¡comiencen a caminar  holgazanes!

— ¿Acaso no es ella más floja que nosotros?—le susurró Joseph a Joel.

— ¡Ustedes dos cállense o les patearé el trasero!—gritó nuevamente la líder.


Entre las sombras de la noche dejaron el recinto eclesiástico para dirigirse a otro lugar un poco más alejado que aquello, de esa forma la sangre que más de una hora atrás había cubierto el suelo de la iglesia de doble nave había desaparecido junto con cualquier rastro de la pelea que se había mantenido ahí.

Hannibal salió de la iglesia de St. Helen con las manos dentro de sus bolsillos, su cadera iba hacia adelante mientras sus ojos parecían no estar atentos a nada; la cadena rota que antes iba del cinturón a uno de los bolsillos resonaba de forma apenas perceptible y gracias a la luz de la luna los adornos metálicos de sus ropas resaltaban, desde la calavera de su cinto hasta el reloj que parecía tener alguna forma parecida. Caminó sólo dejando atrás a sus compañeros muy atrás, de todas formas no era que él fuera especialmente sociable, de hecho las relaciones no se le daban muy bien, parecía no estar hecho para soportar la compañía humana o a cualquier ser vivo. Desde lo lejos, la pequeña de largos cabellos negros y ojos especialmente extraños, pues eran de un tono que rayaba en el rojo, atendía con la mirada los movimientos de su compañero, quien le resultaba extrañamente perturbador e interesante. Lo último que Amy logró ver del mayor de los hombres fue su cabellera platinada, casi gris, desaparecer al doblar una esquina.

— ¿A dónde va?—preguntó la puberta.

—Por su motocicleta—le respondió el muchacho de cabello castaño.

— ¡Les he dicho que caminen!— gritó Nirvana viendo su reloj.

El pequeño grupo llegó a un hotel modesto alejados de la iglesia que habían teñido de rojo, las puertas estaban cerradas, las luces apagadas y la gente dormía en sus habitaciones. Entonces, con el mayor sigilo se dirigieron a sus habitaciones, Amy y Anahya compartían una habitación, Joel y Joseph dormían en la habitación de al lado y Nirvana y Hannibal poseían un cuarto para cada uno pues a ninguno le gustaba compartir habitación, aunque sus motivos eran diferentes.

La noche cada vez adquiría más claridad a medida que el tiempo transcurría alcanzándose a ver los primeros destellos que ostentaba un amarillo bastante claro casi como el color del marfil se degradaba para poder unirse con la lluvia de tonos azules que esa mañana se presentaban en el cielo de Londres. El ritmo de vida de esa urbe había comenzado antes de que el sol hiciera su entrada en el firmamento, desde mucho antes había gente despierta iniciando con su jornada, pero el peculiar grupo que había pasado la noche cansado vampiros se encontraba descansando. Con la brisa matutina que se lograba colar por la ventana de la habitación que Anahya y Amy compartían, la más joven se mantenía dormida descansado luego de una noche agotadora mientras la mayor miraba hacia el techo sin llegar a desterrar los recuerdos que le azotaban a cada momento.

— ¡Va hacia ti Anhaya!—gritó Nirvana desde el techo de una tienda sobre la Oxford Street.

Dos orbes que semejaban un par de rubíes incandescentes aparecieron entre el callejón, la chica pelirroja tenía su espalda prácticamente apoyada contra el muro que cerraba aquella callejuela y la convertía en un callejón, dio un paso al frente y apuntó su arma con gran rapidez dispuesta a efectuar un disparo de larga distancia si era necesario, aunque ella prefería los disparos a quemarropa. Se escucharon dos disparos provenientes de la Colt 45 seguidos de un grito que parecía más un aullido. Anhaya le había dado en el torso, una de las balas se había alojado en una costilla mientras que la otra logro escabullirse hasta penetrar el pulmón, pero eso no era suficiente para matarlo porque de esa forma sólo sufriría un poco y su sanación casi instantánea podría salvarle la vida. Las balas impedían que el vampiro se moviera gracias a los hechizos que llevaban consigo, así que mientras los otros exterminaban a otro vampiro, que aparentaba más de cuarenta años al igual que el que la pelirroja tenía frente así, Joseph se acercó  por la espalda y ambos desenfundaron unas wakizashis, en el caso de la chica la llevaba en la cintura y destacando el inusual color azul celeste de la saya mismo que se encontraba en los mekunis, todo lo contrario de la wakazashi conservadora que Joseph poseía. Los dos cazadores esgrimieron sus armas contra el vampiro al mismo tiempo logrando apuñalar su corazón y cortarle la cabeza.

