Sé un héroe
mata tu ego
no importa
paquete de mentiras
construye
es todo un
una nueva base
roba un rostro nuevo
no importa
todo es para salvarte
Year Zero // 30 Seconds to Mars
Capítulo 9
Verdades de fuego
Siempre le
gustó el silencio, era muy agradable esa tranquilidad que trasmitía la carencia
de sonidos, por ese motivo había seleccionado esa enorme casa en una de las
zonas menos ruidosas de York, además de que dentro de la casa los sonidos
parecían perderse. Sí, esa casa era perfecta. Sin embargo, el señor Rosenwald
se vio forzado a usar esa hermosa casona como una posada luego de una mala
inversión, pero a pesar de eso la tranquilidad era frecuente.
Pero como
todo lo bueno termina por acabarse, esa noche vio interrumpido su sueño por
unos insistentes golpes en la puerta de la entrada, quiso ignorarlos pero
aquello pareció imposible cuando escuchó cómo un jovencillo gritaba desde
afuera.
—¡¿Es que
nadie piensa abrir?!—gritó el joven. Se escuchaba algo exasperado.
Sin
esperanzas de poder dormir con el alboroto que ese molesto chico estaba
causando en su propiedad, el señor Rosenwald se levantó con visible disgusto y
tras tomar su bata se encaminó a la puerta, no sin antes tomar la escopeta que
poseía “por si las dudas” se dijo a si mismo. Y es que a pesar de que se
suponía los sonidos lograban desvanecerse apenas cruzaban el umbral de la casa,
parecía que esa vez se hacia una enorme excepción.
Con los
nervios crispados ante el constante golpeteo que se llevaba la puerta de madera
y cuyo eco resonaba en cada rincón por el que el señor Rosenwald cruzara, se
acercó a la puerta y tras sacar sus llaves para abrir la puerta y, quizás, darle
un buen sermón al mocoso que se atrevía a levantarlo a altas horas de la noche.
—¿Por qué
vienes a estas horas de la noche a tocar mi puerta muchacho despreocupado y
escandaloso?—dijo el hombre sin detenerse a ver a los que estaban frente a él.
Un muchacho
alto y de cabello castaño sostenía la mano de otro chico, mucho más joven, pero
de cabellos más claros y ojos azules, puesto que los del otro eran negros. A un
lado de estos un muchacho de musculatura intimidante sostenía con ambos brazos
a un chico más menudo y rubio quien pataleaba por liberarse de esos dos brazos
de hierro que lo sostenían.
—¡Suéltame
Bernard!—le dijo el rubio forcejeando.
—¿Quiénes
son?—preguntó el viejo sin dejar de lado esa ceja levantada que había aparecido
tras examinar a los presentes.
—Discúlpenos—dijo
Bernard lo más cordial que pudo sin soltar al rubio.
—¿Usted
atiende la posada?—dijo el más pequeño.
—Así es
jovencito…
—Queríamos
una habitación—musitó el rubio libre de los brazos de Bernard.
—Markus es
de mala educación interrumpir a la gente cuando habla…
—¿Me lo
dices tú?—le dijo el otro levantando la ceja con incredulidad.
—Ya
basta—expresó Jared con tranquilidad pero con algo de pesadez en sus palabras.
—Venimos de
Londres y necesitamos unos cuartos—comenzó a hablar—, su posada nos pareció
bastante agradable y quisimos ver si sería posible que nos atendiera a estas
horas.
—Son las
doce de la noche—dijo el hombre.
—Y
lamentamos despertarlo tan tarde—comenzó
a hablar Skandar—, lo que pasa es que mi hermano—señaló a Jared—, mis
primos y yo tenemos una enfermedad de la piel que no nos permite la exposición
al sol, nos salen unas erupciones muy dolorosas y nos da fiebre—comentó el
chico recordando su propia enfermedad—. Es algo muy peligroso porque podemos
morir si nos exponemos mucho, así que siempre viajamos de noche.
