Aquí el capitulo 14, la tercera parte del final.
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Mira los rojos rojos cambios en el cielo
Mire la separación en la frontera
Pero no mires todo aquí dentro
Y ten miedo, miedo de hablar con tu mente
Le tomó un momento antes me perdí aquí
¿Me tomó un momento y yo no lo pude encontrar?
Una y otra vez y otra vez que veo su cara en todo
¿Tomé un momento en que no lo pude encontrar?
Echelon // 30 Seconds to Mars
Capítulo 14
Esbozos de un Réquiem
No era buena idea, de eso estaba completamente segura. Charlie se
oponía firmemente a que Markus y Skandar emprendieran un viaje tan pronto, es
decir, Skandar ni siquiera había encontrado su sangre ideal y Markus no estaba
bien por más lo dijera ¡Por Dios! ¡Ser amable no era ser Markus!
Definitivamente el rubio estaba deprimido y quizás los deseos suicidas no
desaparecían, ¿cómo podría entonces dejarlos ir? De ninguna manera, Charlotte
jamás permitiría que se fueran.
—No te estoy pidiendo permiso—dijo Markus jalando a Skandar de la
mano.
—De aquí no pasas—espetó la mujer.
—Charlie tiene razón, no sean insensatos—apoyó Carol.
—¡Y una mierda lo que digan!—gritó el vampiro— He dicho que me
largo y me llevo a Skandar, así que se van mucho a la mierda y me dejan de
tocar los huevos. Me largo—dijo remarcando la última palabra.
—¿Y a dónde piensas ir?—cuestionó Carol.
—A donde me de mi puta gana—contestó el rubio.
—Vamos con Penélope—dijo Skandar, quien sostenía las cenizas de
Bernard y Jared.
Markus rodó los ojos, de verdad que odiaba la sinceridad con la
que se venía mostrando Skandar. Maldito mocoso idiota.
—Así que si disculpan, quítense del camino—gruñó el rubio.
No hubo más intercambio de palabras, las gemelas se hicieron al
lado y Markus salió de la casa con Skandar a cuestas. El cielo se miraba
encantador con apenas unas cuantas estrellas adornando el manto oscuro de la
noche, el vampiro rubio apenas lo observó, en cambio, Skandar parecía sumergido
en ese mar turbio y hermoso plagado de gemas.
—Debes correr detrás de mí lo más rápido que puedas—dijo el rubio
cuando ambos vampiros habían dejado atrás la casa de las vampiresas.
***
Caminaban a paso muy lento para ser vampiros, cada uno llevaba una
maleta en la mano derecha y el más alto llevaba otra más pequeña en la mano
izquierda. Para esa hora ya hacía demasiado frío, tanto que ellos siendo
vampiros lo sentían, había luna nueva y gracias a eso las estrellas lograban
verse en completa forma. El panorama era hermoso. A lo lejos, el menor de los
dos vampiros logró distinguir una gran casa de campo que parecía tener una
habitación iluminada por una luz tenue, seguramente proveniente de una vela.
Los dos vampiros caminaron un poco más, moviéndose con lentitud a
medida que avanzaban, sintiendo como la brisa de aquella noche acariciaba su
silueta hasta hacerlos tiritar momentáneamente. Y finalmente llegaron a la
casa. Entonces, Skandar separó un poco su mano izquierda de su cuerpo para deja
a la vista la pequeña urna que cargaba. Sin siquiera tocar Penélope les abrió
la puerta.
—Me temo que me debes muchas explicaciones Markus—sentenció la
chica con su tono melodioso de siempre.
—Creo que no hace falta decir que Skandar es un vampiro
¿cierto?—preguntó el rubio con algo de ironía en sus palabras, pero se mantenía
nervioso en su fuero interno.
—Cierto.
—Señorita, yo maté a su hermano—dijo el castaño sin que Markus lo
previera—. No puedo recordar mi pasado, pero sé que amaba a Jared y me disculpo
por…
—No te preocupes pequeño—dijo la mujer con dulzura.
—Skandar, tú no tuviste la culpa de eso ¿recuerdas?—susurró Markus
mientras lo acercaba un poco a él, en seguida le dio un pequeño coscorrón.
—Pasen, hablaremos adentro con más calma—dijo la chica antes de
abrirles paso a los dos vampiros.