El corte que Anahya había hecho en el cuello del vampiro había sido lo suficientemente fuerte y rápido como para lograr arrancarle la cabeza. El cuerpo había quedado en el suelo sobre un manto de su propia sangre, pero como el vampiro pronto tendría que tomar su sueño la sangre tenía un color oscuro y olía bastante mal. Por su parte, el corazón que había sido atravesado todavía latía pero eso sólo aceleraba la hemorragia.

—Odio cuando pasa esto—dijo Joseph sacando una cadena de la que colgaba una medalla con un símbolo extraño.

Ambos jóvenes comenzaron a entonar una especie de cantico en susurros, al poco tiempo un destello de luz azul comenzó a emanar de la sangre y el cuerpo del vampiro se iluminó pero duró apenas unos segundos cuando unas pequeñas bolas de luz se empezaron a elevar al tiempo que una masa negra de energía parecía dar pincelazos y terminaba entre las manos de Anahya quien parecía formar una esfera con sus manos, esa energía negra se arremolinaba como atraída por una fuerza extraña.

Entonces Joseph cubrió con una sus manos la medalla y unas pequeñas paredes de cristal se formaron alrededor de la esfera negra que se había formado entre las manos de Anahya y formaron un cubo.

—Salió bien—musitó Joseph y corrió a con la pelirroja a sostenerle pues se había desvanecido.

— ¿Se ha desmayado?—preguntó Nirvana con un  dulce en la boca que tenía forma de un palillo pequeño.

—No, pero está débil—dijo el muchacho.

—Vale, vale, ¿es que no puedes comer bien antes de alguna misión?—le recriminó la mujer como aburrida de esa situación—. Que se coma un chocolate—dijo antes de lanzar un bostezo.

—Son lentos—dijo Amy con voz cansina mientras guardaba su colt 45 y volvía a envainar la katana que momentos antes había usado para clavar al vampiro contra un árbol para luego llevar a cabo el ritual.

Entonces la pelirroja la miró directamente, vio desde su vientre hasta sus ojos dándose cuenta que Amy estaba limpia y ni una sola gota de sangre le había manchado, además el tono rojizo de los ojos de la adolescente siempre le provocaba cierto temor, pues se parecían a los de los vampiros luego de ingerir alguna dosis de sangre humana. La chica le daba escalofríos, siempre parecía estar ausente como si fuera una niña autista y  si a eso le agregamos sus ojos especialmente rojizos, Anhaya parecía tener motivos para que de vez en cuando Amy le diera escalofríos o le sacara algún susto imprevisto.

Saliendo de sus recuerdos, la chica de cabellos rojos  regresó a su cama y se echó en ella curvando su cuerpo hasta tomar una posición fetal. Sus rodillas casi le tocaban el pecho y eran cubiertas por unas silenciosas lágrimas.

Tres años atrás, Anhaya se había visto forzada a formar parte del grupo de cazadores, luego de un gran incidente ocurrido un año atrás.

Una tormenta había comenzado desde el ocaso del día, desde la tarde los nubarrones grises habían colmado el cielo y poco antes de que el sol se escondiera comenzaron a aparecer relámpagos y truenos. El viento soplaba fuertemente y las ramas  de los árboles se movían a su compás. Un relámpago los había dejado sin luz y se alumbraban con las llamas de las velas que habían encontrado en la cocina.