—¿Y llegaron
en el tren de las 11?—preguntó el dueño de la posada.
—A las 11:18
porque el tren salió retrasado—corrigió Jared.
—Parece que
tengo dos cuartos disponibles, pero les advierto algo—dijo mirando a Markus—,
la regla principal es el silencio ¿entendido?
Sin esperar
respuesta el hombre comenzó a caminar hacia el interior de la posada hasta
llegar a la puerta, donde tomó el pomo mientras se daba la vuelta sólo para invitar con la
mirada a los cuatro chicos que se habían quedado fuera observando los cadenciosos
movimientos del hombre. Entonces, los chicos atendieron la silenciosa
invitación e iniciaron la marcha al instante para que el hombre pudiera cortar
la fría corriente de aire que se colaba por la puerta. Una vez más el señor se
movió en sumo silencio, atravesando la estancia hasta un pequeño mostrador de
madera que se situaba delante de una pared de madera que tenía pequeñas
cavidades rectangulares donde había algunos sobres, y debajo de ellas un
pequeño número que indicaba el número de habitación.
—La 15 y la
16—dijo el hombre en un tono muy bajo, pero suficiente para llamar la atención
de los chicos que tenía delante de él, en seguida les extendió ambas llaves—.
Espero que puedan pagar—habló con cierto recelo y Jared sacó una bolsa
aterciopelada color negro de la que extrajo algunas libras que dejaron
impresionado al señor—. Síganme.
Y así lo
hicieron. Los muchachos, que no llevaban más que dos pequeñas maletas siguieron
al señor que los guiaba entre los silenciosos pasillos luego de subir la enorme
escalera que los llevó al segundo piso.
—Estos son
sus cuartos—dijo seriamente—, si me disculpan iré a continuar mi sueño—los
chicos de mayor edad asintieron—. Sobre la cama hay una lista de las reglas de
la posada—dijo tranquilamente antes de partir a su habitación.
Justo cuando
el señor Rosenwald desapareció el chico de melena rubia tomó la llave que
Bernard sostenía entre sus manos y se internó en la habitación número quince,
mientras que Jared y el chico humano se instalaron en la otra habitación. Antes
de que el moreno pudiera poner un pie dentro de la habitación 15, Markus cerró
la puerta antes de que el otro vampiro entrara. Sin embargo, una puerta no era
algo que pudiera detener a un vampiro, con simples movimientos Bernard se
encontraba afuera de la ventana de la habitación aferrado a las delgadas
estructuras sobresalientes de la fachada, y para abrir el ventanal tan sólo
necesito utilizar una de sus uñas, alargada especialmente para eso.
—Siempre tan
infantil—dijo Bernard entrando a la habitación.
Como
siempre, y fiel a su manía, Markus había decidido que necesitaba una ducha y en
aquellos momentos yacía bajo el agua de la regadera.
Mientras, en
la otra habitación, Jared le quitaba la cascara a una naranja para que el
muchacho que yacía en su cama dibujando algo en un viejo cuaderno con lápices
de carbón pudiera comer algo. El lugar estaba iluminado por velas, a pesar de
tener luz eléctrica pues ellos ya se habían acostumbrado a la tenue luz que
apenas y lograba mantener a raya a la oscuridad.
—Toma
Skandar—le dijo el mayor al chico.
—¿Ah?—gesticuló
el aludido.
—Come—ordenó
el otro sin que llegara a tomar un tono de mando.
—Gracias—musitó
el chico al ver lo que su querido vampiro le extendía.
Tras breves
instantes en que Skandar se dedicó a consumir los gajos de la naranja que era
inusualmente dulce, el mismo chico levantó su cara y se detuvo viendo a su
vampiro como escudriñándolo.
— ¿Por qué
yo no como sangre?
—Eres un
humano Skandar—le dijo el otro apoyando su frente a la del aludido—, no
necesitas de eso.