Markus contó la historia sin muchos detalles, sobre la muerte de
Bernard apenas y pronunció unas cuantas palabras, “le dieron con una bala hechizada, no pudimos contrarrestarlo y murió”. A
juicio de Penélope aquella historia parecía más un relato escrito por el
mismísimo destino empeñado en demostrar que ellos no eran más que títeres en
una obra donde él era el director.
—Skandar ¿por qué no subes a descansar?—dijo la chica cuando el
relato estuvo terminado.
—Anda—insistió Markus.
—De acuerdo—musitó el chico antes de incorporarse para abandonar
la sala.
—Todo esto es muy difícil de asimilar—dijo la muchacha—. Skandar
debe encontrar sumamente confundido y tú, ¿cómo te encuentras Markus?
—Penélope déjalo ¿sí?—musitó el chico con lo ultimo sonando a
súplica.
—De acuerdo.
—¿No te duele?—preguntó el rubio— Es decir, murió tu hermano.
—Ciertamente me parece algo extraña la forma en que mi hermano
murió, pero también es cierto que ni él ni yo manteníamos unos lazos fuertes.
No me malentiendas—dijo cuando vio la expresión de Markus—, adoraba a Jared,
pero no me duele tanto como debería. Ni Jared ni yo logramos recuperar nuestros
sentimientos por completo, aunque cuando mi hermano conoció a Skandar creo que
se los regresó.
—Supongo que está bien que no los tengas—susurró el chico—, así es
más fácil.
—Ve a descansar—dijo la chica al notar como la tristeza comenzaba
a llenar al rubio.
Markus se alejó sin despedirse de Penélope, siempre con la vista
dirigida al suelo y luchando contra sus propias conspiraciones mentales. Vaya
que su mente lo odiaba. Mientras tanto, la vampiresa tenía clara una cosa entre
toda la maraña que se formaba en sus pensamientos, Markus jamás hubiera
mostrado de esa forma sus sentimientos. Jamás. Quizás la muerte de Bernard
había sido demasiado para el vampiro, quizás sus barreras emocionales se habían
derrumbado y se le complicaba mucho levantarlas. Con respecto a Skandar, sabía
que el chico sufría y entendía que lo único que tenía era Markus.
—¿Estás dormido?—preguntó Markus cuando había entrado a la
habitación.
—Los vampiros no duermen—contestó el castaño incorporándose un
poco.
—Siempre olvido que ahora eres uno—dijo con una sonrisa de lado.
—¿Penélope está bien?
—¿Por qué no lo estaría?
—Maté a su hermano—dijo Skandar mirando la urna.
—Mocoso necio, te he dicho ya mil veces que no lo mataste.
—Aún con esas circunstancias, fue un asesinato.
—No, tú no estabas consciente—replicó el mayor con una enorme
sonrisa—. Jaque mate.
La discusión había terminado, Markus había ganado de nuevo.
Entonces, el rubio paseó la mirada pro aquella habitación, era la
de Jared, la misma que Skandar había usado durante el tiempo que su amado había
estado dormido. El rubio se sintió incomodo, le recordaba a Jared y siempre que
ese vampiro aparecía en sus pensamientos acarreaba muchos más relacionados con
Bernard.
—Aquí fue donde te quedaste cuando Jared dormía—susurró el rubio
contra el oído de Skandar.
—Es acogedor—contestó el menor en un susurro.
—¿Lo extrañas?—inquirió el mayor presionando su nariz contra el
cuello del vampiro.
—Si…¿y tú? ¿Lo extrañas?
—Mucho—contestó el rubio ahogando un quejido en la boca del menor.
Los labios se encontraban con los contrarios acariciándose en un
tacto que no era para nada extraño, la exquisita calidez que brindaban era el
bálsamo ideal para sanar momentáneamente la tristeza que regía en su corazón.
Era como si al presionar sus labios sobre los del otro el dolor fuera menor.
Era la llave que cerraba la puerta a las lágrimas.
Al romper el contacto ninguno pronuncio palabra alguna, se
limitaron a cerrar los ojos para fingir que dormían, para fingir que aquel beso
no había sucedido tal como lo hicieran un par de días atrás.
Para el vampiro más joven ese tacto representaba un dolor de
cabeza, es decir, se suponía que amaba a Jared y se besaba con Markus, aquello
carecía de sentido. “¿Acaso me gusta
Markus?” Se preguntó mientras encorvaba su cuerpo en posición fetal. No, la
respuesta era simple y rápida, no le gustaba por más hermoso que fuera. Por
otra parte, Markus se cuestionaba su forma de actuar, de nuevo lo había besado.
