Recuerdo
cuando años atrás deseaba vivir en otro lugar, algo más bello y con más
cosas a mi disposición, pero las cosas cambian y mi apreciación de las
cosas también. Hay muchos lugares bellos en el mundo, pero ahora nada se
iguala a este pueblo incrustado en medio de una meseta a más de dos mil
metros sobre el nivel del mar; con esas lluvias, antes extrensas y
ahora apenas destellantes, que mojan la
tierra y hacen que el frío nazca desde el cielo; con sus grandes
extenciones de pasto adornados con árboles, que en épocas frías se viste
de blanco por las heladas anunciadas en el atardecer anterior, ese que
pinta de rojo las nubes y que hace soñar con tan hermosa gama de rojos; y
ni hablar de esa época del año cuando todo se ve amarillo, rosa y verde
por las bellas flores que revisten cualquier lugar a donde se mira.
Pero siempre amaré, más que lo anterior, la quietud que antes tanto
criticaba.