—Pero hay
tribus africanas que comen sangre de sus vacas—dijo el pequeño.
— ¿Por qué
quieres comer sangre?—le cuestionó el mayor.
—No
sé—respondió Skandar—… me da curiosidad…
—Mírame
Skandar—dijo Jared mientras le levantaba el mentón al chico—. Yo no me alimento
de sangre porque quiera, no sabes cuánto desearía poder disfrutar de los
alimentos que tu consumes… pero no puedo y…
—Jared—interrumpió
el adolescente—, no estés triste.
A pesar de
lo poco expresivo que llegaba a ser el vampiro de cabellos castaños, el chico
de su adoración, Skandar, había logrado ver esos atisbos de tristeza y
nostalgia que emanaban de las gemas negras de su amado vampiro cuando algo le
recordaba su vida como humano o el hecho de que ya no lo era más, siendo esta
última la verdadera causa de esa nostalgia abrazadora de la que Jared era presa
en algunas ocasiones.
Jared abrió
ligeramente los ojos por la sorpresa de aquellas palabras y aunque intentó
buscar en las profundidades de la mirada de Skandar las respuestas al millar de
preguntas que se formularon en su mente no se encontró con nada que
esclareciera las dudas que se le formaban.
—Sé que te
lastima el no ser más un humano—comenzó a hablar el chico de ojos azules—, a
pesar de los siglos tu sigues sintiéndote un monstruo—dijo manteniendo la
mirada al vampiro que tenía enfrente—, pero no lo eres.
—Skandar no
entiendo que…
—No lo
eres—interrumpió el de cabellos claros—, no eres un monstruo—entonces se tiró
al cuello del mayor, quien se había quedado sorprendido de la seguridad que
mantuvo el joven al momento de hablar—. Los humanos crearon guerras, mataron a
mucha gente, la torturaron, juzgan todo el tiempo, tienen envidia y son capaces
de hacer lo que sea para obtener lo que quieren e inclusive le restan
importancia a las relaciones humanas y se lo dan todo a las cosas materiales,
han denigrado el valor de un “te amo” y llenado de superficialidades cada
espacio de su vida. Eso es un monstruo.
El aliento
acariciaba los cabellos oscuros que cernían la cabeza del vampiro, quien
escuchaba atentamente cada una de las palabras que escapaban de la dulce boca
del humano a quien amaba. No sabía cómo habían llegado al punto en donde se
encontraban, ni cuando Skandar habían comenzado a despotricar contra su
especie, pero sabía, muy en el fondo, que las palabras que aquel quinceañero
pronunciaba tenían una veracidad dolorosa y era consciente que aún no terminaba
con aquel improvisado discurso que buscaba acallar esas sensaciones que le
provocaban la nostalgia y hasta cierto grado la ira contra sí mismo.
—Tú tan sólo
te alimentas porque tienes que hacerlo—Skandar habló de nuevo luego de una
breve pausa—, nosotros matamos animales y plantas para vivir ¿no es la misma
situación?—Jared iba a interrumpir, seguro que lo haría, pero la voz dulce del
menor le disuadió—. Tener consciencia y razonamiento no nos hace menos animales
de lo que somos.
—Vi como una
vampiresa mataba a mi madre cegada por sus instintos, yo mismo he matado a
cientos de personas, no me digas que eso no es monstruoso.
—Ya te dije
que es monstruoso para mí—la mirada que mantenía el pequeño era desafiante y my
segura, nada que ver con lo que usualmente representaba el chico.
—Te amo—le
dijo el mayor al odio luego de acostarlo sobre la cama y apoyarlo sobre su
torso—, y estoy contento de ser un vampiro porque de alguna manera gracias a
eso estamos aquí.
—A mí me
gustan tus colmillos—le dijo Skandar al tiempo que elevaba uno de sus brazos
para acariciar los dientes de Jared.
