A continuación anexo las imagines que más se acercaron al físico de los protagonistas (son principalmente personajes de anime editados):
Y la ultima advertencia: esto es un crepúsculo mejorado y aumentado, en versión gay y sin familia "vegetariana", además de la ausencia del hombre lobo pedófilo y nadie va a la escuela, así que el protagonista no es "casi" atropellado y como es hombre no queda embarazado así que no habrá cesárea con los dientes.
LOL
Ahora si les dejo la historia, la cual es completamente mía así que no la cojáis sin mi permiso ¿vale?
Por cierto, el primer título era "Unión carmesí" pero justo hoy cuando me bañaba para ir al trabajo pensé que sería mejor ponerle "Lazos Rojos"...luego explicaré el por qué de los dos títulos que básicamente son lo mismo.
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Capítulo 1
Telón de fondo
No creo en nada
Ni en el fin ni el principio
No creo en nada
Ni en la tierra ni en las estrellas
No creo en nada
Ni en el día ni en la oscuridad
No creo en nada
Más que en el latido de nuestros corazones
//100 suns-30 Seconds to Mars//
Eran quizás la una de la mañana cuando la luna llena se posaba sobre el horizonte, el bullicio de la ciudad cesaba un poco y era acompañado por la danza de los arboles cada vez que una sinuosa ventisca los acariciaba. En el corazón de aquella ciudad maldita se encontraba una casona a la cual los años la habían azotado salvajemente pero que aún se mantenía en pie, para muchos deshabitada y para otros embrujada, la propiedad se llenaba de vida en cuanto el sol moría en aquella línea invisible donde la tierra y el cielo se unían, entonces tres pares de ojos refulgieron en el interior de aquella casa olvidad y los candelabros que alumbraran siglos atrás tan hermoso hogar se vieron de nuevo encendidos, ceñirían una vez más las velas blancas y soportarían el fuego incandescente.
Las grandes ventanas se mantenían protegidas por enormes cortinas de tela gruesa y negra acompañadas de las telarañas que gobernaban cada rincón de la mansión. Sin decir palabra alguna los tres hombres dejaron sus aposentos casi al mismo tiempo, de esa forma llegaron a reunirse al pie de la escalera de doble ala, pisaron con delicadeza el gran escalón cubierto de alfombrado escarlata y se mantuvieron unos segundos quietos. El primero de esos hombres era un joven alto, muy alto, de cabellera larga cuyos mechones se alzaban hacía el cielo mientras cuatro delgados mechones caían sobre su cara, su piel era apiñonada y su nombre era Bernard. El segundo era el más menudo de los tres, y destacaba por ser el único con cabello rubio, el cual era tan largo que cubría sus orejas y llevaba el fleco de forma en que los ojos quedaban libres y algunos cabellos caían sobre su nariz, su piel era más blanca que el chico anterior y su apariencia mucho más joven, él respondía al nombre de Markus. Por último se encontraba Jared, sus ojos se mantenían cubiertos por sus parpados mientras sus labios comenzaban a despegarse; él tenía el cabello castaño oscuro era largo y caía hacia sus hombros de forma grácil, no era tan musculoso como si lo era su compañero, pero tampoco sería tan delgado como Markus; quizás era el más pálido de los tres muchachos y quizás también el más callado.
—Andando—sentenció Jared.
En un instante la casona quedó desierta, apenas se escuchó cómo, tras desaparecer el sonido de la palabra que había pronunciado el joven, la puerta principal se cerraba con un sonido apenas perceptible.
La noche era fría pero eso no había impedido que Isabel se hubiera quedado hasta tarde estudiando para su examen final de anatomía, el sueño la había dormido poco después de la medianoche y su cuerpo descansaba sobre el escritorio de su habitación, su cabello yacía esparcido sobre su libro y unas libretas con sus apuntes, además de algunas hojas que se encontraban en desorden. Poco después de la una de mañana su sueño comenzó a turbarse, se movía más de la cuenta y terminó por despertarse. Aturdida sin saber porque se encontraba ahí talló sus ojos y bostezó en más de una ocasión. Su garganta imploraba por un poco de líquido y se encaminó a la cocina, cuando regresó sintió como la brisa le daba contra el rostro, así se enteró que la puerta corrediza del balcón estaba abierta. Lo ideal era cerrarla pero al intentarlo Isabel terminó por salir a contemplar la noche, se apoyó contra los barda hasta que sintió como alguien la observaba, de inmediato se giró. En la esquina del balcón un muchacho que únicamente llevaba los pantalones se encontraba recargado sobre la pared de su apartamento.