Era cada vez más inadmisible que hiciera eso. Pero ambos llegaban a la misma
conclusión, cuando se abrazaban, cuando se besaban, experimentaban una
sensación por demás embriagadora. Olvidaban que sufrían.
—¿Está bien que nos besemos?—preguntó Skandar de pronto.
—N-no lo sé—respondió Markus abrumado por tan repentino
cuestionamiento.
Skandar dejó de darle la espalda al vampiro, no entendía muy bien
lo que pasaba pero de alguna manera no quería que dejara de suceder.
—Yo amo a Jared—dijo el menor acercándose al cuerpo del rubio—,
pero cuando me besas deja de doler aquí—dijo el chico señalándose el pecho.
Markus no contestó, ni siquiera pensó en algo antes de levantar el
rostro para cazar los labios de Skandar. De nuevo sentía ese sabor dulzón en su
boca cada vez que oprimía el labio de Skandar entre los suyos, pero en esa
ocasión su lengua quiso más que eso y se abrió paso entre los pliegues de carne
llegando a la cavidad contraria, entonces gozó por completo de la dulzura de
Skandar.
Se separaron luego de que el aire les hizo falta, querían más pero
el contacto estaba roto y al existir en sus mejillas una prueba tan reacia de
la timidez que les provocaba aquel contacto no pudo nacer uno nuevo, sin más el
vampiro de mayor edad acercó al castaño contra su pecho para poder abrazarlo un
poco.
—Gracias—susurró Skandar y en la mente del otro el agradecimiento
fue correspondido.
***
El sol hacía rato que se había escondido, por eso eran necesarias
las velas encendidas. La tranquilidad de
la casa de campo se había roto desde horas atrás, cuando Penélope le
había mostrado a Skandar el cachorro que había dejado el pasado invierno dentro
de la casa.
—¡Es hermoso!—Había dicho el vampiro.
Markus sólo había bufado, según él no le agradaban para nada los
animales pero cuando el perro se quedó dormido en brazos de Skandar el rubio había estirado una de sus manos para
acariciar su cabeza. Por su parte, el castaño no entendía cómo había dejado tan
lindo animalito solo, en realidad no lo estaba pues Penélope cuidaba de él pero
a Skandar se le olvidaba ese detalle.
—¿Cómo tienen tanta energía?—preguntó el rubio luego de que
Skandar jugara con el perrito durante más de tres horas.
En ese momento, Skandar corría con el perro detrás de él
intentando seguirle el paso, pero el vampiro era bastante veloz y eso
dificultaba el trabajo del animal. Entonces, el Skandar frenó su trote de
pronto, enfrente de la chimenea, y dirigió una mano a su garganta, se le veía
un poco pálido.
—¿Qué pasa?—preguntó Markus luego de que el perrito no dejara de
ladrar— ¿Skandar?
Pero el menor no respondió, tan sólo se limitó a encoger un poco
más su cuerpo mientras su mano seguía aferrada a su garganta. En seguida cayó
al suelo. Markus se arrodilló a un lado del chico tan rápido como pudo y tras
un movimiento sumamente rápido fue atrapado entre las manos de Skandar quien no
tardó en clavar sus colmillos en el cuello del otro vampiro.
No podía creerlo, Skandar estaba bebiendo su sangre. Se sentía tan
bien que su sangre fuera extraída con tanta necesidad, aquello le parecía
erótico de una forma bastante bizarra. Era la primera vez que un vampiro le
chupaba tanta sangre en una sola ocasión, podía sentir el hambre que Skandar
tenía, podía sentir la desesperación con la que intentaba quitar esa sensación
tan escabrosa. Entonces lo apartó, si bien la sensación era placentera también
se había comenzado a sentir débil y no era bueno que le quitara tanta sangre.
—Si tenías hambre, sólo debiste pedirlo—susurró Markus contra la
oreja de Skandar.
—L-lo siento—dijo apenado el chico—, es que no pude contenerme.
—¿Aún tienes sed?—cuestionó el rubio sentado en la alfombra frente
a la chimenea.
—No.
—Bien, parece que voy a tener que dejarme morder muy seguido.
—¿A qué te refieres?
—Creo que tu sangre ideal es la sangre de vampiros, algo raro si
me preguntas.
Skandar se sentía confundido, así que después de todo había matado
a Jared no sólo porque estaba hambriento, sino que además poseía su sangre
ideal.