Y quizás a
Jared le hubiera gustado decir algo como que él amaba la sonrisa de Skandar,
pero no lo dijo, se limitó a ceñir el delgado cuerpo humano entre sus brazos
para disfrutar de ese olor encantador que hacía tiempo se había convertido en
su más grande adición.
Era extraño,
mucho en realidad, que ellos dos pudieran quedarse tendidos en la cama tan sólo
disfrutando del olor que desprendía el contrario y escuchando su respiración al
mismo tiempo que disfrutaban de los latidos del corazón del contrario, mismos
que eran disfrutados cual música por sus oyentes. Era extraño. Ellos no
necesitaban de palabras, ni de besos ni siquiera de caricias más profundas que
las que Jared se encargaba de realizar a los cabellos castaños de su chico. Era
muy extraño. Porque al vampiro a pesar de su edad y de lo mucho que amaba a
Skandar pocas veces se permitía pensar en deseo que ese cuerpo delicado
representaba para él, porque Skandar se había vuelto algo sagrado aunque Jared
no estuviera seguro de creer en las deidades. Ese vampiro era extraño. Pero era
más extraño ese pequeño que no anhelaba ver las flores en la primavera, ni los
pájaros revolotear, que no pensaba en su familia y mucho menos en tener una
vida “normal”, en ningún momento pensamientos como aquellos lo habían asaltado
y él tan sólo creía necesario para ser feliz momentos como el que vivía con su
vampiro, porque si bien la persona de quien estaba enamorado era un vampiro que
consumía la sangre y vida de las personas era la misma persona de la que se
había enamorado, fue quien por primera vez le demostró que su existencia valía,
Jared fue quien lo hizo sentir especial y lo seguía haciendo a cada momento que
pasaba junto a él.
—Ah…Bernard—se
escuchó levemente gracias al silencio que reinaba en toda la casa.
—¿Ellos
nunca paran de hacerlo?—preguntó de pronto Skandar luego de unos minutos de que
aquel gritillo que intentaron sofocar se escuchara.
—¿Hacer
qué?—preguntó Jared sorprendido por la oración del menor.
—Pues eso—contesto Skandar un poco asustado
por la tosquedad del vampiro y éste sólo atinó a entrecerrar los ojos por la
confusión que sentía—, siempre hacen esos ruidos raros… desde hace tiempo.
—Si…—susurró
Jared al tiempo que suspiraba de alivio—. Su relación es complicada.
—Markus ama
a Bernard—dijo con mucha seguridad el menor.
Aún seguían
acostados en la cama, ni siquiera habían retirado los cojines, tan sólo se
habían limitado a tumbarse sobre ella. Skandar se había acomodado sobre el
pecho del vampiro como acostumbraba y éste le acariciaba el cabello mientras
que el humano jugaba con los botones de su camisa.
—¿Ah sí?
—Sí.
—No se lo
comentes, podría enojarse.
—Ya lo
hice—dijo el chico levantándose para ver a los ojos del vampiro.
—¿Y cómo lo
tomó?—preguntó Jared por la curiosidad. En su rostro una sonrisa se asomaba.
—Se
enojó—musitó el chico torciendo la boca.
—Así es él.
—Sí…
De nuevo
volvían a tomar las posiciones anteriores. Tan quietos que los únicos
movimientos que parecían existir dentro de esas cuatro paredes era el provocado
por la respiración y los cabellos de Skandar que se movían delicadamente por
las ligeras caricias de las que eran participes. Tan en silencio, que inclusive
el sonido de sus respiraciones y los latidos de sus corazones podrían llegarse
a escuchar si uno tenía un buen oído y se prestaba la suficiente atención.
—Mañana—la
voz de Jared apareció para cortar el silencio como si de la hoja de una espada
se tratara— iremos a que comas algo en un restaurant, esperaremos a que
anochezca.
—¿A un restaurant?
—Sí—el más
joven tenía una mueca de confusión en el rostro—, no puedes seguir comiendo las
cosas que te intentamos cocinar y sólo fruta, de seguro te mueres por comer un
rico postre.