— ¿Sabes? El cuerpo cuenta con varias venas de suma importancia, pero mi preferida es la carótida, esas arterias discurren a ambos lados del cuello e irrigan tanto el cuello como la cabeza, es algo interesante ¿no? Muy linda también —dijo el desconocido.
— ¿Quién eres tú? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Y qué demonios haces?—dijo la chica completamente asustada.
—Mi nombre no te interesa, el cómo haya llegado tampoco tiene importancia y lo que hago en este lugar te desagradaría tanto que prefiero no decirlo.
—Estás loco—musitó Isabel.
— ¿Es eso? ¿De verdad estoy loco?—apareció delante de la chica en un microsegundo y besó los labios fugazmente—. No lo creo, tan sólo vengo a comer.
Lejos de ahí, casi al otro lado de la ciudad más allá de la zona llena de antros y bares de moda se podía encontrar prostíbulos al por mayor. Además sobre las aceras de la calle 35 se podían ver chicas y chicos que de alguna forma se exhibían al mejor postor, dejando casi nada a la imaginación con tan despreocupado vestuario y un maquillaje digno de aquellos trabajos.
Markus apoyaba su mano sobre el poste de la luz haciendo que su peso recayera por completo en esa delgada columna de concreto, apenas había tenido tiempo de colocarse una camisa y por el camino la había abotonado, pero había elegido dejar algunos botones libres para que su pecho quedara a la vista.
En el cruce de la calle 74 y la 35 había un grupo reducido de mujeres, una de ellas tenía un brillo especial en los ojos que hizo que de inmediato Markus se fijara en ella. Cabello rojo intenso que le llegaba hasta la cintura y al mismo tiempo ondulado de una forma que disimulaba cuan maltratado estaba. De un momento a otro los ojos de ambos se conectaron y las orbes azules de aquella chica destellaron de emoción, entonces dejó a sus compañeras y avanzó a lo largo de la calle hasta llegar al joven rubio, quien de inmediato la tomó de la nuca y forzó un beso apasionado.
—Perfecto—dijo el chico cuando el beso terminó.
Markus se dio la vuelta y emprendió el camino hacia el sur a lo largo de la 35, seguido por la prostituta que había besado. Justo a dos manzanas de donde había acontecido el acalorado beso el muchacho giró a la izquierda internándose en un callejón oscuro. Al cabo de un par de minutos la mujer le hizo compañía.
Sin decir ni una sola palabra Sienna se acomodó a un lado del contenedor de basura y en seguida Markus se situó frente a ella. La mano del chico recorrió una de las piernas de la mujer desde la rodilla hasta los glúteos y se acercó lo suficiente a su rostro para susurrarle algo al oído.
—Ni hombre ni mujer—musitó mientras su mano presionaba el glúteo de la prostituta—, por eso eres perfecta Sienna.
Markus fue encorvando su cuerpo hasta lograr arrodillarse en el suelo y durante su recorrido fue acariciando la pierna de la mujer con su lengua, justo llegó al muslo cuando dejó aquel tacto y se despegó un poco de esa piel. Un instante después sus colmillos desgarraban la piel y penetraban los tejidos del musculo para poder llegar a la arteria femoral.
La carótida era la favorita de Bernard, de ahí siempre conseguía un delicioso elixir carmesí. La fragancia de Isabel lo había cautivado desde el primer momento y devoraba con placer hasta la última gota del líquido vital de aquella adorable mente inteligente. Mientras Isabel yacía sobre los brazos de aquel musculoso chico con la boca abierta dejando ver el aparato odontológico que enderezaría sus dientes, un año más y se desharía de ellos, pero al parecer eso no ocurriría.
Algo más al norte Jared había decidido parar aquel paseo por la cuidad y se había acurrucado sobre un columpio en un parque alejado.
En la casa de los Belker todo parecía estar sumamente tranquilo, cada integrante de la familia descansaba en sus aposentos y la servidumbre hacía lo propio. Sin embargo, en el preciso momento en que las manecillas del reloj marcaron la una de la mañana exactamente el pequeño Skandar había despertado de su profundo sueño. El niño salió de la cama y se encaminó fuera de su habitación a pesar de la penumbra en la que la casa estaba sumergida, tan sólo unos minutos bastaron para que el niño atravesara la estancia y haciendo uso de sus conocimientos encontró la llave que abriría la puerta principal y la reja que le esperaba más adelante.