—Oye, te estoy hablando—dijo Markus luego de darle un coscorrón al
menor—. ¿Te gustó mi sangre?
—Es…deliciosa.
La sonrisa de superioridad que mostró Markus sólo era una pequeña
muestra de lo que en realidad sentía, por algún motivo extraño sentía que el
hecho de que su sangre le pareciera deliciosa
a Skandar era algo único. “Vaya que soy
patético”, pensó él.
Tan concentrado, o más bien, tan débil se encontraba Markus que no
notó cuando Penélope entró en la habitación. Los largos cabellos castaños se
mecían mimando la espalda de la joven, que caminaba con singular gracia a
pensar de estar preocupada y es que desde la biblioteca había logrado captar el
olor de la sangre de Markus vertiéndose desde la yugular.
—¿Estás bien?—preguntó la joven al vampiro rubio.
—S-si.—Markus no estaba tan bien y lo reflejaba en la debilidad de
su voz.
—¿Y tú?—dijo Penélope refiriéndose a Skandar.
—S-si—respondió el chico.
—Ve a descansar un poco—habló la chica al castaño—, en un momento
llevo a Markus arriba.
El menor hizo el amago de quedarse, no se sentía tranquilo dejando
a Markus así, se le miraba tan débil pues ni siquiera había logrado
incorporarse. Por la mente del castaño pasaron muchas cosas mientras subía los
escalones que lo llevarían a la segunda planta, pensaba en el hecho de que su
primera víctima había sido Jared, lo amaba y lo mató, su sangre había sido
deliciosa y aquello lo repugnaba ¡¿cómo podía siquiera pensar eso?! Y la sangre
de Markus había sido sin duda exquisita, la inmensa sed y hambre que tenía se
habían reducido drásticamente con apenas un poco de su sangre, era como probar
un majar luego de meses de comer porquerías.
La sangre de Jared sabía a fresas y la Markus a chocolate.
Mientras tanto, Penélope se había encargado del rubio, con un poco
de sangre había estado bien pero por un motivo extraño la sangre de aquel
travesti no había calmado su sed. ¿Acaso no era la sangre ideal de Markus esa que había estado momentos antes en un
vaso de vidrio? Claro que lo era, pero no había sido suficiente para que
repusiera su sangre.
—Creo que tendremos que ir por más—dijo la chica recibiendo el
asentimiento de Markus.
Fueron al poblado que quedaba a unas cuantas millas de la casa de
campo, era un pueblo pequeño pero había lo suficiente como para que se
repusieran las fuerzas de Markus. Sin embargo, a medida que se acercaban el
olfato del rubio captaba un aroma diferente, un olor que le hacía agua la boca.
Justo en una casa que se hallaba al lado del río había una joven de escasos
veinte años, tenía el cabello negro y sus ojos eran de un tono verde
almendrado, era estudiante de Periodismo y una admiradora de Poe, sobre la mesa
de su habitación descansaba el borrador de una de sus tareas. Penélope era
conciente de que esa chica no tenía ni pizca de prostituta, podría asegurar que
inclusive era virgen y a Markus se le antojaba su sangre. Era absurdo.
Bajo la iluminación de la Luna los cabellos de Markus tomaban un
tono fácilmente divino, sus facciones tomaban un matiz mucho más encantador del
que de por sí se proveían y sus orbes brillaban con más intensidad mientras
degustaba el líquido rojizo proveniente de la arteria que había seleccionado. Era
deliciosa.
Cuando hubo dejado a la chica sin gota de sangre en su sistema, el
vampiro partió junto con la vampiresa.
—Sabes que tu debilidad no fue sólo porque Skandar tomó mucha
sangre ¿verdad?—dijo la chica cuando llegaron a la casa.
—No sé a qué te refieres—contestó indiferente.
—Ya casi es hora—dijo la chica.
El rubio no hizo caso y siguió su camino, sus fuerzas estaban
renovadas para ese momento y en un par de segundos ya estaba frente a la habitación
de Skandar, o más bien, frente a la habitación de Jared.
—¡Markus!—dijo el chico con el cachorro entre sus manos.
—¿Estás bien?—preguntó el aludido sin más.
—Sí, pero tú ¿estás bien?—preguntó el chico con tristeza en su
mirada—Yo no quería lastimado, yo…si tu no me hubieras quitado te hubiera matado
como a Jared.
—Ay mocoso—musitó el rubio—. No pasa nada, tú tenías hambre y te
gusta mi sangre o la de vampiros.—Acarició los cabellos castaños— Pero para la
próxima me avisas ¿de acuerdo?