—Me gustan
las manzanas—rebatió el menor.
—Penélope me
dijo que te gustaban los pastelillos.
—Pero no
iremos por un pastelillo, la gente te va a ver—le respondió Skandar.
—No pasará
nada, la gente puede vernos pero no puede saber lo que somos.
—Entonces
está bien—le dijo sonriendo.
En seguida
Jared sintió cómo los labios de Skandar se posaban en su mandíbula dándole un
pequeño beso que buscaba ser enterrado en la mejilla del vampiro pero el cuello
del humano tan sólo alcanzó a estirarse a esa proximidad.
***
Apenas
llevaban un día en York, el sol había salido cinco horas atrás y Skandar había
arrastrado a Markus a la sala de estar de la posada, querían encontrar al dueño
para que les permitiera tocar el piano que había en aquella habitación. Apenas
habían salido de sus habitaciones cuando se toparon con el señor a quien de
inmediato le rogaron les prestara el instrumento, aunque por más suplicas que
el de cabellos castaños profesara al señor Rosenwald no se veía ningún
resultado de aquello. Markus comenzaba a exasperarse ¿y si sólo lo besaba? De
esa forma podría obtener el control sobre ese hombre y se dejarían de tantas
tonterías, pero por otra parte él bien sabía que no debía abusar de sus
habilidades así que resignado resopló y le pidió amablemente al dueño que les
prestará el piano, a fin de cuentas tan sólo tocarían una o dos canciones.
Al final el
señor Rosenwald había sucumbido y adelantándose a los dos muchachitos cerró
todas las cortinas necesarias para que la piel de los dos chicos se mantuviera
a salvo.
—Markus toca
algo—pidió Skandar jalándolo de un brazo.
—Skandar…suelta…
¡vamos chico me arrancaras el brazo!—dijo el rubio mientras era jalado por el
humano, la última frase fue casi un grito—. Además, ¿qué te hace pensar que yo
sé tocar el piano?
—Bernard
dijo que tocabas muy bien—le contó el castaño cuando el dueño de la posada hubo
abandonado la habitación, en seguida el rubio se giró para ver al adolescente
que estaba sentado en el otro lado del banquillo.
— ¿Y ese
idiota que va a saber?—refunfuñó Markus alejando la mirada de Skandar de su
campo visual.
—Anda—pidió
el chico—, toca un poco.
—Ni siquiera
sé que es un maldito “Do”—dijo entre dientes mientras ponía sus delgados dedos
sobre las teclas del piano.
Una melodía,
intensa a criterio de Skandar, comenzó a sonar. Si bien Markus tenía nulos
conocimientos de música había aprendido a imitar los movimientos que Penélope
hacía cuando tocaba, pero no había memorizado todas las canciones. Apenas se
sabía una.
La forma en
que sus dedos viajaban de una a otra tecla a una gran velocidad creando sonidos
excelsos era magnifico, además de la imagen tan sublime del mármol que
aparentaba la piel del vampiro cuando la sutil luz de las velas iluminaba el
rostro y las manos cuyos dedos seguían con el viaje a trabes de aquel
instrumento que deleitaba con su maravillosa melodía.
Markus,
quien mantenía sus ojos cerrados, se encontraba absorto entre los sonidos y los
movimientos que sus dedos realizaban, aquella sensación lo transportaba lejos
de aquella casa en York donde sus emociones no eran enclaustradas ni apaleadas.
Pero como siempre sucedía aquella marea de sensaciones que liberaba la melodía
se extinguió.
— ¿…Qué?—susurró
Skandar cuando la música cesó.
Con sus
puños apretados y la vista fija en las teclas del piano de cola, mientras sus
colmillos se encargaban de desgarrar sus labios por la presión que ejercían
sobre éstos, así el vampiro había parado su interpretación.
—¿Markus?—inquirió
el menor.