Joel hacía casi todos los deberes de la casa porque sus dos padres trabajaban desde la mañana hasta el anochecer y su hermana tenía poco tiempo de haber dado a luz, su marido había muerto en un incidente dentro de la fábrica donde trabajaba pero no les habían dado la indemnización correspondiente y el dinero para el abogado no era fácil conseguirlo así que jamás se llegó a los tribunales. Esa noche, el muchacho de tan sólo quince años se había encargado de cerrar todas las puertas y ventanas, lavar los trastes de la comida, desconectar los aparatos eléctricos y encontrar las velas para iluminarse. Cuando terminó de hacer su tarea, que por cierto tuvo que hacer entre la penumbra apenas iluminada, subió al cuarto de su hermana para ver como se encontraba.

—Hola Ana—le dijo el joven.

—Hola Joel—dijo la chica algo somnolienta— ven, pasa.

— ¿El pequeñín aún está dormido?—preguntó el muchacho.

—No se despierta con nada—le contestó su hermana.

Afuera, el sonido de un motor rompió con los lamentos del aire y los gritos de los truenos, los muchachos se miraron sonrientes. Sus padres habían llegado ya.

Un fuerte golpe seguido de un grito ensordecedor apagado por un trueno hizo que Joel volteará hacia la calle, de pronto se escuchó un grito horrorizado y el chico se pegó contra la ventana para saber qué era lo que estaba pasando ahí.

El cielo se iluminó con un relámpago y Joel vio como el suelo se había teñido de rojo, el agua que corría por la calle era roja y sobre la camioneta de sus padres había restos humanos, cerca de una de las llantas delanteras había quedado una cabeza. El muchacho se cubrió la boca para no gritar y de inmediato comenzó a llorar, mientras su hermana lo veía alarmada sin poder moverse pues la cesaría aún no sanaba.

— ¡¿Qué pasa?!—gritó Anhaya.

— ¡Cállate!—le dijo Joel con el rostro totalmente desencajado—. No te muevas de aquí.

—Joel ¿qué pasa?

—No lo sé.

Entonces se escuchó como rompieron la puerta de la entrada, el viento e agitaba con más fuerza y los relámpagos  iluminaban efímeramente la casa. Joel se quedó en las escaleras, vio a dos hombres muy altos de cabellos rubios y ojos rojos como demonios que se encontraban parados en el recibidor, en un momento en que un relámpago hizo acto de presencia el muchacho logró ver como un riachuelo de sangre corría por la comisura de sus labios hacía el suelo, ambos demonios sonrieron y el chico vio con terror los colmillos que ambos portaban.

De pronto uno de ellos se encontraba frente a él y le propinó un golpe directo a la zona blanda de su costado, que lo hizo encorvarse por el dolor intenso que sintió, un golpe más le hizo caer de rodillas sin poder respirar y una patada en su mandíbula terminó por mandarlo a estrellarse contra la pared. Estremeciéndose Joel vio como los dos demonios con forma de hombre avanzaban por las escaleras.

Anhaya tenía un rosario entre sus manos y con sus brazos rodeaba a su pequeño bebe de apenas unos meses de nacido, el pequeño había despertado y acariciaba las mejillas de su madre, quien tenía un miedo terrible y ni siquiera sabía lo que estaba aconteciendo.

  La puerta de su habitación se abrió de pronto provocando una corriente de aire que apagó la vela e hizo llorar al bebe. Cuatro orbes rojas aparecieron entonces y la muchacha sólo atinó a apegarse más al bebe a su pecho.

Lo siguiente sucedió muy rápido. Uno de esos hombres demoniacos le arrancó al bebe de los brazos aunque el pequeño lloraba y gritaba desesperadamente, mientras Anhaya hacía lo propio. Los berridos del infante irrumpían con violencia en los oídos de la inconsolable madre, aunque poco duraron pues unos colmillos se clavaron en su hombro mientras los del otro vampiro se hundían en su pecho arrancando un grito desgarrador de la garganta de Anhaya, quien con todo el dolor que el abdomen le proporcionaba se puso a gatas sobre la cama para moverse hasta llegar al borde de la misma. Su brazo derecho se izó tratando en vano de alcanzar a su pequeño, haciendo un esfuerzo sobre humano para lograrlo. Sus ojos apenas distinguían algo más que el fulgor rojizo de los ojos endemoniados de los vampiros por la gran cantidad de lágrimas que salían de sus propios ojos cual caudal de un río. El llanto del bebe se ahogó cuando la sangre le comenzó a entrar a los pulmones a causa de las perforaciones que uno de los demonios le había hecho en el pecho, las cuales habían llegado hasta el pulmón izquierdo. Parecía que el pequeño se ahogaba.