—Sí—contestó Skandar.
Markus no tenía ánimos de nada, ni siquiera de sonreír así que la
mueca en su rostro no lograba la curva ideal de una sonrisa. Sobre la cama
descansaba el cachorro, había estado ahí tirado desde que Skandar lo había
dejado entrar, mordisqueando algo. Eran unos dijes en forma de corazón, ambos
de cuarzo: uno negro y el otro blanco.
—¿De dónde sacó eso?—preguntó Markus señalando al perro.
—Estaban por ahí—contestó el castaño sin entender a qué venía
aquella pregunta—, ¿por qué?
—Esos te los regalé en tu cumpleaños—dijo el rubio.
—¿En serio?—exclamó el otro con una sonrisa— Son muy lindos.
—Sí, y tu perro los está mordiendo.
—Jade deja ahí—dijo Skandar con voz de mando.
—¿Jade?
—Así le puse, ¿te gusta?
—Me recuerda a Jared…
—Sip, por eso se lo puse, tú dijiste que él me lo había regalado.
Markus sonrió levemente— Sí, bueno quítaselos.
Recordaba muy bien lo que la anciana a la que se los había
comprado le dijo una vez, según ella ambos corazones representaban tanto al
Ying como al Yang respectivamente, se suponía que debías conservar uno y darle
el otro a la persona que te amara, si te correspondía se quedaría con ese
collar por siempre, pero si no lo hacía el collar regresaría a tus manos. Luego,
a mediados del siglo XIX, un cortador de joyas había hecho una especie de compartimiento
en ambos collares, presuntamente para guardar la arena de Sahai –que hacía los
matrimonios más duraderos y fértiles–. Sin embargo, para cuando Markus los
adquirió ya no tenían ni un solo grano de arena y todo se resumía a simples
especulaciones.
—Dámelos—dijo el rubio dirigiéndose a Skandar.
—¿Ah?—musitó el menor sin entender.
Ambos collares fueros extraídos de entre las manos del menor y
llevados hasta el tocador donde descansaban un par de urnas; un poco de polvo grisáceo
colmó el interior de los dijes.
—Así siempre estarás con nosotros.
Tras pronunciar esas palabras que cifraban más de lo que realmente
salía a flote, el rubio colocó el collar de cuarzo blanco alrededor del cuello
de Skandar; pues tras posarse detrás de él, Markus deslizó la fina cadena sobre
la piel del menor acariciándola al paso. De esa forma, el mayor había
conservado el del dije negro para él.
Quizás en ese momento no eran conscientes de ello, pero aquella
escena no había sido sino otra forma más de aferrarse a sus amados que ya
habían perecido; al parecer el deslindarse no era una actividad fácil para los
humanos, y mucho menos para los vampiros.
—¿Y el resto?—preguntó Skandar refiriéndose a las cenizas que aún
se resguardaban en su respectiva urna.
—No lo sé—respondió taciturno el mayor.
—Podemos tirarlas al lago.
***
La situación era bizarra, al menos para él lo era; se encontraba
con las rodillas clavadas en la cama al igual que una de sus manos, mientras
que la otra se mantenía aferrada al glúteo del contrario. El sudor cubría parte
de su frente y su cabeza forzando a sus cabellos dorados a mantenerse pegados a
la frente, pues su reciente actividad le obligaba a producir más fluidos
corporales tales como la saliva que utilizaba para cubrir la hombría del chico
que yacía debajo de él concentrando sus esfuerzos en la punta de ésta.
—P-para—suplicó el menor recortando la palabra a causa de la
dificultad que tenía para respiración.
El otro atendió la orden, deseaba que su pequeño amigo disfrutara
de las embriagantes sensaciones que proporcionaba una buena noche de sexo, pero
también recordaba que era Skandar con quien estaba y algo dentro de sí le
obligaba a atreverse a ser tierno durante tan apasionante actividad. Entonces
acercó su rostro al del otro chico, aún con el sabor del sexo del menor en los
labios, y depositó un ligero beso para luego dirigirse al cuello y seguir
bajando.