Así, veinte minutos después de haber despertado el pequeño se encontraba vengando por las calles de aquella zona residencial. La calle estaba desierta pero él no tenía miedo. Caminó bastante con sus pies descalzos y aquel pijama blanco de dos piezas con la que siempre dormía así estuviera haciendo un calor infernal. Y llegó.
Justo había llegado a un parque pero estaba desierto y el pequeño apretó sus puños con un dejo de frustración. Giró su rostro en todas direcciones y no vio a nadie, pero al volver a colocarla hacía el frente se encontró con un muchacho, el cual desapareció de nueva cuenta.
Una mano helada se colocó sobre sus cabellos y lo acariciaron de tal forma que Skandar cerró sus ojos para disfrutar de aquella sensación que se volvió efímera al de pronto desaparecer. Entonces el pequeño abrió rápidamente sus ojos y se encontró con aquel mismo hombre parado frente a él, a tan sólo unos diez centímetros de de su cuerpo, elevó sus ojos para encontrarse con aquel joven y vio ese par de orbes negras que purgaban un vació enorme. Skandar abrió un poco más sus ojos y su boca imitó esa acción, en ese instante Jared se hincó frente al niño y conecto sus labios con los del pequeño.
Dulce, un sabor más delicioso que la sangre y tan tibios como ella, así sintió el muchacho los labios que apenas había probado pues tan sólo se limitó a atraparlos entre los suyos.
—Hermoso—susurró y el pequeño se arrojó a sus brazos.
Con movimientos lentos Jared correspondió el abrazo que el niño le había dado y mientras Skandar se aferraba su cuello él disfrutaba acariciando la delgada espalda de ese hermoso niño y consumiendo el olor que despedía de su cuello como si de verdad estuviera absorbiendo su sangre.
El abrazo llegó a su fin pero seguían manteniendo una unión visual, la cual terminó en el momento en el que desaparecieron de aquel parque.
— ¿Qué tal tu puta?—preguntó Bernard al recién llegado.
—Esa palabra es muy despectiva—contestó molesto el rubio.
— ¿Que tal tu travesti que se vende por dinero?—reformuló su pregunta el de cabello negro.
—Perfecta ¿no lo ves?—dijo señalando sus ojos, los cuales refulgían en un rojo sumamente intenso.
—Bueno la mía también ha estado de maravilla—dijo Bernard—, sabía deliciosa.
—A veces quisiera follarme a una antes de comer—comentó Markus.
— ¿Y por qué no lo haces?—preguntó el otro mientras jugaba con unos dardos estando sentado en la escalera.
—No me controlo bien ¿no lo recuerdas? Destrozaría el cuerpo antes de haber terminado.
—Pobre desdichado—contestó el otro antes de lanzar un dardo de acero hacía la entrada principal.
Dicho dardo quedó atrapado entre el dedo índice y el pulgar del joven que faltaba. Jared apareció en la estancia cargando algo que cubría con su gabardina negra. Los otros dos se quedaron mirando un segundo y luego cruzaron la mirada aterrorizados, habían descubierto el aroma de aquello que su compañero llevaba y la sola idea les parecía sumamente descabellada.
—Partiremos hasta mañana—anunció el rocíen llegado.
— ¡Jared ¿estás loco?!—gritó enérgicamente Markus.
— ¡Regrésalo ahora mismo!—exigió el otro.
Jared no respondió nada, tan sólo se limito a avanzar y cuando Bernard trató de impedirle el paso el de cabello castaño maniobro lo suficiente para mantenerse lejos de aquellos dos.
—No causará problemas—contestó Jared.
—Es un humano—replicó Markus—claro que habrá problemas.
— ¿Qué piensas hacer con él?—preguntó Bernard desde la estancia.
—Lo que él quiera que haga—contestó desde la cima de aquellos escalones.
Desapareció de aquel lugar. Entro en su habitación y dejó el cuerpo inmóvil del niño sobre su cama, acarició sus cabellos delicadamente y se apartó para tomar una silla, se sentó para observar con plena libertad a Skandar. Tras varias horas de continua admiración Jared salió de aquella habitación y se aventuró de nuevo en la ciudad.