Y cuando ni un solo ruido resultaba de la pequeña boca ambos demonios se despegaron del diminuto cuerpo haciendo que Anhaya entrara en un tremendo shock. Sus ojos casi salían de sus propias orbitas, su boca estaba abierta y seca mientras que su cuerpo no dejaba de temblar. Cuando un relámpago iluminó el cielo y la luz se coló por la ventana, Anhaya vio a dos hombres adultos con sangre escurriendo por su boca a lo largo de la barbilla y goteando hacia el suelo, en los brazos de uno descansaba un bulto cubierto de un líquido carmesí proveniente de su pequeño cuerpo.

Con todas las fuerzas que le restaban, la chica soltó un grito que pareció desgarrarle la garganta; todo el dolor y la agonía se sostuvieron en un grito que se escuchó a pesar de las intensas lluvias. Anhaya cerró sus ojos en el momento en que su boca se abrió para dejar escapar ese sufrimiento y frustración que convertían a su alma en presa de la más profunda tortura que alguna mujer pudiera sentir; y no supo en qué momento la oscuridad la envolvió con su manto y se volvió algo normal, como un sueño que parecía no tener fin.

Seis meses después, Anhaya despertó y lo primero que vio fue una enorme luz blanca frente a ella, no podía mover su cuerpo y todo parecía confuso. Poco a poco las imágenes se fueron aclarando y logró mover su cabeza a los lados encontrándose con su hermano dormido a su costado con un libro entre las manos, las paredes eran blancas y al fijar su vista al frente, luego de enderezar su cabeza, logró ver una frazada de un verde muy pálido que cubría su cuerpo.

— ¡Ha despertado!—dijo una mujer en la entrada de la habitación.

La mujer llevaba una vestimenta de enfermera así que la muchacha de cabello rojizo se encontraba en un hospital. La enfermera no tardó demasiado en llamar al doctor y hacerle los chequeos necesarios, luego de varios estudios su hermano pudo estrecharla entre sus brazos.

—Parker murió ¿verdad?—preguntó la chica.

Su hermano se sorprendió de aquella pregunta, la verdad que no lo esperaba.

—Eso es un sí—dijo la chica como afirmación mirando a los ojos de su hermano quien se había sentado en un borde de la cama.

—Sí…

— ¿Qué pasó?—cuestionó Anhaya.

—Unos vampiros mataron a papá y a mamá y luego fueron por tu bebé—las lagrimas se comenzaron a anunciar—, yo quedé muy golpeado y estuve un tiempo en observación porque tenía una contusión en la cabeza y tu caíste en estado catatónico por más de seis meses.

— ¿Unos vampiros?—la sangre, pequeñas escenas entrecortadas y confusas me mostraban sangre al por mayor.

—Sí—le miré confundida y reprochándole como si me hubiera hecho una broma—, sé que es algo increíble pero se tomaron la sangre de nuestros padres y a tu bebe lo dejaron casi seco.

—Eso no…

—Anhaya mejor duérmete, yo no debí contarte todo eso.

—Quiero matar a esos malditos—dijo la chica aferrando entre sus manos la sábana que cubría su cuerpo.

Cerró sus ojos, el dolor que sentía en aquellos momentos no era algo que pudiera controlar y sumergirse en las penumbras de un sueño donde intentaba alejarse del vacío que le llenaba era la opción menos dolorosa.

De nuevo en Londres los ojos de la chica soltaban algunas lágrimas que no podían ser retenidas. Había decidido vengar la muerte de su familia, de las personas que tanto quería.

Un nuevo día comenzaba y con ello un día más de vivir con el sufrimiento a flor de piel, pero no había más remedio pues con ese tipo de dolor tan sólo se puede aprender a vivir. 

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