Skandar apenas recordaba cómo había terminado ahí. Estaba a las
afueras de la casa, la luna llena era cubierta por un par de nubes que dejaban
ver un aro dorado alrededor del satélite, y además, daban la oportunidad de ver
las formas sombreadas en la superficie lunar con mucha claridad. Una lágrima se
había formado en uno de sus ojos, parecía un efecto extraño del vacío que
comenzó a sentir cuando dispersó las cenizas de Jared sobre el cuerpo de agua;
no obstante, aquella muestra de dolor no llegó a surcar el rostro del menor,
sino que se albergó dentro de los labios de su amigo. Y aquella lágrima que
murió en los labios de Markus no fue lo único que ocupó esa cavidad, pues
después de unas finas palabras, todo va
estar bien, un beso se hizo incontenible.
No fue uno, no fueron dos, ni siquiera tres, fueron muchos más los
besos intercambiados y logrados, además de una escala sorprendente de
intensidad. Primero dulce, temeros, delicado; luego intenso, apasionado,
demandante e incontenible. La sensación de tenerse tan cerca era sorprendente,
si bien antes unos cuantos besos habían logrado que olvidaran sus penas los
besos más resientes quemaban en la piel haciendo que nuevas emociones
despertaran. Pero estaba mal, pues ambos sólo eran amigos y las personas que amaban
habían muerto hacía muy poco, pero cada beso, cada caricia que se colaba entre
el tumulto de contactos hacían que se olvidaran de detalles tan importantes
como aquellos. Quizás la cercanía entre ambos era lo único que les quedaba.
Y hasta ahí llegaron, a su habitación despojándose de su ropa,
entregándose al placer de saborear la piel del otro, entregando su cuerpo más
no su alma. No era la primera vez de ninguno, ya se habían entregado a sus
amados, así que no fue difícil sabe que vendría después y el placer generado
por la intromisión de uno dentro del otro tampoco era algo que no recordaran;
aunque luego, en la soledad de su mente, ambos coincidirían en que no había
sido tan delicioso como su primera vez, porque aunque dolorosa había sido la
mejor. Había el más ferviente amor de por medio.
La respiración acompasada era un signo normal después de lo que
acaban de hacer, sentir el cuerpo delgado de Skandar sobre su torso era algo
nuevo para Markus, pero más allá de eso lo que lo consternaba era la paz y la
tranquilidad que lo comenzaban a llenar. Los ojos se le hacía pesados, así que
le era difícil mantenerlos abiertos haciendo que la luz tenue de la vela que
yacía sobre el tocador bailara irregularmente entre las sobras, además la
respiración de Skandar parecía una dulce canción de cuna que no hacía más que
orillarlo al sueño. Pero los vampiros no duermen, de ahí su confusión.
Markus desconoció el momento en que sus parpados perdieron la
batalla y se cerraron, ni siquiera sabía cómo había llegado a ese lugar; se
trataba de una pradera que jamás había visitado o al menos no lo recordaba, era
de día y el estaba completamente expuesto al sol, seguro moriría. El pasto era
de un verde característico de la primavera, tan verde y tan lleno de
jovialidad, había un grupo de flores por donde mirara que llenaban la escena
con sus intensos colores y la suavidad de sus pétalos; era un panorama por
demás hermoso. Al fondo se habían instalado unos árboles cuyas hojas brotaban
para llenar cada rama de ellos, y mucho más atrás una montaña se erigía
completando el panorama. El cielo de día era celeste, jamás había reparado en
aquel detalle siempre que pensaba en el cielo veía oscuridad y estrellas, pero
ahí no había estrellas, sino nubes blancas y un par de pájaros que sobrevolaban
la pradera.
—Es…—No terminó su oración.
Una brisa cálida le había acariciado la nuca forzándolo a que volteara
a su derecha. No supo si gritar, llorar o sonreír, pero su cuerpo reaccionó
instalando una mueca de sorpresa en su rostro. Era un sueño. Frente a él se
encontraba un hombre de unos dieciocho o veinte años, su cabellera negra se
mantenía larga cómo cuando lo había conocido y seguía recogida en una coleta, ni hablar de su sonrisa; cuando
Bernard curvó sus labios en tan ansiada mueca Markus no pudo más que llorar,
era inevitable que tantas lagrimas surgieran. Enseguida unos brazos lo rodearon
haciendo que el rubio se acomodara en su pecho, ¡se sentía tan cálido! Por eso
el menor se aferró con fuerza al cuerpo del otro; No obstante, no podía dejar
de llorar, él era consciente de que Bernard había muerto y que nunca volvería a
existir.
—No me gusta que llores—dijo el moreno.