El pequeño comenzó a abrir los ojos a eso de las nueve de la mañana, pero nunca logró ver el sol o alguna muestra de iluminación, la habitación estaba en completa oscuridad y mientras sus ojos se acostumbraban a tanta negrura logró captar el fulgor rojizo que despedían un par de orbes dentro de la penumbra. El pequeño sonrió y extendió la mano justo para que su acompañante la tomara.
— ¿Te agrada?—preguntó Jared.
—Es como mi habitación, sólo que sin juguetes—le contestó el niño presionando con sus dedos la fría mano que sostenía la suya.
— ¿Quieres jugar?
—No—contestó con voz queda—. ¿El sol también te lastima?—dijo con voz tranquila el menor.
—Sí, me lastima mucho más que a ti—fue la respuesta que dio Jared.
— ¿Peor que granos y salpullido?
—Así es, yo moriría.
—Yo también—dijo el pequeño y se acurrucó en la cama.
Durante prácticamente toda la tarde Skandar escuchó las historias que su acompañante le contaba por petición suya, si bien omitía algunos detalles él muchacho no se detenía demasiado al contar alguna matanza de antaño. Las palabras que más escuchó el niño fueron sangre y matar, pero lejos de asustarse por escuchar los crueles detalles de aquellos asesinatos a sangre fría el pequeño lucía más curioso, más ávido de saber.
Así pronto llegó la noche. Poco a poco el cielo fue perdiendo su luz sumiéndose en una negrura tal que sólo era vagamente iluminada por la fuerza de luna, el astro que se quedó suspendido en torno a la tierra. De esa forma Markus, Bernard y Jared eran libres de moverse por donde les placiera, no obstante, el último chico mencionado ahora tenía una atadura que no le daba esa completa libertad con la que contaban sus compañeros. Los otros lo sabían y no dudaron en echárselo en cara, pues por culpa de ese chiquillo tendrían que aligerar su paso para que Jared los siguiera, entonces ellos también vieron limitada su libertad y se rebelaron contra ello en el menor tiempo pensado.
—Pues hazle como puedas—vociferó el rubio—, pero si quieres al crio contigo nos vamos a largar ahora mismo.
—Lo sé—contestó tranquilamente el otro muchacho—, pero no lo dejaré aunque hagas un berrinche.
— ¡¿Berrinche?!—gritó Markus indignado con el rostro desencajado.
—Cálmense los dos—habló Bernard más serenamente—. Jared si quieres llevarte al niño bien, pero no nos atrases ni nos causes problemas.
—Llevarnos al crio es un error—musitó el rubio.
—Relájate—le dijo el de cabellos negros al mismo tiempo que estiraba su mano para acariciar los mechones rubios que enmarcaban el rostro de Markus y también sus mejillas, pero el chico se sacudió el contacto y miró con odio a quien le había dado aquella efímera caricia.
—No habrá problema—dijo Jared antes de abandonar aquel recinto.
Gracias a una velocidad sobre humana los tres muchachos llegaron a una nueva propiedad de características similares a la casona que habían abandonado, dejaron al niño en una habitación y salieron a buscar alguna presa para comer. Cuando recién se escabullían dentro de las sombras como depredadores naturales sus ojos se mantenían de un negro más oscuro y vacío que la noche, pero en cuanto la sangre comenzaba a circular por su interior los orbes adquirían un rojo brillante que resultaba demoniaco.
—Jared—susurró el pequeño viendo hacía la ventana de su habitación, la cual se abrió de pronto dejando entrar una ventisca.
—Ya llegué Skandar—susurró el recién llegado.
—Si…—el pequeño se vio envuelto en los brazos del mayor.
— ¿Quieres que duerma contigo?—preguntó Jared.
El pequeño estiró sus brazos para alcanzar el cuello del joven y susurró un si enseguida, así que el muchacho no tuvo que hacer más que dejarse caer lentamente en la cama para que el pequeño cuerpo descansar un poco sobre su torso y él pudiera darse el lujo de acariciar esos cabellos de delicada seda.
Skandar era un niño como ninguno, según lo veía el propio Jared, no tenía esa degradación de la humanidad, era como abrazar a un ángel aunque no estaba seguro de que esos seres alados existieran el pequeño niño parecía ser lo más cercano a ello. A través de ese par de orbes grises azuladas que destellaban con tanta singularidad Jared comprendió que se encontraba ante una joya, él sólo frente a un alma inocente y frágil, entonces no pudo resistirse a querer estar cerca de ese pequeño ángel…de su niño. Jared lo cuidaría y mantendría esa inocencia intacta lo más que pudiera.