—Ya
cállate—le contestó entre dientes—, esto sólo es basura… una mierda.
—Pero a mí
me gustó…—musitó apenas el chico.
Inmediatamente
el vampiro tomó la muñeca del adolescente en un afán por abandonar aquella
estancia. La fría mano sostenía al chico mientras avanzaban por la casa siendo
observados por los demás inquilinos. La vieja madera de las escaleras crujió
cuando los rápidos pasos de Markus se hallaron sobre éstos, pues el coraje que
emanaba el muchacho no pasaba desapercibido por nadie ni siquiera por el chico
que casi llevaba arrastrando.
En su
habitación, Bernard descansaba sobre la cama examinando detenidamente el papel
tapiz de la habitación mientras esperaba que el remolino que significaba Markus
hiciera su aparición. Esa melodía y aquel olor eran característicos del rubio.
—Haz el
favor de largarte—dijo Markus en cuanto entró a la habitación con Skandar a
cuestas.
—También es
mi habitación ¿no recuerdas?
—Me importa
una reverenda mierda si es también es tu habitación ¡te quiero lejos!—le gritó
estrellando un zapato contra la cabecera de la cama pues el vampiro lo había
esquivado.
—¿Por qué no
tomas un baño y te relajas?—dijo el moreno apareciendo a un lado del rubio,
quien de inmediato giró su cabeza para morder la mano que intentaba acariciar
su mejilla.
—Lárgate—le
dijo con odio.
—Ni quien te
soporte cuando te pones berrinchuda—le dijo de la habitación.
—¿Por qué
estás molesto?—preguntó el más joven.
—Nada que te
importe Skandar—le respondió al tiempo que le daba la espalda.
El otro
chico no preguntó nada más, vio como su compañero comenzaba a despojarse de su ropa girando su cabeza
cuando vio lo que el rubio haría. Sin importarle que Skandar pudiera observarlo
el rubio siguió quitándose la ropa hasta quedar en ropa interior, entonces tomó
una playera celeste demasiado grande para él y se la puso.
—¿Qué te
pasa?—preguntó Markus cuando vio al humano con la mirada fija en la pared y un
ligero sonrojo en el rostro.
—N-nada…
—¿Te da pena
verme semidesnudo?
Ante la
mirada quisquillosa de Markus el menor no tuvo otra alternativa más que aceptar
aquella afirmación, aunque eso supusiera una vergüenza más.
—Skandar—le
llamó y éste atendió con la mirada—, eres un chico como yo, aparentamos casi la
misma edad—el castaño asintió— y tú no me gustas—el chico se sorprendió por
eso— ni yo a ti, así que no me vengas con esas tonterías de ponerse apenado si
tenemos lo mismo—señaló la parte inferior de su anatomía—… aunque yo estoy más
bueno que tú.
—¿De
acuerdo?...
Markus
sonrió y se encaminó al tocador donde tenía las cosas que usaba para su cuidado
personal, de entre estas tomó un cepillo y se lo entregó al menor para que le
cepillara el cabello mientras él se limaba las uñas. Le encantaba que su
cabello estuviera siempre suave.
—La
canción—dijo Skandar— ¿por qué dejaste de tocarla?
—Porque me
dio la gana—dijo mordazmente el rubio.
—No lo creo.
—Entonces
¿por qué, genio?
—No lo sé,
pero todo tiene una causa—le contestó mientras cepillaba las hebras doradas.
Luego, todo se hizo silencio.
—Me recuerda
cosas—susurró luego de un rato.
—¿Tiene que
ver con Bernard?—cuestionó el niño.
—Me gustaba
más cuando eras un mocoso inocente—le dijo con una sonrisa amarga en los
labios.
—Supongo que
es un sí—le dijo el otro respondiendo la sonrisa.
—Es un “deja
de meterte en lo que no te importa mocoso idiota”.
—Cambias tan
rápido de ánimo—le comentó el castaño.