—Lo sé—contestó el otro al tiempo que se separaba del cuerpo del
mayor—, pero ¿qué sugieres? Que tenga una sonrisa porque te moriste, porque por
mi estupidez jamás pudimos ser felices…
—Fuimos felices—interrumpió Bernard—, a nuestro modo, claro.
—¡No!—gritó el rubio con los ojos irritados por el llanto— Tú
moriste y yo jamás te dije que te amaba…y nunca te di un beso…yo siempre lo
arruiné—dijo intentando que sus palabras fueran entendidas.
—Mírame Markus—ordenó el mayor—. Te amo y quiero que seas feliz
aunque yo ya no esté contigo.
—Eres un idiota—espetó el rubio— ¿Sabes lo que me pides?—dio un
golpe al pecho de Bernard— Yo no sé si pueda…yo no quiero.
—No puedes dejar Skandar solo—dijo sujetando las manos del rubio—
y quiero que seas feliz, así que deja de ser un necio por una vez y no vuelvas
a hacer tonterías.
—Idiota—dijo Markus sonriendo ante lo dicho.
El vampiro rubio se acurrucó de nuevo sobre el pecho de Bernard y
ciñó sus brazos alrededor de éste, no quería que aquello terminara. No quería.
—Te amo, bastardo idiota—susurró el menor con una sonrisa
juguetona en los labios.
—Yo te amo diva berrinchuda—contestó Bernard antes de besarlo.
Nunca había disfrutado tanto de un beso, jamás había recibido un
tacto tan amoroso como ese, ni siquiera los dulces labios de Skandar habían
logrado que un beso se volviera un tesoro inolvidable como ese. Cuando se
separaron sus miradas se cruzaron, era momento de la despedida, de olvidar y de
dejar ir.
—Nuestro lazo jamás se romperá—dijo Markus a escasos centímetros
del rostro del otro vampiro.
—Claro que no hermoso, siempre te voy amar y tú a mí. Me tengo que
ir, el tren ya sale.
Markus asintió con una lagrima sobre la mejilla, caminó al lado de
su amado aferrado a su brazo hasta llegar a la estación de trenes. Era una
típica estación del siglo pasado, había mucha gente que se mantenía ocupada en
sus pensamientos y sus deberes; un hombre se había golpeado la cabeza con la
palma de mano pues su tren había pardido un minuto atrás; una mujer sostenía
una vieja fotografía de ella con otro hombre; había uno más recargado en uno de
los pilares que fumaba un cigarro. El tren de Bernard había llegado y su diva no quería dejarlo ir, el amarre que
mantenía sobre el brazo del vampiro se había intesificado apenas entraron en la
estación.
—Nunca olvides que te amo—dijo Markus cuando soltó su brazo.
—Nunca lo dude—respondió el moreno.
Ambos lloraban; para Markus significaba la primera vez que veía
aquella muestra de sentimientos por parte del moreno, así que atesoró cada gota
cristalina en su memoria. Las puertas del tren se abrieron esperando a que las
personas lo abordaran, de entre la multitud descubrió una cabellera castaña y
un porte elegante que se había acostumbrado a ver todos los días.
—Jared—dijo sorprendido el rubio.
—Por favor—susurró el vampiro—, cuida mucho a Skandar y dile que
lo amo.—Su voz se quebró un poco—Por favor, que no me olvide.
—No lo hará—dijo Markus sonriendo a pesar de las lágrimas—, aunque
no te recuerda mucho él nunca ha dudado que te ama.
—Nos tenemos que ir—interrumpió Bernard.
—Chicos—dijo el rubio llamando su atención—, gracias por ser mi
familia todos estos años.
El humo de la caldera fue como una cortina que cerraba el telón.
Ahí quedaba Markus en el suelo, llorando a viva voz sobre el suelo de la
estación que de pronto se encontró sola, no había nadie que viera como el rubio
se desgataba entre llantos y sonrisas.
Una mariposa se posó en su mano, misma que mantenía sobre una de
sus rodillas, la miró por un momento y pensó en Skandar, una sonrisa se hizo
inevitable.
—Markus—escuchó la voz del castaño a sus espaldas, así que se giró
para encontrarlo y no había nadie—. Markus—volvió a escuchar que lo llamaba,
pero en esa ocasión el tono parecía de preocupación—. Markus.—Y Skandar
lloraba.