A partir de entonces siguieron durante varios meses la misma rutina, por las noches los tres jóvenes salían a buscar sus propios alimentos mientras Skandar permanecía dormido y durante el día Jared se encargaba de entretener al pequeño contándole viejas anécdotas o leyéndole algunos libros que encontrara, aunque la mayoría de las historias las sabía de memoria en especial las de Shakespeare. La mayoría de las ocasiones Markus se mantenía reacio a pasar tiempo con el pequeño pero tras pasar un poco de tiempo, y gracias a la intervención de Bernard, logró aceptar medianamente al pequeño aunque siempre le contaba las historias más sangrientas y degeneradas que Skandar llegó a escuchar, todo eso molestaba a Jared pero como al niño parecía no influirlo de forma negativa dejaba que Markus siguiera con sus historias.
— ¿Y los vampiros necesitan mucha sangre?—preguntó un día el pequeño a Bernard.
—No realmente, dos litros por día está bastante bien aunque lo necesario es sólo uno—le dijo mientras jugaba con unos dardos y el pequeño lo miraba desde el suelo—. Jared sólo toma un litro de cada víctima, jamás las matas. Yo prefiero tomar toda un día y al siguiente no tomar más.
— ¿Y Markus?—cuestionó el pequeño, quien en el fondo se había alegrado del comportamiento de Jared.
—Él se controla menos… le fascina la sangre y se termina toda todos los días—en un parpadear estaba frente al tablero para quitar los dardo y al siguiente instante ya había tomado su anterior posición—, pero nunca te hará daño.
— ¿Por qué?—inquirió el menor llamando la atención de Bernard—, ¿por qué ninguno ha intentado tomar mi sangre?
—Porque Jared nos mataría, además podemos soportar perfectamente tu presencia—le contestó Bernard antes de lanzar de nueva cuenta los dardos.
La conversación terminó justo en ese momento. El vampiro no volvió a hablar y el pequeño humano no volvió a preguntar nada más, entonces el silencio los envolvió.
***
Markus estaba sentado viendo al pequeño Skandar tomar su desayuno, lo miraba con una mezcla de curiosidad y de asco, el joven recordaba escasamente de su vida como humano, sólo recordaba una pintura de un paisaje y una habitación que se asimilaba a las de las mansiones donde solían pasar el día.
—Eso es asqueroso ¿por qué lo comes?—preguntó el rubio.
—Para mí no lo es—le contestó el niño.
Entonces el vampiro sólo chasqueo la lengua e hizo un gesto para demostrar cuan harto estaba de la actitud del niño. Ese despreciable humano que había llegado a invadirlos, pero claro Bernard se lavaba las manos y le decía que fuera bueno con el crio.
—Te odio mocoso—le dijo Markus.
—Yo no te odio—le dijo el pequeño y siguió comiendo.
Las mejillas del vampiro se inflaron, su boca se ciñó y sus puños se apretaron ¡era un insolente ese mocoso!
—Algún día Jared se cansara de ti, crecerás y te pondrás feo—el niño elevó la mirada—, además el necesita algo que no le puedes dar porque eres un niño.
— ¿Qué cosa?—preguntó el niño asustado ante la idea de que lo alejaran de Jared, era la única persona que se preocupaba por él y ahora le decían que lo dejaría.
—Sexo—susurró Markus a su oído tras moverse sin que Skandar lo viera—, eres un crio y no se lo puedes dar.
—A Jared no le importa eso—dijo el pequeño.
—Veamos cuanto más soporta—contraatacó el rubio.
—Él no es como tú—musitó Skandar con los ojos acuosos.
—El pequeño tiene razón Markus—dijo Bernard sin que el niño lo esperara, pero el rubio ya había anticipado eso aunque no logró escaparse de los brazos de su compañero ciñendo su cuerpo.
— ¡Suéltame maldito!—gritó el rubio, en ese momento Bernard atrapó sus labios y besó a la fuerza al vampiro, tal fue la resistencia de Markus que terminó con el labio sangrado— ¡Te mataré maldito bastardo!
—Cállense—dijo Jared y tomó al pequeño de la mano para sacarlo de ese lugar—. Deberían controlarse mejor—dijo Jared en voz alta.