—Posiblemente…
ven—le llamó y lo acomodó de espaldas entre sus piernas—, te arreglaré esta
mierda de cabello que te portas.
—Mi cabello
esta bonito—le dijo entre pucheros.
—No, tu
cabello es mierda—le dijo cepillándolo suavemente.
—Jared me
llevará a comer a un restaurant—comentó el menor.
—Lo sé, por
eso te arreglo—Skandar se sorprendió pero no le tomó importancia—, ahora ve y
date una ducha ¿de acuerdo?
El joven
asintió y se metió en el baño de Markus. Era un cuarto completamente blanco a
excepción de las llaves del agua que
eran cromadas y resaltaban las botellas de shampoo que el vampiro utilizaba.
En seguida
de la ducha el muchacho se encontró con un cambio de ropa sobre la cama y la
ausencia de Markus, así que se dispuso a cambiarse sin perder tiempo.
—Veo que ya
te cambiaste, entonces te arreglo—le dijo el rubio.
Tomó el
cepillo y de nueva cuenta desenredó el cabello lacio del joven, que aunque era
lacio tuvo que pasar por un proceso de secado y planchado para quedar aún más
liso que antes y sumamente suave.
— ¿Qué
opinarías que yo fuera vampiro?—preguntó Skandar cuando el rubio terminó de
arreglarle el cabello.
—Me darían
celos—le contestó serenamente.
—¿Celos?
¿Por qué?—dijo arrugando el entrecejo.
—Porque eres
más joven y eres lindo, no me gusta la competencia—le contestó el rubio
tranquilamente.
—¿Competencia?—Skandar
no entendía—. Pero Jared también es joven y lindo.
—No—le cortó
el vampiro—, Jared es guapo y atractivo no es lindo.
—Sí lo es—le
refunfuñó el chico.
—No, ya te
dije, él es atractivo no es lindo.
—¿Y tú eres
lindo?—preguntó el muchacho.
—De alguna
forma, pero más bien soy sexy—dijo orgulloso.
—Eso dice
Bernard—le contestó Skandar.
—¿Siempre
tienes que decir lo que ese bastardo piensa?
—Es la
verdad.
—No, no lo
es. Para Bernard cualquier cosa que se pueda follar es sexy—contestó apretando
con mucha fuerza el cepillo hasta romperlo.
—Tú lo amas
y él te ama ¿por qué lo complicas?
—Mejor tú
dime ¿por qué mierda siempre tienes que joderme con eso? Si lo amo o lo odio es
mi puto problema no el tuyo, así que deja de joder o te mato y no me importa
que Jared me mate por eso.
—Si te enoja
tanto es que es verdad—le dijo con el semblante sumamente serio el menor.
—Skandar—dijo
entre dientes el rubio—, me gustaba más cuando eras un crio que no sabía nada
de nada.
—Lo sé—dijo
divertido el chico.
Y es que
quizás Markus tenía algo que hacía que los demás encontraran satisfactorio
molestarlo o tal vez su manía a reaccionar a la defensiva siempre terminaba por
ocasionar escenas como la anterior. Porque él no iba admitir que Skandar tenía
razón, no, nunca, y ya ni siquiera le
molestaba que un crio como Skandar hubiera notado aquello que tanto se empeñaba
en esconder.
—Si no te
callas me encargaré de que no vayas a ese restaurante—le dijo Markus muy
molesto.
Por su
parte, Skandar tan sólo se escudó en su sonrisa tan linda que el rubio tan sólo
fue capaz de molestarse consigo mismo una vez más, sabía, y lo había aceptado
medianamente, que le había tomado mucho cariño a ese humano, pero no por eso se
lo iba a decir.
Por la
tarde, el resultado del esfuerzo de Markus se vio reflejado en Skandar, que si
bien era bello por naturaleza había quedado hecho un verdadero ángel. Sexy. Sí,
eso era lo que había planeado el rubio, que el mocoso, como él lo llamaba,
quedara encantadoramente bello y por fin Jared se atreviera a hacer algo más
que unos besos, porque a opinión de Markus y Bernard la relación debía avanzar.