No supo cómo, ni cuando, pero había abierto los ojos y sin lograr
ver con claridad supuso que la persona que lo veía no era nadie más que
Skandar. Y en efecto, los ojos negros del vampiro se hallaban cristalizados por
las lágrimas, su mano apretaba con fuerza la del rubio, quien sonrió al
descubrirse aún desnudo en la cama que minutos antes les había servido para
gozarse el uno del otro.
—Los vampiros no duermen—dijo Skandar en tono serio.
—Lo sé…
—Pero tú te dormiste—comentó el menor interrumpiendo al otro
vampiro.
Y de golpe recordó el sueño, sabía que había sucedido más de lo
que recordaba pues apenas recordaba pequeños trozos en su memoria, pero
recordaba lo escencial o así decidió creerlo. Se incorporó frente al menor, de
pronto sintió como si las fuerzas de siempre no fueran las mismas que en ese
momento, se sentía cansado.
—Sí, me dormí y soñé algo—dijo el mayor acencandose a Skandar para
besalr levemente los labios—. Soñé con Bernard y con Jared.
—¿De verdad?—preguntó el menor emocionado.
—Sí, ¿y sabes? Jared me dijo que te amaba y que nunca lo
olvidaras.
—Siempre lo voy a amar…quisiera poder soñar como tú.
De nuevo parecía que sus ojos se cansaban y lo obligaban a dormir.
Era demasiado pronto para soñar.
—Ve y llama a Penélope, mientras me pondré algo de ropa y ordenaré
esto. Dile que es urgente.
El menor obedeció la orden dada aunque sus pasos eran lentos,
Markus necesitaría tiempo, y por su mente intentaba formarse una pequeña
hipótesis del por qué su amigo requería a Penélope con tanta insistencia y tan
de repente. No le cuadraba aquello y quería
saber que era lo que sucedía. Cuando regresó a la habitación siguiendo a
la vampiresa de cerca Markus le dijo que esperara afuera y que tratara de no
escuchar la conversación.
—¿Y bien?—preguntó la joven al ver al rubio tendido en la cama.
—Es tiempo de que duerma—susurró el menor para que solo Penélope
escuchara.
—¡¿Qué?! Pero si aún te quedaba un mes—dijo preocupada.
—Tampoco entiendo.
—Bien, prepararé todo. Habla con Skandar.
¿Por qué sucedía eso? ¿Acaso sus 5 años de sueño no podían esperar
a que el día llegara como antes? Pero no, por algún motivo su sueño se
adelantaría y tendría que dejar a Skandar durante cinco largos años. No quería.
—¿Entonces dormirás durante cinco años?—preguntó el castaño.
—Sí.
—No quiero…
—Skandar—musitó Markus entrecerrando sus ojos—. Cuando te conocí
pensé que eras una molestia—dijo acomodándose en la cama que Penélope había
acondicionado en el sótano, Skandar abrió mucho sus ojos al escucharlo—, te
tenía envidia porque tenías la atención de Jared que yo jamás conseguí y
también el cariño de Bernard.—Cada vez le era más difícil no cerrar los ojos—
Pero luego te comencé a tomar cariño.—Ambos sonrieron—Y ahora eres lo único que
tengo.—Su voz se quebró al final.
—Tú también eres lo único que tengo—dijo el menor.
—Por favor, no me dejes—pidió el mayor con los ojos apenas entreabiertos.
—Te lo prometo.—Markus cerró sus ojos, lo último que creyó ver fue
la sonrisa del menor— Te quiero mucho—susurró el castaño y besó tiernamente los
labios del rubio.
No quería aceptar que amar no es querer y que los lazos tienen a
desvirtuarse con el tiempo; queel dolor y la aflicción hacen estragos en nuestro
comportamiento y percepción. Que siendo jóvenes inexpertos que comenzaban a
vivir la grande aventura que se supone todo ser debe vivir y que de pronto
dicha experiencia se les arrebata como el niño que consigue por fin su juguete
preferido y al que le han de robar dicho tesoro, era comprensible que la
confusión los llevara a los terrenos de la perdición, o en este caso, a una
vida donde no serían capaces de evitar romper los límites del amor y a amistad,
donde los lazos rosas se han de convertir en rojos aunque los implicados fueran
conscientes del verdadero color de los mismos. En ese momento, en el sótano de
esa casa de campo, donde ya había sido enterrado el dolor, un joven esperaba a
que su compañero de juego despertara, pues lo necesitaba para seguir con la
partida de aquel juego que consistía en acompañarse para no estar solos. Y ese
solo era el inicio del réquiem eterno a sus lazos rojos.