—No te enojes con ellos—susurró el pequeño alejado de la escena mirando la mandíbula apretada del joven vampiro.
—No lo haré pequeño.
—Gracias—dijo el niño con una enorme sonrisa en sus labios.
Jared tomó al niño en sus brazos y lo llevó a su habitación, ahí lo dejó en la cama y mientras fue a prepararle el baño. El agua de la tina debía estar tibia pues muy caliente lastimaría la piel del pequeño y si era muy fría podía enfermarse, por eso Jared tenía sumo cuidado en detalles como esos. Cuando el agua estuvo lista Skandar entró en el baño y tomó una ducha él mismo porque su joven protector no se atrevía a ayudarlo con eso.
—Tengo sueño—dijo el pequeño saliendo del baño con su pijama puesta y se acostó sobre la cama aún con los cabellos mojados.
—Te enfermaras—dijo Jared pero el niño ya se había dormido.
Entonces al vampiro no le quedó otra alternativa que tratar de secar sus cabellos castaños pero le fue casi imposible dejarlos completamente secos. Sin poder hacer más, Jared bajó a reunirse con los otros dos muchachos. En la sala, Bernard jugueteaba con una daga antigua mientras Markus lo observaba receloso desde un sillón. El chico rubio tenía sus piernas arriba del sofá y sus brazos las rodeaban apenas, mientras su espalda se encontraba perfectamente recta y su cabeza un poco inclinada, además el joven iba descalzo. En todo eso Jared fijó su atención.
—Eres un exagerado—dijo Bernard—, debes dejar de ser tan caprichoso.
—Cállate bastardo—le contestó enojado el rubio—. Jared no soporto a este imbécil.
—Markus—el aludido se estremeció al escuchar su nombre en voz de Jared—… no le tomes tanta importancia y mesúrate un poco.
—Ella no conoce la mesura—dijo el de cabellos negros recostándose sobre un sofá.
—No soy “ella”, por si no te habías dado cuenta soy “él”—replicó bastante malhumorado el rubio y apareció al pie de la escalera con su calzado puesto.
—No tienes idea de cuánto lo he notado—le contestó Bernard seguido de una risa burlona.
—Te matare hijo de…
— ¡Basta!—musitó Jared—. Salgamos de aquí de una vez.
Y así lo hicieron. Entre la penumbra de la noche tres sombras se movían con singular rapidez, de tal forma que nadie notaba su presencia, cada uno de ellos encontró su víctima y cada uno la hizo sucumbir con su peculiar estilo.
Como siempre Markus mantenía su gusto por las personas de “la vida alegre” como eran catalogadas en ese lugar, personas que vendían su cuerpo para poder sobrevivir, esas personas que muchos dejaban de considerarlas de esa forma por el trabajo al que se dedicaban. Pero para ese vampiro rubio ese tipo de personas era en especial delicioso, muy probadas, cierto, pero su sangre poseía un sabor esplendido.
—Prefiero un travesti, pero tú eres muy hermoso—susurró al oído de un muchacho.
Markus se inclinó para besar el cuello de aquel muchacho de escasos catorce años, quien soltó un gemido gracias a las succiones consecutivas que le propinaba el mayor y después varios jadeos y gemidos salieron de la garganta del chico. Las manos de Markus acariciaban los muslos y los glúteos del chico.
—Ah eres maravilloso Diego—le susurraba el rubio al muchachito mientras lo acariciaba.
Olió el cuello por un tiempo indeterminado, el aroma se le antojaba muy atrayente y justo clavó sus colmillos en la yugular para después consumir hasta la última gota de sangre, así que cuando la vida del joven prostituto terminó Markus se alejó de aquel desolado callejón dejando al chico tirado sobre el suelo.
Mientras tanto el vampiro de cabellera castaña se adentró en la habitación de un niño y sin reparo alguno lo sacó de entre esas cuatro paredes estando aún dormido, lo deposito sobre las raíces de un viejo árbol y clavó sus afilados dientes en el cuello del menor, poco a poco la vida de ese niño se extinguió. En un momento, antes de abandonar aquel cadáver, el muchacho miró el rostro de ese niño y recordó al pequeño que lo esperaba en una fría y oscura habitación, pero no había comparación entre ambos seres.
—Nadie como él—susurró a la nada y abandonó aquel lugar.
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