Irónico que esos dos vampiros quisieran oficializar una relación cuando la suya
ni siquiera se podía definir como una. El cabello de Skandar adoptaba una forma
excepcional, dándole volumen en la parte de arriba y en la parte baja el
cabello parecía pegarse a su cabeza, pero lo que más llamaba la atención era el
brillo de sus cabellos y cómo parecían más suaves que la seda. Definitivamente
se antojaba tocarlos. Sus labios parecían ser más carnoso que antes y brillaban
de una forma especial gracias al brillo labial que habían aplicado en ellos,
aunque Markus no estuvo seguro de hacer eso porque le parecía desagradable
besar con esa cosa en los labios. La ropa que Markus le había seleccionado a
Skandar le sentaba de maravilla, un pantalón entubado en color gris oscuro y unos tenis que le llegaban arriba de los tobillos en color blanco, además de una playera blanca sobre la que llevaba puesta una chamarra negra de piel y una bufanda en color gris claro .
Cuando
Skandar salió de la habitación se encontró con los ojos negros que tanto
conocía. Jared lo tomó de la mano aún
sorprendido de lo hermoso que se veía su chico y la besó delicadamente causando
un ligero escalofrío en la piel del muchacho.
—Te ves
hermoso—le dijo al oído.
Skandar se
estremeció de nuevo, pero no sólo eso, además un notable rubor surcó sus
mejillas cuando escuchó aquello de la boca de Jared.
—Vamos—dijo
Jared tomando la mano del chico para comenzar a caminar.
Aún dentro
de la habitación Markus sonrió ante la escena inconscientemente, de eso estaba
seguro Bernard, quien lo observaba desde la ventana. Desde que Skandar había llegado
a sus vidas el jovencito rubio se había comenzado a comportar de una manera
diferente en pequeños chispazos, como cuando había salvado a aquellos pequeños,
y eso atormentaba a Markus en demasía, tanto que mejor bloqueaba todo eso. Pero
Bernard estaba seguro que era cuestión de tiempo para que Markus aprendiera a
aceptar que era capaz de tener buenos sentimientos e inclusive de amar y ser
amado. Aquel pequeño humano había sembrado una semilla en cada uno, amor en
Jared y amistad en Markus, por su parte el vampiro de cabellos negros sólo
esperaba ver cómo eran recogidos esos frutos.
En medio de
sus cavilaciones apenas y notó el murmullo que entonaba el vampiro rubio, una
melodía que le fascinaba a uno y al otro de igual forma, una melodía que Markus
odiaba injustamente y que tarareaba en aquel momento sin siquiera darse cuenta,
pero apenas vio la sonrisa de Bernard se calló.
—Idiota—susurró—,
era por Jared y Skandar.
Una melodía
de amor, que evocaba la pasión y la intensidad de un amor que perduraría por
toda la eternidad a pesar de las adversidades. Si Markus quería creerse aquello
podía intentarlo, pero ambos sabían que aquellos dos aún no se amaban con deseo
y pasión, porque su amor era más complicado que eso, era algo demasiado tierno
para aquella canción.
Lejos de ahí, en Derby, un grupo de personas jóvenes investigaban tres cadáveres destrozados.
El olor era inconfundible para Nirvana, sin lugar a dudas se trataba de Markus,
era además su estilo. Los muslos arrancados, el estomago destruido, pero ni un
solo rasguño en el rostro ni en los pies y en el cuello tan sólo una mordedura.
En la escena también se había encontrado un cabello del vampiro, lo que les
sería de mucha ayuda para rastrearlos, pues luego de un par de días el olor
podía desaparecer.
—Me muero
por aplastar a esos hijos de puta—dijo Hannibal al ver los cadáveres.
—No falta
tanto para eso.
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